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lunes, 16 de abril de 2012






GRANADA, CIUDAD CERRADA
 A mi amigo Paco González Arroyo

Granada es una ciudad cerrada, solía decir mi amigo Manolo Salinas. Málaga, por el contrario es abierta. Con el tiempo, mi amigo se fue a vivir a Málaga; y un día, que lo visité en esa ciudad, que alguien llamó la ciudad del paraíso, me dijo: Málaga es como una salchicha. No le pregunté que de qué tipo de carne, porque yo pensaba en Granada,  agua oculta  que llora. Y, después, pensé en lo bien que se estaba en Málaga aquella mañana de primavera, paseando por sus calles próximas a la Alcazaba. A mi me encanta pasear por los cascos históricos de las ciudades antiguas, quizás porque me crié en una ciudad engullida por el mal gusto y la pobreza de sus edificios, una ciudad entrañable pero sin esa belleza que tienen las ciudades que conservan sus cascos antiguos y llenos de historia.
Mi amigo tuvo la suerte de nacer en una ciudad como Granada, de vivir en un barrio de callejuelas con casas centenarias, y de habitar en una casa, con mucha historia y misterios en los rincones de sus habitaciones, en el corazón del viejo barrio judío de la ciudad que no sería nada sin el palacio que se levanta sobre una de sus colinas y sin el barrio morisco que la mira desde el frente.
Ahora, cuando voy a Granada, me gusta pasear por sus calles, por sus plazas, en esas horas tempranas en las que salen algunas mujeres a hacer la compra en las tiendas que hay en la plaza de la Romanilla y en sus calles adyacentes. Es una plaza llena de colores, de aromas y de ruidos populares que se transforman en música y en canto cuando los vendedores ofrecen los productos que tienen en sus puestos de madera a la vista de los transeúntes.
Desde la plaza de la Romanilla me dirijo a la de la Trinidad en busca del Café Goya, donde en mis años de estudiante me gustaba ir a tomar el café de sobremesa antes de encerrarme  en la biblioteca de la Faculta de Filosofía y Letras, que entonces estaba en el Palacio de Las Columnas, de la calle de Puentezuelas. Luego, por la calle de las Tablas  me  llego hasta el “Rincón de Lorca”, un restaurante nuevo que han abierto en la misma casa en la que Federico se escondió para protegerse en las primeras semanas de la guerra y donde fue detenido por unos fascistas granadinos, que lo asesinaron en la madrugada del 18 de agosto. Esta era la casa de los Rosales, una de las familias más influyentes de Granada en aquellos años, y de la que en mi época universitaria conocí a uno de sus descendientes que vivía en la calle Angulo.
Entro en  la plaza de los Lobos, donde recuerdo que se encontraba la policía armada, los grises como se llamaban entonces. Hoy ya no se encuentran aquí y la plaza se nota abandonada. Muy cerca está la Plaza de la Universidad donde en otro tiempo se hallaba la Facultad de Derecho y una de las librerías más interesantes de Granada, en el mismo edificio en cuyo ático viví en mi primer año de estudiante y desde donde se contemplaba la parte alta de la catedral.
Granada nunca me pareció  una ciudad cerrada, aunque pienso que mi amigo lo decía en un sentido figurado y, quizás sí que tiene algo de razón, tal como él entiende eso de ciudad cerrada. En esta ciudad todavía sigue presente el espíritu de los que mataron a Marianita Pineda y a Federico García Lorca. Es ese espíritu el que le da la sensación de círculo cerrado, que se rompe subiendo hasta el Albayzín y tomando unas cuantas cervezas acompañadas de unas habitas con jamón, en casa Torcuato. Entonces Granada es un sueño de jazmín que se enreda en los ojos cuando al pasar por la plaza de San Nicolás te sientas en uno de sus bancos y te quedas mirando a la Alhambra, que se encuentra en la colina de enfrente como si por ella no pasaran los años.


sábado, 7 de abril de 2012



SÁBADO  ROJO DE GLORIA

Hace treinta y cinco años, un sábado de gloria como el de hoy, se produjo un hecho en España que asombró a todos los ciudadanos de este país, a los de derecha, a los de izquierda y a los de centro, que entonces había muchos ciudadanos de centro.  En plena Semana Santa, Adolfo Suárez tuvo el valor de legalizar al partido político que con más saña había estigmatizado el régimen franquista.
Esta mañana he escuchado la voz de Santiago Carrillo, a quien han entrevistado en directo en una emisora de radio, y reconozco que me alegro cada vez que escucho esa voz de quien ya tiene más de noventa años de vida y que fue, y quizás sigua siendo para algunos, el enemigo público número uno en aquellos años de la dictadura. También fue el autor de un librito –“Eurocomunismo y Estado”- que llevaban en la mano muchos de los progres de entonces, allá por el filo de los años ochenta del pasado siglo, para dejar patente, en los pasillos de la universidad, que ellos también eran modernos y demócratas de toda la vida; algunos de ellos, defienden hoy, con  el ímpetu de los conversos, las políticas neoliberales con las que están desmantelando el llamado Estado del Bienestar. Y es que el tiempo, si es algo, es mudanza.
A mí, lo que más me atraía de aquel partido, aparte de otras cosa, era la entrega de aquellos militantes sencillos, obreros de pie de obra, que entregaban su tiempo y arriesgaban su vida por aquellos ideales de una sociedad sin clases, y que en los años de la Transición luchaban por una democracia para todos los españoles.
Sé que hoy todo esto ha quedado atrás, pero, tal como pinta el presente, no está claro que no sea necesario que aquellos aires de idealismo y de compromiso tuvieran que aparecer  en estos tiempos áridos y secos, donde se están imponiendo valores que fomentan el individualismo, la desconfianza y, en los que se está regresando a ese concepto de Hobbes que expresa que el hombre es un lobo para el hombre.




viernes, 6 de abril de 2012




EL PRENDIMIENTO


A mi amigo Fernando Mansilla


Placita de San José. Tarde de Jueves Santo. Los niños se reúnen para contemplar la escenificación del Prendimiento. A la puerta de la iglesia han colocado un paso en el que aparece Jesús en el huerto, acompañado de Judas. Lo más vistoso es ver la llegada de un grupo de “armaos”. Los ojos infantiles los ven como auténticos soldados del ejército de Roma. Llegan en formación; vestidos con túnicas rojas; calzados con cáligas con cintas de cuero cruzadas en sus piernas, desnudas a la manera de los legionarios romanos. Brillan sus armaduras de latón y las puntas de sus lanzas. Sobresalen sus celadas con cristas llenas de plumas de vivos colores. A su mando va un centurión, cubierto con una capa roja,  sobre un corcel blanco. Tras él camina el aquilífero que porta la insignia del águila con las alas extendidas. La escena aparece real ante los asombrados muchachos que, aun sabiendo que asisten a una representación teatral, están dispuestos a aceptar que todo forma parte de la liturgia que una y mil veces les han contado en la escuela.
Los soldados rodean a Jesús, que ora confiado entre los olivos y no recela de la llegada de uno de sus discípulos ni del beso que éste le da en la mejilla, como señal para indicar a los soldados que se trata de Jesús de Nazaret, al que han ido a prender. Judas, que así es como se llama el discípulo,  recibe un puñado de treinta monedas de plata, después de que su Maestro sea prendido por los soldados. Los espectadores aplauden entusiasmados la escena y los muchachos marchan, tras el paso y los soldados que lo escoltan, dando gritos e insultando a Judas por su traición. En la escuela les han dicho que Judas es judío, al igual que los que después pedirán la muerte de Jesús. Los deicidas son judíos, los asesinos de Dios. Y, sin saber por qué, los muchachos sienten odio por Judas y por las gentes como él.
Pero, ¿cómo es Judas? ¿Por qué ha entregado a Jesús? Cuando pasen los años, uno de esos muchachos caerá en la cuenta de que Judas no es más que  una marioneta del destino, creada para cumplir el papel de entregar a Jesús, tal como estaba escrito. Si Judas no lo hubiera hecho ¿A qué otro discípulo le hubiera correspondido  la acción de entregar al Maestro? Después, cuentan los narradores de la historia, Judas no resiste su culpa y termina ahorcándose. Pobre Judas, triste destino el suyo. Qué diferente su papel al que le estaba reservado a Pablo de Tarso, el que vivió como fariseo hasta su conversión en el camino de Damasco  donde, según su propio relato, oye una voz que le habla y le dice en lengua hebrea: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?...  
Una vez más, en pleno Jueves Santo, muchos años después, uno de aquellos muchachos vuelve a la Plaza de San José para contemplar el prendimiento. El mismo paso, otros soldados de Roma, mas ya no están los mismos muchachos esperando a que se produzca  el arresto de Jesús. Algo ha cambiado. En uno de los balcones hay una palma, símbolo de Semana Santa, pero no hay nadie en el balcón en esta tarde de jueves santo; sin embargo,  tiene la sensación de ver tras los cristales el rostro de una niña que mira asombrada todo lo que está ocurriendo en la plaza…