Las
siguientes palabras las pronuncié en la despedida de la primera promoción de
bachillerato de este siglo en el I.E.S. “Hernán Pérez del Pulgar”. Al
encontrarlas en el baúl de las palabras perdidas las incorporo aquí para
desempolvarlas en estos tiempos de confinamiento.
DESPEDIDA
Dicen que no son tristes las despedidas.
Dile a quien te lo diga que se despida.
Antonio Machado
No tengo claro, os lo digo
sinceramente que esto sea una despedida. Digamos que es un acto que, para
algunos de nosotros, se repite todos los años cuando llegan los primeros días
de junio, como sabéis una vez cada doce meses. Mas para vosotros es un momento
irrepetible que habéis esperado durante muchos años.
¿Qué os tengo que decir que no os
haya dicho después de todos estos meses durante los que hemos pasado juntos
cuatro horas a la semana hablando de palabras, cuatro horas metalingüísticas,
durante las cuales os habréis aburrido intensamente? Después llegaban otros
profesores y teníais que cambiar el registro. Os recuerdo en vuestros asientos,
resignados a escuchar al profesor de turno. ¿No os apetecía salir corriendo?
Algunos de vosotros lo habéis hecho de vez en cuando. Os hemos visto alguna que
otra vez fuera de clase, haciendo novillos por ahí enfrente. Pero mirábamos a
otro lado…Recordábamos que a vuestra edad también nos apetecía largarnos de
clase…Son cosas de la edad. Tener eso en cuenta humaniza nuestra profesión,
pues no en vano somos muchos los profesores que seguimos teniendo alma de
aquellos antiguos artesanos del Medievo y trabajando anónimamente como los
escritores de cantares.
Nosotros trabajamos sin preocuparnos
de los índices de audiencia, sin estar pendientes de los titulares de prensa o
de que nuestro nombre salga en los periódicos, ni en las pantallas de televisión
o de quedar registrados en los anales de la Historia. Sabemos que nuestra
gloria es como la “de los que escriben cantares: oír decir a la gente que no
los ha escrito nadie”; sin embargo, sabemos que estamos trabajando con seres
humanos que responden a un nombre, que tienen sentimientos y se alimentan de
sueños; y por ello nuestra labor se hace copla, copla callada que suena cuando
vosotros, nuestros alumnos, la hacéis vuestra.
No tenemos otro empeño que ayudaros
a ser felices y a ello nos entregamos con la ilusión de que nuestra labor en
las aulas corra la suerte de las buenas coplas, ya
Que,
al fundir el corazón
con
el alma popular,
lo
que se pierde de nombre
se
gana de eternidad.
Manuel
Machado
Permitidme también una breve y
sosegada mirada a la nostalgia, a aquel primer día en el que llegasteis al
instituto y fuisteis recibidos por los profesores que os darían clase en primero
y segundo de secundaria. En este momento quizás recordéis aquella mañana de
hace ya seis años cuando llegasteis al instituto con cierta angustia y preocupación
ante lo desconocido. Es justo evocar el recuerdo de aquellos profesores que os
recibieron en las aulas de este instituto que durante estos últimos años ha
formado parte de vuestra vida. Algunos están aquí para despediros, como
estuvieron para recibiros el primer día. No voy a decir sus nombres, por temor
a que se me quede alguno en el aire, aunque yo estoy seguro de que vosotros los
guardáis en vuestro corazón. Aquellos profesores, los que os dieron clase en
primero y segundo de secundaria, al igual que los que lo hicieron en los cursos
posteriores, también han contribuido a vuestra formación. De aquellos
profesores, algunos se han marchado definitivamente, aunque vosotros los
recordáis con cariño. Permitidme una segunda licencia, la de evocar entre todos
el nombre de don Ramón de la Osa. El otro día les preguntaba a algunos alumnos
de cuarto que si se acordaban de él y me decían que “tenía sus cosas, pero era
muy buena gente”. Os confieso que me emocioné. Estoy convencido que a don
Ramón, si estuviera aquí, le hubiera gustado escuchar las palabras de Irina: era
muy buena gente.
Esa es la perspectiva que no
deberíais perder nunca. “SER MUY BUENA GENTE”. Todos los profesores que
habéis tenido a lo largo de estos años hemos querido ser como caudales que han
enriquecido ese río en formación que sois cada uno de vosotros; ríos que
caminan, no a ese mar manriqueño que es el morir, sino a ese otro mar de Juan
Ramón en el que encontraréis la plenitud, la madurez de vuestras vidas.
Vosotros no sois, a vuestra edad, el
río de Jorge Manrique, sino el camino de Antonio Machado, ese camino que se
construye al andar. Esperamos que de alguna manera los profesores de este
centro os hayamos ayudado en el tramo del camino cuya culminación estamos
celebrando en este acto.
Cada uno de los muchos profesores y
profesoras que habéis tenido han ido dejando lo mejor de cada uno desde sus
diferencias, desde sus contradicciones. Porque como ya os habréis ido dando
cuenta durante estos años, los profesores somos muy distintos unos de otros,
aunque esas diferencias no han impedido que todos hayamos compartido el interés
porque os llevéis lo mejor de cada uno de nosotros. Este es el valor de los
centros de la enseñanza pública, el modelo que vuestros padres eligieron para
vosotros -Ojalá que no os hayamos defraudado-, un modelo plural, respetuoso con
todas las condiciones sociales y con cualquier origen territorial.
Vosotros sois, una de las primeras
promociones, la primera del siglo XXI (2000-2006), que ha compartido las aulas
con alumnos venidos de países como Marruecos, Colombia, Ecuador, Rumanía e,
incluso, de la lejana China. Todo esto hubiera sido cosa de locos imaginarlo
hace algunos años cuando los únicos forasteros venían de los pueblos cercanos o
-y eso ya era insólito- algún alumno de Andalucía o de Cataluña. Todo esto es
reflejo de que se está produciendo un cambio. Vosotros estáis llamados a ser
protagonistas de ese cambio. Por ello será necesario que sigáis trabajando
duramente en vuestra próxima etapa. Aquí, en el instituto, habéis convivido en
una pequeña comunidad, pero os espera otra más grande y compleja cuando salgáis
por la puerta (en la que ya no estarán Gabino ni Belén para controlaros) para
empezar a hacer una nueva etapa de vuestra vida.
Y como nosotros, vuestros profesores
y profesoras, seguiremos aquí algunos años más, sí que me gustaría, ya para
terminar, recordaros las palabras de uno de los más grandes pensadores
apócrifos de nuestro país, me refiero a Juan de Mairena:
“Vosotros
debéis amar y respetar a vuestros maestros, a cuantos de buena fe se interesan
por vuestra formación espiritual. Pero para juzgar si su labor fue más o menos
acertada, debéis de esperar mucho tiempo, acaso toda la vida, y dejar que el
juicio lo formulen vuestros descendientes. Yo os confieso que he sido ingrato
alguna vez -y harto me pesa- con mis maestros, por no tener presente que en
nuestro mundo interior hay algo de ruleta en movimiento, indiferente a las
posturas del paño, y que mientras gira la rueda, y rueda la bola que nuestros
maestros lanzaron en ella un poco al azar, nada sabemos de pérdida o ganancia,
de éxito o de fracaso”.
Muchas
gracias.
Instituto “Hernán Pérez del Pulgar”
Ciudad Real, 6 de junio de 2006