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viernes, 27 de enero de 2012



ELEGÍA ESPAÑOLA SIN VERSOS

domingo, 22 de enero de 2012


LA CUESTA DE ENERO
El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre.
Albert Camus

Recuerdo en estos días de crisis que siempre que pasaban las fiestas de Navidad, decía mi abuela: Ahora nos queda la cuesta de enero. Desde mi inocencia edénica no podía yo imaginarme entonces qué era eso de la cuesta de enero, pero  con el paso del tiempo lo fui aprendiendo sin necesidad de preguntar. Esta expresión no solo la escuchaba en casa sino también a otras muchas personas de nuestro entorno social, incluso en la radio y en otros medios de comunicación de la época. Era una expresión generalizada, de modo que formaba parte del imaginario popular con el sentido de cuesta arriba o de empinada cuesta que alude - tal como dice el DRAE- a ese “período de dificultades económicas que coincide con este mes a consecuencia de los gastos extraordinarios hechos durante las fiestas de Navidad”.
Así fui entiendo la cuesta de enero como como una metáfora popular cuyo referente real es ese “período de dificultades económicas” que coincide con el mes de enero, en el que muchas familias de clase trabajadora tenían que apretarse el cinturón para llegar a fin de mes. La cuesta de enero volvía, una y otra vez, afectando siempre a los mismos, que sufrían los rigores de una vida llena de estrecheces y de penuria, debido a los escasos recursos económicos. Y así, por mucho que se esforzaran en subir aquella cuesta arriba, una vez  que llegaban a la cima, sus esperanzas rodaban cuesta abajo y, otra vez, volvían a encontrarse en el punto de partida. Y, como se decía entonces, los platos rotos siempre los pagaban los de abajo, que seguían haciendo lo único que podían hacer: seguir trabajando. Desgraciadamente para ellos, aquella forma de vida se asemejaba al mito de Sísifo, el más taimado de los mortales, según Homero.
En un interesante ensayo sobre este mito, Albert Camus establece semejanzas entre Sísifo y el obrero actual que trabaja durante todos los días de su vida en las mismas tarea y cuyo destino no es menos absurdo que el de Sísifo, condenado por los dioses  a “subir sin cesar una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso”.
¿Ha mejorado hoy la situación de los trabajadores? Tal como están desarrollándose las cosas, no solo no ha ido a mejor  sino que se ha agravado. Hoy la cuesta de enero, que en nuestro entorno se había suavizado durante las últimas décadas del siglo XX  gracias a las políticas socialdemócratas, se está manifestando como una de las más difíciles de los últimos años para la clase trabajadora, a la que cada vez se incorporan más individuos de clase media debido al proceso de proletarización que está teniendo lugar en esos sectores sociales, a causa de las medidas económicas llevadas a cabo por los gobiernos de los países en crisis. Tal como están las cosas puede decirse que este año no habrá que subir una cuesta sino escalar una montaña.
Curiosamente, hoy no se habla del castigo de los dioses sino del castigo de los mercados. Pero, ¿a quién castigan realmente los mercados? Se dice que a los países endeudados, entre los que se encuentra España; pero las elites de estos países para escapar de ese castigo  toman el camino –el único posible según el discurso oficial de los grandes inversores- de reducir el déficit mediante recortes drásticos de gasto público, acompañados de otros sacrificios sociales como reducciones de salarios, pensiones y otras reformas que se cargan a hombros de los sectores más débiles de la población que, en definitiva, son los que terminan siendo objeto del castigo de eso que se llama los mercados, sin aclarar bien qué quieren decir con esa denominación, tras la que, sin duda, se esconden poderosas oligarquías de poder.
 Aunque, economistas de prestigio, como Paul Krugman, premio Nobel de Economía, avisan de que jamás los recortes presupuestarios han conseguido aumentar la confianza de las empresas y de los consumidores en ninguna parte, se están llevando a cabo planes de recortes en derechos, en beneficios sociales, en calidad democrática y de reducción de la renta  disponible de ciudadanos de clase media y obrera. Estos recortes sociales, que se aplican bajo la justificación de que son necesarios para salir de la crisis y con la complicidad de las elites nacionales, están conduciendo las economías  de los países afectados, entre ellos el nuestro, al estancamiento y a la recesión. Los síntomas de la recesión ya se están dejando notar en nuestro país, sobre todo en las comunidades más desfavorecidas, como es el caso de Castilla-La Mancha, donde se viene dando un decrecimiento de la producción, del trabajo, de los salarios, y de los beneficios, entre otros.
Ante este negro panorama son muchas las voces sensatas, surgidas desde un amplio arco ideológico, las que vienen denunciando que la recesión, al reducir los ingresos públicos, aumenta el déficit. Este aumento exige nuevos recortes. Y vuelta a empezar. Un círculo vicioso en el que cada vez quedan atrapados mayores sectores de la población. Entre los efectos que se están produciendo pueden observarse la marginación creciente de amplios sectores de la clase obrera y el empobrecimiento de las clases medias, que cada día ven más reducido su poder adquisitivo y  su capacidad de ahorro, que en muchas ocasiones es nula, provocándoles incertidumbre en el negro futuro que se vislumbra.
Entre las ideas del ensayo de Albert Camus aparece que “las verdades aplastantes perecen al ser reconocidas”. Ello exige un esfuerzo, por parte de todos los que sufrimos las consecuencias de la crisis, para reconocer esas verdades que nos aplastan y rebelarnos contra ellas para bajar de su pedestal a esos falsos tecnócratas, llamados por Paul Krugman “románticos muy poco prácticos, ideólogos e ilusos”, que “intimidan a Europa en nombre de sus visiones románticas”.
Tal como se nos pinta la situación actual y en los próximos años, nos adentramos en “una noche sin fin” como en la que se encuentra Sísifo y de donde no podremos salir si no vencemos el miedo, otra de las cargas que hacen más dura la subida de la empinada cuesta. Los medios de comunicación desempeñan un papel activo en la transmisión de la ideología del miedo porque, tal como escribe Joaquín Estefanía, “el miedo ha sido siempre un fiel aliado del poder. Cuando uno tiene miedo, paraliza sus reacciones. Nos han inoculado el miedo a la inseguridad económica, al paro, al otro…”. En este sentido, los millones de personas en paro se convierten en una poderosa herramienta de sometimiento social que nos impide salir de la recesión, que es como la sima a la que Sísifo baja una y otra vez. Por ello, su destino es un destino absurdo, pero solo trágico en la medida que es consciente. Esa conciencia que debe constituir su tormento, su disconformidad, es al mismo tiempo su victoria. Y, como no hay destino que no se supere con el desprecio, la reflexión de Albert Camus nos invita, una vez que tenemos conciencia, a la disconformidad permanente y al desprecio de quienes nos imponen ese destino absurdo.
El trabajador asalariado, el ciudadano de a pie,  consciente de su condición miserable, solo puede superar su situación rebelándose contra la dictadura de los mercados, el nuevo poder fáctico que no solo amenaza su bienestar, sino que subordina el propio poder de los Estados –única defensa del ciudadano- a sus  leyes y normas, que no responden a otra lógica que a su infinito deseo de lograr máximos beneficios para las inversiones. Frente a esa lógica es urgente la lógica del Estado democrático.  De aquí la necesidad de subordinar el funcionamiento de los mercados al de las instituciones democráticas. Lo contrario es la jungla y la muerte de la ciudadanía: la permanencia eterna de Sísifo en los infiernos.