Ligero
de equipaje
(Una
lectura de Y portuguesa el alma, de
Manuel Salinas)
He leído el último poemario de Manuel
Salinas, “Y portuguesa el alma”, con el mismo afecto que leía sus primeros poemas allá en su cuarto estudio de la casa familiar de la calle San Matías de
Granada en nuestra época de estudiantes. El libro está introducido por un
magnífico estudio de Sara Pujol Russell que cumple con esa función didáctica
que tanto agradecemos algunos lectores.
El prólogo, aunque no lo pretenda su
autora, puede servirnos de guía para
viajar de poema en poema, ya que sus observaciones ofrecen claves que
facilitaran nuestra lectura.
Es el propio Salinas quien dice en
“Del lado de la vida” que “todo poeta escribe su autobiografía. Real o
ficticia, que más da”. Esto me recuerda lo que escribí allá por los años
ochenta del pasado siglo -¡Cómo pasa el tiempo!- en el prólogo para su libro
“Zulo de Noviembre”: Salinas ha optado por la aventura de vivir y la convierte
en memoria de “una sencilla pasión contra la muerte”. Ahora, añadiría que esa
pasión contra la muerte no era sino una
pasión por la vida, la misma que encontramos en “Y portuguesa el alma”, cuyos
poemas nos acercan a alguien que como el propio Lope tiene “los ojos niños y
portuguesa el alma”.
Junto a la inocencia de esos ojos
niños y de la propensión a enamorarse, en este poemario encontramos la dulzura
propia de quien ha nacido tierno de corazón, pues como también decía Lope de
Vega “quien no nace tierno de corazón, bien puede ser poeta, pero no será
dulce”.
La inocencia no sólo es presencia conceptual sino que a ella
apuntan palabras que transcienden su significado produciendo en complicidad con
quien lee una serie de sensaciones visualizadas en bellísimas imágenes como “guirnalda donde el aire florece”, “tapia del
paraíso” o “agua desgajada de la más alta luz”. Imágenes que nos permiten contemplar
con ojos niños el cuadro lírico que crea la palabra transcendida.
Es entrega la inocencia, tapia del paraíso,
agua desgajada de la más alta luz; la belleza
duele en pleno
gozo, en pleno
canto, sin pauta, aguda y grave
herida, siempre herida, rosa, rosa siempre.
O la ternura que
aparece en la canción “Juncos del Darro”:
¡Qué alegría del agua
entre los junquillos
de la tarde parda!
Juncos del Darro,
de tintes verdes,
¿Adónde iré yo
que no os lleve?
El recuerdo de Granada no es ya agua
oculta que llora sino alegría entre los junquillos de la tarde parda, esa tarde
que evoca uno de los símbolos de Antonio Machado al que también alude en
“Envío”, cierre del poemario: “Y de repente todo
se vuelve tan simple que asusta. Se reduce el equipaje. Desnudos como los hijos de la mar. Abandonamos las certezas no sólo
porque ya no estamos seguros de nada, sino porque no nos hacen falta. Vivimos
de acuerdo a lo que sentimos. Dejamos de juzgar, porque ya no hay ni verdades
ni mentiras, sino la vida que eligió cada uno. La verdad ven conmigo a buscarla. ¿La tuya?, quédatela”.
Estamos ante un poemario de amor, no
sólo por el significado de su título, que literalmente sugiere un alma propensa
a enamorarse, sino porque corre por los vasos sanguíneos de cada uno de los
poemas, como amor que hiere, cura,
transforma lo que toca o como lo único que es libre o convida a tocar con las
manos otro sol más alto.
Al leer el verso ¡Qué triste no conocer la tristeza! que cierra el poema “Miserable el momento sino es canto” no he podido evitar la
evocación de Llegué por el dolor a la alegría /Supe por el dolor que el alma existe. No sé explicar por qué he relacionado estos
versos de José Hierro y el Yo sé que ver
y oír a un triste enfada de Miguel
Hernández con este ¡Qué triste no conocer
la tristeza! de Manuel Salinas. Quizás del conocimiento de la tristeza le viene esa
alegría…, pues como decía Charles Chaplin “sin haber conocido la miseria es imposible
valorar el lujo”. De igual modo quien no ha conocido la tristeza no podría valorar la alegría ni está en condiciones de
escribir, como hace Manuel Salinas:
Ninguna espera turba. Siempre igual
y siempre distinto, el tiempo
no cesa. Quiero entregar a la alegría
la alegría recibida, la dulce libertad de quererte.
Siempre, amor, siempre.
En
el campo de la psicoterapia se dice que a las personas no nos gusta sufrir y
que huir del dolor y del sufrimiento en la vida es un acto natural y sabio. Sin
embargo, muchas personas que han atravesado por una crisis vital llegan a un
estado de “feliz desesperanza”. Cuando pasamos una crisis perdemos la fantasía
de que controlamos lo que nos sucede y dejamos de proyectarnos en el futuro.
Paradójicamente algunas personas encuentran así un camino que les permite vivir
en el presente y abrirse a la gratitud y la alegría de la vida. ¿No es esto lo
que se aprecia en los poemas de Salinas? La autora del prólogo, en ese diálogo
que tiene con el autor, le dice: Escribes siempre en presente, desde el
presente, que es, desde el presente que somos, convirtiendo el presente fugaz
en permanencia, con pocas referencias al pasado y con muchas al futuro.
Aunque no aparece la tristeza, es,
diciéndolo con palabras de Blas de Otero, algo que no se ve, pero que el yo
poético conoce muy bien, tal como se desprende de ese ¡Qué triste no conocer la tristeza! De ese conocimiento se llega a
la alegría y quizás porque ver a un triste enfada hay una voluntad de convertir
la tristeza en celebración, en belleza y, aunque la soledad no se redime, en el
amor se encuentra la salvación, tal como aparece en ese Ya no es
verdad lo que era/vence el que ama/ en musaraña no queda.
Una de las palabras que aparece con
más frecuencia es cielo ¿Cuál es su significado? Una vez es un
cielo firme más allá del cielo; otra se identifica el cielo con el mundo: Sí, hay mundo. Sí, y es cielo,
/ es canto, es azul, y es verdad/tanta belleza, tanta llama en la noche, /tanta
llaga que aquieta. O cuando se dice: hagamos del cielo el mejor lugar/ de la
tierra. ¿Acaso
no está expresando que ese paraíso soñado, anhelado, ha de construirse en este
mundo, en la tierra, y no en otro? ¿Es la construcción de la utopía aquí? Todo
ello engarzado con la idea de compartir, de querer en el otro: Sólo la mano que
perdona, / el pan que se reparte, es pan/y flor y vino y ola y luz y hierba.
Sólo/ este querer en ti, este compartir/ el susurro de las hojas es aire,
víspera, /primavera junto a la primavera.
Hacer de ese cielo el
mejor lugar de la tierra sólo sería posible si cumpliéramos lo que se dice al
final del poema Esprit de Finesse: Mar
arriba hay un cielo /que ayuda a entender el nuestro. /Haz el bien, porque es
bello. Sé feliz. Te va la vida.
… Es la hermosura, la indulgencia
que nos ayuda a sentir que lo que bien se reparte, bien sabe. Esa luz: aspirar
a ser buenos, y no más.
Desde mi Atalaya, sencillamente precioso.
ResponderEliminarUn saludo. Faustino