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lunes, 12 de junio de 2017

CUANDO SE ACERCA LA ÚLTIMA LUNA







Cuando se acerca la última luna


            Hace unos días que he recibido el último poemario de Fernando Mansilla Izquierdo, publicado por la editorial UNOMÁSUNO dentro de su colección GOMA DE BORRAR, en la que hace el número 3. Es un librito de cincuenta páginas en las que aparecen los poemas, además de  en español,  traducidos al ruso por Yuri Shashkov.

            Después de una primera lectura me ha venido a la mente aquel poema de Bécquer que tantas personas habrán  leído alguna vez a lo largo de su vida:

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul;
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.

            ¿Y tú me lo preguntas? Poesía eres tú. Así resolvía Bécquer la cuestión sobre lo que se entendía por poesía en el siglo XIX, después de haber pasado por el denominado Siglo de las Luces durante el cual se transformó lo que hasta entonces se había entendido por poesía. El dilema entre razón y sentimiento, el romanticismo lo resuelve a favor de este último e identifica la poesía con el sentimiento, o al menos lo que hoy entendemos como poesía lírica.

            He recurrido a esta breve introducción para situarme frente a los textos del último poemario publicado por Fernando Mansilla Izquierdo con el título de “Estación término”. Son veinte poemas que forman un “icosaedro poético”, según se menciona en el prólogo que los precede, donde puede leerse que estos poemas están formados por vivencias de la realidad que se hace eco “de la melodía que da cuenta del estado del corazón”.  Bien, si estos versos dan cuenta del estado del corazón, no atienden a otro que al ámbito de los sentimientos.

            Nuestra manera de percibir el mundo depende de nuestra manera de mirar la realidad. Fue Campoamor quien decía que nada es verdad ni mentira sino del color del cristal con que se mira. Estos veinte poemas de Fernando Mansilla son una percepción del mundo a través del cristal de su mirada. Hay datos objetivos, imposible de transformar, sea cual sea nuestra voluntad de percibir la realidad, sobre cómo nos afecta  el paso del tiempo: Los años cansan y deforman…/todo se ve extraño. /La ruta hacia el nevero se hace dura…/…sólo veo a mi espalda remiendos…/y espera…/no hay misterio en las lejanas nubes…/ni en su deslucido espejo…

            El sujeto que aparece en estos poemas es un ser lleno de hartazgo y sin esperanza, que se dirige al precipicio mientras camina con la mirada hacia dentro porque fuera sólo es la vida ciega. Todas las imágenes son estremecedoras, desesperanzadoras, angustiosas, dolorosas y desgarradoras. El predominio del yo apenas deja aflorar la presencia de otras personas que podrían facilitar la comunicación a ese sujeto atormentado. Sólo aparece una tímida alusión a otra persona: “nunca debí rozar sus labios” o “no puedo pronunciar su nombre” o “como tú”.

            Una mirada pesimista que recuerda a Quevedo y su manera de entender la vida como un camino hacia la muerte. Llegando a este tramo de la lectura me surge la pregunta de si me encuentro ante un pesimismo realista o ante un realismo pesimista. Llama la atención la denominación negativa de los poemas: Ya no quedan; No hay fiestas; Hoy…no creo; No quiero despedirme; No sé por qué.  
           
            A veces parece que hay un poco de esperanza cuando bebe “el cáliz de claridad del día” o se extasía  “con la luz purpura de la mañana”, pero “con la noche de asfalto y el cielo sin luna llueven los arrepentimientos que desvelan y devoran cualquier átomo de regocijo”:

Un día tras otro…
pesada carga…
bebo el cáliz de claridad del día…
y la luz purpura de la mañana…
me arroba…
con secreto alborozo…
con la noche de asfalto…
y el cielo sin luna…
llueven los sentimientos…
que desvelan…
y devoran…
cualquier átomo…de regocijo

            Encuentro leves ecos de Antonio Machado como cuando escribe que “No quiero despedirme”: algo se marchita… en cada despedida…”;  o ese “como tú” de León Felipe en ese bellísimo poema “Jardines de sonatas:

Jardines de sonatas…
que nacen silvestres…
no quiebran…ni se rinden…
beben en el río y bailan al viento…
como tú…
como tú…quiero
beber en el río y bailar al viento…
cambiar en la fragua mi destino…
huir del pasado…persigue los talones…
como tú…espero el milagro

            Aparecen  rasgos propios del estilo de  Mansilla como es el uso de puntos suspensivos que proporcionan a los poemas cierta tensión y ese  tono misterioso que ya apuntaba en su libro de 1987, sobre el cual escribí hace ahora treinta años que sus poemas eran “como ex abruptos que el alma del autor arroja para liberarse de los fantasmas que se han incrustado en sus bastidores, fantasmas que nos dominan a veces: el pánico, el dolor de la ausencia, el insomnio, la sensación del tiempo perdido, los espacios inalcanzables, el deseo de volver al vientre materno…”. Curiosamente, hoy encuentro esa acción de arrojar en uno de los poemas de este último poemario: Arrojo…/ palabras al aire…/ caen componiendo versos…/ con enigmáticas profecías…/ injertan un miedo invasor…/ poco a poco…/ consume…/ y envenena la alegría…/ y…los sueños. Esto hace pensar que en la lirica de Mansilla se da una recurrencia muy en consonancia con esa idea del eterno retorno o de ese carrusel sin fin…

            Con el paso del tiempo parece que aquellos fantasmas han ido adquiriendo cuerpo y dejando de ser temas  literarios para convertirse en la cruda realidad que nos conduce a esa estación término “donde desembocan y mueren…/ flores y cardos…”.

            Quedan otros poemas, en los que también se refleja ese sentimiento más profundo, apareciendo en su escritura sin disfraz alguno, con una clara pretensión de encontrar ese bálsamo que haga reverdecer la esperanza.

            Me he pasado la mitad de mi vida explicando poemas que otros escribieron, poemas en los que se hablaba del amor, de la muerte, del dolor expresado por seres que respondieron a nombres como Garcilaso de la Vega, Francisco de Quevedo o Rosalía de Castro, siendo consciente de que los sentimientos que subyacían en aquellos textos habían sido material inconsciente, sufrido o gozado por quienes supieron transformarlo en escritura. Esta experiencia me permite hoy al leer estos poemas de estación término percibirlos como la expresión del sentimiento de alguien que sufre  la fugacidad del tiempo y la caducidad de la vida.


             

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