PRIMERA HUELGA GENERAL EN
LA PENÍNSULA IBÉRICA
Es inevitable escribir, aunque sólo sean unos
párrafos, sobre la convocatoria de huelga general que, por primera vez en la historia de la Unión Europea, se
ha convocado simultáneamente en
diferentes países, con una reivindicación común. Chipre, Malta, Portugal, Italia
y España vivirán una jornada de huelga general que será apoyada con
movilizaciones en Francia, Grecia y huelgas sectoriales en la Bélgica
francófona.
Sin duda que alguien pensará que dedicar un tiempo a
este asunto no debiera ser objeto de este tren
del último curso. Sin embargo, es un
tema que me atrae, no sólo por solidaridad sino también por mi concepto de la
ética. El que la convocatoria también vaya dirigida a nuestros hermanos portugueses, a
esos otros iberos del oeste, y a los griegos de la antigua Grecia y a los
italianos del antiguo Lacio da a esta
huelga, la primera de carácter internacional de la historia, un aire nuevo.
¿Acaso no son los tres pueblos más cultos de Europa y curiosamente hoy de los
más expoliados por la nueva forma del capitalismo internacional?
Para los que nacimos en los años cincuenta estos
tiempos nos evocan aquellos años grises, turbulentos y miserables de los años
de posguerra. A principios de los sesenta los andenes de las estaciones se
llenaban de gentes con maletas de cartón piedra o de madera que abandonaban sus
pueblos de La Mancha, de Andalucía o de Extremadura hacia las tierras ricas del
Norte o del Levante español, también a los países allende los Pirineos en busca
de una vida con más posibilidades que las que tenían en sus pueblos en manos de
caciques o de una aristocracia sin más apego que la renta de sus tierras.
La primera huelga que conocí, siendo todavía un
niño, fue la de 1962. Dicen que comenzó en las minas de Asturias, pero también
llegó a las cuencas mineras del sur como la de Puertollano donde yo vivía
entonces. Las calles estaban vacías, ocupadas sólo por una atmósfera tensa. A
veces salíamos a la calle para buscar alimentos perecederos y era difícil
encontrar algunas tiendas abiertas. Toda la ciudad vivía impregnada de los aires
de la huelga. Fueron varios días de tensiones, de enfrentamientos entre las
fuerzas de la guardia civil y los huelguistas, en su mayoría mineros. No guardo
recuerdos felices de esos tiempos, pero en ellos aprendí la conciencia de
clase, el arrojo de aquellos hombres y mujeres que luchaban por conquistar
derechos que los oligarcas de las grandes empresas, con la complicidad de los
que usurpaban el gobierno, les negaban.
Hoy, cincuenta años después, estamos padeciendo una
ofensiva de lo que en términos clásicos hemos llamado capitalismo y vemos cómo se
está produciendo el desmantelamiento de ese Estado democrático y social a cuya
creación nadie contribuyó más que los trabajadores a lo largo de los años de la
Dictadura y que se formuló en la Constitución de 1978 cuyo Artículo 1 expresa:
1.
España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que
propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la
justicia, la igualdad y el pluralismo político.
2.
La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los
poderes del Estado.
3.
La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria.
Dejando aparte el punto 1.3 referente a la
monarquía, los puntos 1.1 y 1.2 dejan
claro el carácter social y democrático, junto al hecho de que la soberanía
reside en el pueblo español. Pues bien, de unos años acá se está produciendo un
ataque al Estado social y democrático y a la misma soberanía de los españoles
por parte de los llamados mercados, con la complicidad de la llamada clase
política que está llevando a cabo un cambio legislativo y un incumplimiento de
sus compromisos electorales ante la ciudadanía española que conduce a una
deslegitimación de su gobernanza en contra de los intereses relacionados con
derechos tales como el derecho a la educación, al trabajo, a la salud, a un
sistema de servicios sociales que atienda los problemas específicos de salud,
vivienda, cultura y ocio; además de vulnerar cada día nuevos derechos adquiridos
a lo largo de muchos años de sacrificios.
¿Quién es el responsable de lo que está causando el
daño que sufre un número cada vez mayor de ciudadanos? La agresión al derecho a
la educación, a la salud, a las necesidades de los mayores, de los dependientes.
La desaparición de derechos como la protección ante una enfermedad que impida
asistir al trabajo. Todo ello exige una reacción, una respuesta por parte de
los ciudadanos; hoy es preciso desempolvar los viejos versos de aquel poeta
llamado Gabriel Celaya que nos animaba a salir a la calle y a luchar por
nuestros derechos porque “basta ya de historias y de cuentos”:
¡A la calle!, que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos,
anunciamos algo nuevo.
Ese algo nuevo al que se refería Celaya debe reescribirse
hoy en una respuesta adecuada a los
problemas que ahora nos amenazan. Es necesario que la huelga sea una movilización no sólo contra, sino para
demostrar que se puede vivir de otra forma a la que nos quieren imponer quienes
deciden las medidas que están aplicando los
gobiernos satélites del capitalismo internacional contra los derechos de la
mayoría de los ciudadanos de los países de Europa, sobre todo de los que están
en el punto de mira de los intereses representados por la banca internacional y
los fondos de inversión.
No aceptemos los yugos que nos quieren poner y
seamos conscientes de la necesidad de luchar, de salir a la calle, ya seamos
trabajadores con empleos precarios, estables, pensionistas o sin empleo. Es
imprescindible participar en la huelga, al margen de las discrepancias que cada
uno pueda tener individualmente con las organizaciones convocantes y sus
dirigentes; participar en defensa de nuestros intereses y del futuro de
nuestros hijos es un deber ético y de compromiso ciudadano frente a la
desenfrenada agresión a nuestros derechos y a nuestra dignidad como personas, a
las que quieren hacer retornar a las relaciones de esclavitud de tiempos no tan
lejanos. Frente a nosotros sólo están los grandes especuladores y, como
siempre, sus cómplices inconscientes.