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sábado, 8 de abril de 2017

EL CORAZÓN DE UN SUEÑO






EL CORAZÓN DE UN SUEÑO

            Como escribe Eutimio Martín en “Oficio de poeta”, su magnifica biografía sobre el poeta de Orihuela, “Miguel Hernández, pertenece a esa clase excepcional de escritores cuya obra consume su vida y cuya vida consume su obra, de modo que obra y vida terminan constituyendo una sola y misma cosa”.
            Es difícil encontrar en la historia de la literatura española un autor enfrentado a circunstancias más adversas que a las que tuvo que hacer frente quien escribió, entre otras obras, “Vientos del Pueblo” y “Cancionero y romancero de ausencias”: lucho contra la sangre, me debato /contra tanto zarpazo y tanta vena; /y cada cuerpo que tropiezo y trato /es otro borbotón de sangre, otra cadena.  
            Cuando se proclama la Segunda República Española el 14 de abril de 1931 Miguel Hernández tiene ya veinte años. Aunque la República no cumplió todas las expectativas puestas en ella por las clases populares, al producirse la sublevación de julio de 1936 fueron miles de españoles de ambos sexos los que se dispusieron a defenderla frente a la intentona golpista. Miguel Hernández desde el primer momento se  incorporó a la lucha como un miliciano más, construyendo trincheras primero y desempeñando otras funciones en el Altavoz del Frente después. Muy pronto, sobre todo a raíz de la publicación de “Vientos del Pueblo” en 1937, se convirtió en el corazón lírico del sueño que para la España que Antonio Machado llamaba la España del cincel y de la maza significaba la República. Ese mismo año se le rindió un homenaje en Valencia, entonces capital de la República, donde lo declaran “el gran poeta del pueblo”.
            “Ningún poeta defendió la causa republicana con tanta entrega como Miguel Hernández, porque fue precisamente durante la Guerra Civil cuando pudo dar plena satisfacción, a nivel intelectual, económico y social, a su reivindicado oficio de poeta, cuyo libre ejercicio impediría de manera tajante el triunfo de la causa rebelde”. Todavía hoy, a setenta y cinco años de su muerte, emociona y fascina, tal como dice Eutimio Martín, en la obra de Miguel Hernández “su estrecha vinculación con la Guerra Civil, el más dramático intento del pueblo español por la defensa de una dignidad apenas entrevista”. Ese intento quedó roto con la victoria rebelde el uno de abril de 1939, pero no el sueño de aquel corazón que se sintió “pecera melancólica” y “penal de ruiseñores moribundos”.  Después de la victoria rebelde, y tras su frustrado intento de huir a Portugal, Miguel Hernández fue pasando por diversas cárceles: Huelva, Madrid, Palencia, Ocaña, hasta dar con sus huesos en el Reformatorio de Adultos de Alicante. Según Claude Couffon, en su libro “Orihuela y Miguel Hernández”, cuando Miguel Hernández acababa de ser juzgado y condenado a muerte, Rafael Sánchez Mazas, José María de Cossío y José María Alfaro[1] se presentaron en la prisión de Torrijos, Madrid, para verlo. Si Miguel Hernández aceptaba demostrar arrepentimiento, aunque fuera disimulado, ellos estaban seguros de conseguir su libertad. En el fondo, bastaba sencillamente con que él aceptara ayudarlos en sus trabajos. Miguel se encolerizó: “¿Qué trabajos?, y no volvió a abrir la boca. Más tarde relatándole el asunto a Luis F.T., un compañero de prisión, le dijo: “¡Me parece increíble que esos viejos amigos no me hayan conocido mejor! ¡Que hayan venido a verme para hacerme proposiciones deshonestas, como si Miguel Hernández fuera una puta barata! Cuando Miguel fue trasladado a la cárcel de Ocaña esos mismos escritores intentaron una nueva gestión, pero él se negó a recibirlos. A pesar de todo, consiguieron que le computaran la pena de muerte por la de cadena perpetua; pero Miguel Hernández no se arrepintió de nada ni se avino a colaborar con ellos.
            La computa de la pena de muerte por la de cadena perpetua no hizo sino alargar su agonía. Desde el primer momento de la rendición sin condiciones del ejército republicano se evidencia la intención de los ganadores de eliminar por hambre al vencido que no era fusilado. Durante la posguerra se puso de manifiesto que existía una voluntad encubierta de exterminio en las cárceles franquistas, lo que ha permitido a algunos historiadores hablar de un holocausto español. Las condiciones en las que se obligaba a permanecer a los detenidos eran las propicias para el desarrollo de enfermedades como la que acabó con la vida de Miguel Hernández. Al joven poeta de Orihuela jamás le perdonaron que hubiera puesto su talento y su arte al servicio de los vientos del pueblo y no de aquellos que estaban acostumbrados a que el arte estuviera desde hacía siglos a su servicio: Aquí estoy para vivir/ mientras el alma me suene, /y aquí estoy para morir, /cuando la hora me llegue, /en los veneros del pueblo/ desde ahora y desde siempre.”
             Entre los que jamás le perdonaron su compromiso con la República, se encontraba el canónigo Luis Almarcha, luego obispo de León desde 1944 a 1970, que había sido su valedor en los inicios literarios del poeta y que  nada hizo por él cuando le pidieron que intercediera para que Miguel Hernández fuera trasladado desde la prisión de Alicante a un sanatorio donde pudiera recibir los cuidados necesarios para atajar la enfermedad que estaba acabando con él. Almarcha no puso en salvarle la vida el mismo interés que decía tener por salvarle el alma. El 28 de marzo de 1942 llegó la muerte, cuando todavía no había cumplido treinta y dos años. Dicen que si hubiera recibido los cuidados necesarios, la tuberculosis no hubiera seguido el sino sangriento que acabó con su vida, pero quienes podían decidirlo  no lo hicieron dejando que la enfermedad hiciera el trágico papel que en otros casos realizaban los pelotones de fusilamiento.
            Desde el primer poema que leí de Miguel Hernández en aquellos años en los que no era fácil tener acceso a su obra debido a la censura tuve la sensación de que en sus escritos palpitaban muchos de los sentimientos que yo percibía en mi entorno más íntimo. En sus poemas encontraba el latido de aquel sueño que parecía roto desde el uno abril de 1939, pero que muchos  años después sigue vivo en los poemas que nos legó el poeta de Orihuela desde aquel corazón que “ayer, mañana, hoy padeciendo por todo” era  “pecera melancólica, penal de ruiseñores”. El sueño de un pueblo que,  vencido pero no derrotado, todavía se manifiesta en aquellos lectores que se acercan a  la obra del oriolano, “el más corazonado de los hombres” cuyo corazón late hoy como ayer, como latirá mañana, como lo hará  siempre…, porque

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.





[1] Todos ellos destacados miembros de Falange.

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