contador de visitas

jueves, 18 de abril de 2019

PUERTOLLANO A CIELO ABIERTO, UN POEMA DE MANUEL ALCÁNTARA




A Pablo Céspedes, in memóriam 


En 1985 publiqué en la revista Estaribel un poema de Manuel Alcántara  sobre   Puertollano.  Hoy,  al enterarme del fallecimiento del escritor, quiero reproducir en El tren del último curso aquel poema con el análisis que hice en aquel tiempo. Lo publico sin cambiar una tilde, aunque el paso del tiempo podría dar lugar a otras lecturas.

PUERTOLLANO A CIELO ABIERTO, UN POEMA DE MANUEL ALCÁNTARA


            Manuel Alcántara nace en Málaga en el año 1928. Coetáneo de poetas como Agustín Goytisolo (1928), José Ángel  Valente (1929), Jaime Gil de Biedma (1929) y Jesús López Pacheco (1930), entre otros.  Todos ellos viven la guerra civil en su niñez y surgen en el ámbito de la poesía española en los años cincuenta. Y se les ha etiquetado como poetas “sociales” o “comprometidos” frente a los poetas oficiales. No es fácil encontrar el nombre de Manuel Alcántara en trabajos especializados. A este inconveniente se le ha de añadir la escasa validez de los esquemas generacionales, por lo que no pretendo, a falta de otros recursos, etiquetarlo ligeramente. También porque no es mi intención actual centrarme en el autor y sí en un poema suyo que tiene un especial interés por estar relacionado con Puertollano.

            El poema de Manuel Alcántara que transcribo es el titulado “Puertollano a campo abierto”:

Del viento o de la tierra,
solamente del viento,
de la luna metálica,
del oscuro poblado de los muertos.

De allí salieron mástiles
y campamentos.
Del azulado puerto de su nombre
marinero y minero.
De la alta mar del llano
o de los territorios de su puerto.

Hombro con hombro.
Hombre con hombre y a esfuerzo.
Barracas y tinglados
sobre los muertos.
Labriegos de lo hondo,
callados ciudadanos del subsuelo,
inventan los metálicos linajes,
la estirpe del acero,
la patria oscura del carbón dormido
junto al plomo enlunado y mal despierto,
el hierro laboral
y el manganeso
de niebla delicada
hecho con vetas de silencio.

¿Para qué sirven las palabras?

La procesión terrestre va por dentro.
Bajo la voz y escondo la vergüenza
cuando miro sus manos y mis versos.

Bajo la voz.

La bajo hasta la mina
para hablar con algún minero muerto.

            Se inicia el poema con elementos mitológicos: el viento, la tierra, la luna. La creencia de que los hijos vienen de la Tierra surge de la idea de la Tierra como madre engendradora. En la mitología clásica se les considera a los vientos hijos del Cielo y de la Tierra. Los vientos simbolizan, en general, el sentido activo o violento del aire. La luna significa el mundo de las tinieblas. Horacio la llamó “reina del silencio”. La luna está sujeta a la ley universal  del devenir, del nacimiento y de la muerte. Actividad, oscuridad, silencio y muerte configuran ese mundo cuya representación comienza en los primeros versos del poema.
            En los siguientes versos  (7-10) se desmenuza la palabra Puertollano en puerto y llano. El poeta ahonda en sus valores polisémicos y metafóricos. La palabra “puerto” ofrece los siguientes significados en el Diccionario de la Academia (RAE): 1) lugar en la costa, defendido de los vientos y dispuesto para la seguridad de las naves y para las operaciones de tráfico y armamento; 2) depresión, garganta o boquete que da paso entre montañas. Esta polisemia permite el rendimiento metafórico de los versos 9 y 10.
            En el verso 11 y 12 se inicia la epopeya de un colectivo del que se señala la solidaridad cuando escribe “Hombro con hombro”, el compañerismo y el esfuerzo en “Hombre con hombre y a esfuerzo”.

Barradas y tinglados
sobre los muertos.

            Con estos versos se hace una tenue referencia a la existencia de cobertizos y otros tipos de albergue construidos toscamente y con materiales ligeros. En una visita a Puertollano, finalizando los años setenta, otro poeta, Carlos Álvarez, captó también esas “barracas y tinglados” y lo testimonia un poema suyo en el que escribe:

“…, entre aquellas
Laderas proletarias me encontraba
Cuando dio, Celso Emilio, su tañido
Por tu voz en silencio la campana
Que en mi interior se oía.
Laderas proletarias, barracas y tinglados
Un paisaje urbano nada idílico.”

Labriegos de lo hondo,
Callados ciudadanos del subsuelo.

            En este mundo donde el minero es ciudadano, la oscuridad y el silencio son los elementos dominantes. Ese mundo que es reflejo de una patria también oscura y en silencio.
            Y luego el poeta se pregunta: “¿Para qué sirven las palabras?”. Aparentemente no hay respuesta, pero prestemos atención al siguiente verso: La procesión terrestre va por dentro
            De nuevo el poeta nos remite a un mundo interior. Estas referencias al mundo del subsuelo son como ausencia de otro mundo del exterior que apenas se nombra. Ausencia que es constante presencia de una realidad que se presiente aunque no se nombre, que se toca y no se ve. Este verso “la procesión terrestre va por dentro” es una variante de la frase familiar “la procesión va por dentro” que refleja el sentir, la pena, la cólera o la inquietud aparentando serenidad o sin darlo a conocer…Y así las cosas, el poeta baja la voz.
            Veamos el doble sentido que puede tener el vocablo “bajar”: 1) minorar o disminuir alguna cosa; 2) ir desde un lugar a otro que ésta más bajo. El primer sentido es el que tiene en  Bajo la voz y escondo la vergüenza/cuando miro sus manos y mis versos.
            Disminuye la voz y esconde la vergüenza que siente cuando mira las manos de los mineros  -símbolo de una realidad- y sus versos –símbolo de una actitud- que adquiere carácter “social” en el sentido que el término tiene para Gabriel Celaya para el que lo “social” es un eufemismo para designar esa mezcla de indignación y vergüenza que uno experimenta ante la realidad en la que vive. En un segundo sentido el poeta baja la voz hasta la mina, el mundo del subsuelo donde tiene la esperanza de encontrar un interlocutor. Este empleo del doble sentido de la palabra, la necesidad de la ambigüedad viene de la dificultad de la censura que impide la expresión directa y clara en un tiempo “hecho con vetas de silencio”.
            Y para concluir diré a manera de epílogo, pues la interpretación del texto queda abierta, que este poema de Manuel Alcántara escrito con anterioridad a 1975 es, como cualquier otro texto literario, reflejo de un tiempo histórico determinado, tiempo donde el silencio, la oscuridad y la muerte configuraban una atmósfera en Puertollano que ha quedado registrada en el texto.


domingo, 14 de abril de 2019

ENCUENTRO EN GRANADA











                Supe que Manuel Salinas iba a ofrecer un recital de su poesía en El Ateneo de Granada y que iba a ser presentado por Álvaro Salvador. Me apetecía asistir. Era una oportunidad para acompañar a Manolo leyendo sus poemas y ver a Álvaro después de más de cuarenta años. Se lo dije a Manolo (Salinas) por teléfono y me invitó a que me llegara hasta Málaga, a su casa. Vente en el AVE y el lunes salimos en coche hasta Granada. Pensado y hecho. El domingo llegué a Málaga a medio día. Por la tarde me llevó a ver el Museo Ruso donde se expone una magnífica colección de cuadros de pintura de la que el hilo conductor es la mujer: Santas, reinas y obreras. La galería de retratos femeninos seleccionados es una muestra de la pintura rusa, con autores como Konstantin Makovski o Fedot Sichikov, además de una radiografía social a través de  personajes femeninos de todas las épocas. Entre los retratos de la muestra destaca el de una niña con una sonrisa que cautiva. Su autor es Fedot Sichikov (1870-1958). Me marcho de la exposición impresionado por esa sonrisa cuya contemplación justifica sobradamente la visita.

                El lunes por la mañana salimos hacia Granada. Un día nublado, con llovizna, que nos permitió dar un paseo por las calles próximas a Plaza Nueva. Rememoré la Granada de mis años universitarios. Comida en un restaurante popular donde disfrutamos de un estupendo cocido granadino y un riquísimo arroz con leche. En Granada siempre se ha comido bien y por unos precios honestos.

                A las ocho de la tarde llegamos a la Biblioteca de Andalucía (Biblioteca Pública del Estado- Biblioteca Provincial de Granada), donde va a tener lugar el acto organizado por El Ateneo de Granada que tiene aquí su sede. Veo llegar a Álvaro Salvador. Saludos protocolarios. No me acerco: prefiero esperar para saludarlo tranquilamente cuando termine el acto. En estos años hemos cambiado físicamente, aunque en Álvaro encuentro aquella misma seriedad que ya lo distinguía cuando nosotros éramos estudiantes de Románicas y él ejercía como profesor ayudante en la Facultad. Hoy, tanto Manuel Salinas como yo estamos jubilados en la docencia, después de ejercerla como catedráticos de Lengua y Literatura; Álvaro sigue como catedrático en la Universidad de Granada y su nombre aparece en los libros de texto como uno de los creadores de aquel movimiento poético que arrancó por los años setenta del pasado siglo en Granada: La otra sentimentalidad.

                Al escuchar hoy al catedrático de la Universidad de Granada evoco la imagen del joven profesor universitario que entonces preparaba su tesis doctoral y sin pretenderlo me vienen a la mente los clásicos versos de Manrique “como a nuestro parecer cualquier tiempo pasado fue mejor”, aunque sólo los justifico por la añoranza de la juventud. Entonces este catedrático de instituto jubilado que lo escucha no se imaginaba que cuarenta años después lo vería presentando a aquel otro joven (Manolo Salinas) convertido ya  en un reconocido  poeta. Hemos llegado a vivir un sueño que en aquellos años parecía algo inalcanzable.
               
                Durante el acto Álvaro Salvador recuerda los tiempos de juventud y desgrana algunas claves  de la poética de Manuel Salinas con el rigor que le es propio. Menciona el libro que publicaron como Colectivo 77 (la región (tachado) POESÍA más transparente), del que conservo un ejemplar, en un rincón especial de mi biblioteca, con algunas dedicatorias entrañables, entre ellas la del inolvidable Joaquín Lobato. Manuel Salinas entre poema y poema comenta algunos rasgos de su obra. Me quedo con la referencia que hace a un poeta al que admiro y a quien tuve la fortuna de conocer en Puertollano, gracias a otro magnífico poeta, Jesús Hilario Tundidor, allá por 1969 (el 16 de noviembre). Me refiero a José Hierro del que Salinas dijo durante su intervención: Y él sufrió cárceles, no como otros. Sufrió… Mejor es olvidarlo, porque él lo olvidó. Por el buen gusto y por seguir respetando lo que él hizo y sin embargo no hay ni un momento de amargura ni de hablar mal de los demás. Y por eso yo llevo en mi corazón, y,  repito, casi en todos mis libros este verso: llegué por el dolor a la alegría.

                Pienso que este verso,  - Llegué por el dolor a la alegría- del poeta castellano  al que sigue este otro: Supe por el dolor que el alma existe,  es una de las claves de la nueva etapa de Manolo Salinas, que se adentra en una poética ubicada en el ámbito de la espiritualidad (cuestión que merecería un estudio detallado), tal como puede comprobarse en sus últimos libros: Viviré del aire (2014) y en Inacabable Alabanza (2019), del que transcribo el poema “Y un no sé qué mejor”:

Y UN NO SÉ QUÉ MEJOR

La luz salta en hilos, en arroyos,
se aglomera, juega, se detiene,
caído se ha la aurora. Ahí va.
En qué lumbre de azucenas,
qué pájaro, qué temblor. Allí se alza
la espiga y el naranjel de tu pelo.
Bien sé yo. No hay calma, amor. No:
tu piel junto a mi piel es un incendio

                Una vez terminado el acto con un breve coloquio, firma algunos ejemplares de su último libro. Aprovecho para saludar  a Álvaro Salvador. No tarda en reconocerme  y hablamos de aquellos años en los que se fraguaron tantos sueños. Luego los acompaño a tomar una cerveza en uno de los bares típicos de la zona y allí nos dan las tantas de la noche en torno a la poesía.  

                A la mañana siguiente, antes de volver a Málaga con Manolo (Salinas) desayunamos en el Café Goya, lugar que frecuentaba de estudiante y donde solía encontrar a Juan Carlos Rodríguez Gómez, entonces profesor adjunto y más tarde catedrático de la Universidad de Granada. Juan Carlos Rodríguez acostumbraba  a tomar café en este lugar antes de dirigirse a la calle Puentezuelas donde impartía sus clases de Literatura en la que era la Facultad de Filosofía y Letras, ubicada en el edificio del palacio  de las Columnas hasta que en 1977 se trasladó al actual Campus Universitario de Cartuja. Hay quien todavía recuerda su  importancia en aquellas décadas de los 70 y 80, en las que desempeñó una labor importantísima en la vida cultural de Granada a la que estuvo ligado durante muchos años. Juan Carlos Rodríguez Gómez mantuvo una estrecha vinculación intelectual con el filósofo marxista Louis Althusser, con quien trabajó en París y al que  invitó para una conferencia en la ciudad de Granada en 1976 y de la que todavía conservo el texto integro en español que se nos repartió a las personas que asistimos.

                De regreso a Málaga nos detenemos en un bellísimo paraje conocido como La Venta El Pulgar -¿tendrá alguna relación con Hernán Pérez del Pulgar?- donde paso unos agradables minutos escuchando la conversación que mantiene Manolo y el anfitrión sobre temas diversos relacionados con la literatura, la filosofía, la historia del arte y otras cosas de la vida.

                Así termina mi viaje a Granada para asistir a un acto que me ha permitido un reencuentro y revivir como algo especial aquellos días de mi vida universitaria en la ciudad de El Darro y El Genil. Esta visita a Granada me ha desempolvado muchos recuerdos. Me alegro de haber venido con Manolo Salinas. Se lo agradezco.

Ciudad Real, 14 de Abril de 2019.