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viernes, 6 de abril de 2012




EL PRENDIMIENTO


A mi amigo Fernando Mansilla


Placita de San José. Tarde de Jueves Santo. Los niños se reúnen para contemplar la escenificación del Prendimiento. A la puerta de la iglesia han colocado un paso en el que aparece Jesús en el huerto, acompañado de Judas. Lo más vistoso es ver la llegada de un grupo de “armaos”. Los ojos infantiles los ven como auténticos soldados del ejército de Roma. Llegan en formación; vestidos con túnicas rojas; calzados con cáligas con cintas de cuero cruzadas en sus piernas, desnudas a la manera de los legionarios romanos. Brillan sus armaduras de latón y las puntas de sus lanzas. Sobresalen sus celadas con cristas llenas de plumas de vivos colores. A su mando va un centurión, cubierto con una capa roja,  sobre un corcel blanco. Tras él camina el aquilífero que porta la insignia del águila con las alas extendidas. La escena aparece real ante los asombrados muchachos que, aun sabiendo que asisten a una representación teatral, están dispuestos a aceptar que todo forma parte de la liturgia que una y mil veces les han contado en la escuela.
Los soldados rodean a Jesús, que ora confiado entre los olivos y no recela de la llegada de uno de sus discípulos ni del beso que éste le da en la mejilla, como señal para indicar a los soldados que se trata de Jesús de Nazaret, al que han ido a prender. Judas, que así es como se llama el discípulo,  recibe un puñado de treinta monedas de plata, después de que su Maestro sea prendido por los soldados. Los espectadores aplauden entusiasmados la escena y los muchachos marchan, tras el paso y los soldados que lo escoltan, dando gritos e insultando a Judas por su traición. En la escuela les han dicho que Judas es judío, al igual que los que después pedirán la muerte de Jesús. Los deicidas son judíos, los asesinos de Dios. Y, sin saber por qué, los muchachos sienten odio por Judas y por las gentes como él.
Pero, ¿cómo es Judas? ¿Por qué ha entregado a Jesús? Cuando pasen los años, uno de esos muchachos caerá en la cuenta de que Judas no es más que  una marioneta del destino, creada para cumplir el papel de entregar a Jesús, tal como estaba escrito. Si Judas no lo hubiera hecho ¿A qué otro discípulo le hubiera correspondido  la acción de entregar al Maestro? Después, cuentan los narradores de la historia, Judas no resiste su culpa y termina ahorcándose. Pobre Judas, triste destino el suyo. Qué diferente su papel al que le estaba reservado a Pablo de Tarso, el que vivió como fariseo hasta su conversión en el camino de Damasco  donde, según su propio relato, oye una voz que le habla y le dice en lengua hebrea: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?...  
Una vez más, en pleno Jueves Santo, muchos años después, uno de aquellos muchachos vuelve a la Plaza de San José para contemplar el prendimiento. El mismo paso, otros soldados de Roma, mas ya no están los mismos muchachos esperando a que se produzca  el arresto de Jesús. Algo ha cambiado. En uno de los balcones hay una palma, símbolo de Semana Santa, pero no hay nadie en el balcón en esta tarde de jueves santo; sin embargo,  tiene la sensación de ver tras los cristales el rostro de una niña que mira asombrada todo lo que está ocurriendo en la plaza…

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