FUE EN
MAYO
“Recordar es fácil para
quien tiene memoria. Olvidar es difícil para el que tiene corazón”
Gabriel García Márquez
Cuando el hijo la mira y ve cómo transcurre su
tiempo sentada en un sillón junto a la ventana por la que observa la calle en la
que ha pasado la mitad de sus días, lo inunda una congoja que se derrama en su
corazón. A sus ochenta y ocho años es un testigo de la historia de este país en
el que ha transcurrido su existencia y en el que ha sorteado todas las
dificultades con las que la vida ha ido azotándola. Nació en plena dictadura de
Primo de Rivera, vio en su casa cómo se reunían dirigentes obreros y vivió en
primera línea las ilusiones republicanas, luego la guerra y el apocalipsis que
se llevó los sueños de los suyos.
Como ocurre con las personas mayores, le cuesta
recordar los sucesos más próximos. Si le preguntas qué ha almorzado no lo
recuerda, pero puede narrarte los acontecimientos que vivió hace setenta años. La
memoria reciente le falla por esas lagunas cognitivas que causa el paso del
tiempo, pero el corazón le impide olvidar aquellos hechos que marcaron su
infancia y su adolescencia. Evoca que en su casa había muchos libros que se
perdieron después de la guerra. Entre sus lecturas preferidas se encontraban
los romances en los que siempre aparecía alguna historia triste
como la de aquel prisionero que sólo sabía si era de día o de noche por el
canto de una avecica que le cantaba al
alba, hasta que se la mató un ballestero.
Al escucharla, el hijo relaciona aquella triste historia con el retrato en el
que aparece un rostro risueño, de frente
ancha, ojos vivos y labios con una sonrisa que llena de luz la fotografía. Se
trata de uno de sus tíos, un joven de 19 años cuya historia se asemeja a la del protagonista del romance que fue
hecho prisionero por el mes de mayo cuando canta la calandria y le responde el
ruiseñor, cuando están los campos en flor, encañan los trigos y los enamorados van a servir al
amor…
Hay fechas que no se olvidan nunca. Ni siquiera
cuando la memoria envejece y las neuronas se desgastan. Ella lo sabe bien. Todavía recuerda aquel mes
de mayo de 1940. Nunca lo ha olvidado. Ni la guadaña del tiempo ha logrado segar
su memoria. Cuando llega el 20 de mayo afloran las reminiscencias y entonces ve
cómo un grupo de fascistas españoles, vestidos con camisas azules, entran en su
casa y se llevan a uno de sus hermanos, el mismo joven del retrato, con la
promesa de que regresará pronto. Nunca más volverán a verlo. Mucho tiempo
después saben que pasó de una cárcel a otra y que el 20 de mayo de 1940
desapareció. No volvieron a saber de él hasta que recibieron aquella nota manuscrita en la que decía con su puño
y letra que iba a morir sin culpa e inocente. En la madrugada del
20 de mayo de 1940 se presentaron en la prisión un grupo de guardias civiles
con la orden de recoger a los detenidos cuyos nombres aparecían en la relación enviada desde el
Gobierno militar para ser fusilados al amanecer de aquel día. Aunque la cárcel
no quedaba muy lejos del cementerio, los condenados fueron trasladados en un
camión militar y una vez allí los hicieron bajar, obligándolos a caminar con las manos
atadas detrás de la espalda hasta las tapias del cementerio donde el pelotón se
encargaba de acabar con sus vidas. Allí, junto a las tapias
de adobe, lo ejecutaron ceremoniosamente como hacen los asesinos que revisten
el crimen con los rituales de su culto y dan vivas a la muerte mientras gritan
mueras a la inteligencia.
Aquella mañana del
20 de mayo su hermano miró por última vez el paisaje donde iba a morir. Nunca
había imaginado que un hombre pudiera llegar vivo al lugar adonde iba a ser
enterrado. Pensaría en su madre ¿Por qué razón se piensa siempre en la madre
cuando está próximo el momento de la muerte? ¿Será cierto que la existencia es
la metáfora del círculo? Todavía no eran
las cinco de la madrugada. Hacía frío. Los miembros del pelotón tenían prisa en
hacer su tarea y no se descuidaron en llevarla a cabo. A las cinco horas falleció
a consecuencia de arma de fuego en ejecución de sentencia, según resulta de oficio
del Juzgado Militar... A continuación arrojaron su cuerpo a una fosa común,
encima y debajo de los cuerpos de otros fusilados, sin una sencilla caja de madera
que lo protegiera del contacto directo con la tierra. Tampoco se dignaron
en comunicar a la familia ni la hora ni la fecha de su muerte, así que
nadie pudo ir a verlo por última vez ni a reclamar su cadáver.
Cuando hoy alguien que
recuerda su historia visita la tumba
donde yacen sus restos en el
cementerio de Ciudad Real, junto a los de otros fusilados por los franquistas desde
que terminó la guerra hasta muy avanzada la década de los años cuarenta, y lee
la inscripción que han colocado en la tapia que está al fondo -A los que
dieron su vida por la libertad y la democracia- piensa que setenta y tres
años después este país sigue en deuda con ellos. La losa que la cubre está
llena de objetos que distorsionan la memoria de los muertos. Alguien ha
permitido la proliferación de iconos ajenos a las ideas que tuvieron muchos de
los que yacen ahí y la tumba se ha convertido en una feria de fetiches y
confusiones. Lo que debía ser un recuerdo de la barbarie se ha convertido en
una imagen de la cultura rancia que impregna este paisaje donde más que el
recuerdo de los muertos importa el culto a la muerte. Sobre la losa hay pequeñas
piezas de mármol en las que están escritos los nombres de algunos de los
fusilados, pero otros muchos no aparecen aunque sus restos estén ahí. ¿Quién ha
decidido la ausencia de todos los nombres que nadie ha escrito y que configuran
esa enorme geografía del olvido?
Hay que limpiar estas
tumbas del fetichismo que las invade y recuperar, como ya se ha hecho en algunas
ciudades como Córdoba, esos nombres que pertenecieron a los hombres y mujeres
cuyos restos yacen en tumbas como ésta en
tantos cementerios de España, esos nombres silenciados por el miedo y la
desidia, para que no permanezcan cubiertos por el olvido y la desmemoria.