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viernes, 17 de mayo de 2013





FUE EN MAYO


“Recordar es fácil para quien tiene memoria. Olvidar es difícil para el que tiene corazón”

Gabriel García Márquez
   Cuando el hijo la mira y ve cómo transcurre su tiempo sentada en un sillón junto a la ventana por la que observa la calle en la que ha pasado la mitad de sus días, lo inunda una congoja que se derrama en su corazón. A sus ochenta y ocho años es un testigo de la historia de este país en el que ha transcurrido su existencia y en el que ha sorteado todas las dificultades con las que la vida ha ido azotándola. Nació en plena dictadura de Primo de Rivera, vio en su casa cómo se reunían dirigentes obreros y vivió en primera línea las ilusiones republicanas, luego la guerra y el apocalipsis que se llevó los sueños de los suyos.
   Como ocurre con las personas mayores, le cuesta recordar los sucesos más próximos. Si le preguntas qué ha almorzado no lo recuerda, pero puede narrarte los acontecimientos que vivió hace setenta años. La memoria reciente le falla por esas lagunas cognitivas que causa el paso del tiempo, pero el corazón le impide olvidar aquellos hechos que marcaron su infancia y su adolescencia. Evoca que en su casa había muchos libros que se perdieron después de la guerra. Entre sus lecturas preferidas se encontraban los romances en los   que siempre aparecía alguna historia triste como la de aquel prisionero que sólo sabía si era de día o de noche por el canto de una  avecica que le cantaba al alba, hasta que se la  mató un ballestero. Al escucharla, el hijo relaciona aquella triste historia con el retrato en el que aparece un rostro risueño, de  frente ancha, ojos vivos y labios con una sonrisa que llena de luz la fotografía. Se trata de uno de sus tíos, un joven de 19 años cuya historia se asemeja  a la del protagonista del romance que fue hecho prisionero por el mes de mayo cuando canta la calandria y le responde el ruiseñor, cuando están los campos en flor, encañan  los trigos y los enamorados van a servir al amor…
   Hay fechas que no se olvidan nunca. Ni siquiera cuando la memoria envejece y las neuronas se desgastan.  Ella lo sabe bien. Todavía recuerda aquel mes de mayo de 1940. Nunca lo ha olvidado. Ni la guadaña del tiempo ha logrado segar su memoria. Cuando llega el 20 de mayo afloran las reminiscencias y entonces ve cómo un grupo de fascistas españoles, vestidos con camisas azules, entran en su casa y se llevan a uno de sus hermanos, el mismo joven del retrato, con la promesa de que regresará pronto. Nunca más volverán a verlo. Mucho tiempo después saben que pasó de una cárcel a otra y que el 20 de mayo de 1940 desapareció. No volvieron a saber de él hasta que recibieron aquella nota manuscrita en la que decía con su puño y letra que iba a morir sin culpa e inocente. En la madrugada del 20 de mayo de 1940 se presentaron en la prisión un grupo de guardias civiles con la orden de recoger a los detenidos cuyos nombres  aparecían en la relación enviada desde el Gobierno militar para ser fusilados al amanecer de aquel día. Aunque la cárcel no quedaba muy lejos del cementerio, los condenados fueron trasladados en un camión militar y una vez allí los hicieron  bajar, obligándolos a caminar con las manos atadas detrás de la espalda hasta las tapias del cementerio donde el pelotón se encargaba de acabar con sus vidas.  Allí, junto a las tapias de adobe, lo ejecutaron ceremoniosamente como hacen los asesinos que revisten el crimen con los rituales de su culto y dan vivas a la muerte mientras gritan mueras a la inteligencia.
   Aquella mañana del 20 de mayo su hermano miró por última vez el paisaje donde iba a morir. Nunca había imaginado que un hombre pudiera llegar vivo al lugar adonde iba a ser enterrado. Pensaría en su madre ¿Por qué razón se piensa siempre en la madre cuando está próximo el momento de la muerte? ¿Será cierto que la existencia es la metáfora del círculo?  Todavía no eran las cinco de la madrugada. Hacía frío. Los miembros del pelotón tenían prisa en hacer su tarea y no se descuidaron en llevarla a cabo. A las cinco horas falleció a consecuencia de arma de fuego en ejecución de sentencia, según resulta de oficio del Juzgado Militar... A continuación arrojaron su cuerpo a una fosa común, encima y debajo de los cuerpos de otros fusilados, sin una sencilla caja de madera que lo protegiera del contacto directo con la tierra. Tampoco  se dignaron  en comunicar a la familia ni la hora ni la fecha de su muerte, así que nadie pudo ir a verlo por última vez ni a reclamar su cadáver.
   Cuando hoy alguien que recuerda su historia visita la tumba  donde yacen sus  restos en el cementerio de Ciudad Real, junto a los de otros fusilados por los franquistas desde que terminó la guerra hasta muy avanzada la década de los años cuarenta, y lee la inscripción que han colocado en la tapia que está al fondo -A los que dieron su vida por la libertad y la democracia- piensa que setenta y tres años después este país sigue en deuda con ellos. La losa que la cubre está llena de objetos que distorsionan la memoria de los muertos. Alguien ha permitido la proliferación de iconos ajenos a las ideas que tuvieron muchos de los que yacen ahí y la tumba se ha convertido en una feria de fetiches y confusiones. Lo que debía ser un recuerdo de la barbarie se ha convertido en una imagen de la cultura rancia que impregna este paisaje donde más que el recuerdo de los muertos importa el culto a la muerte. Sobre la losa hay pequeñas piezas de mármol en las que están escritos los nombres de algunos de los fusilados, pero otros muchos no aparecen aunque sus restos estén ahí. ¿Quién ha decidido la ausencia de todos los nombres que nadie ha escrito y que configuran esa enorme geografía del olvido?
   Hay que limpiar estas tumbas del fetichismo que las invade  y  recuperar, como ya se ha hecho en algunas ciudades como Córdoba,  esos  nombres que pertenecieron a los hombres y mujeres cuyos restos  yacen en tumbas como ésta en tantos cementerios de España, esos nombres silenciados por el miedo y la desidia, para que no permanezcan cubiertos por el olvido y la desmemoria.