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miércoles, 28 de marzo de 2012




LA VOZ DE UN OBISPO ANTE LA REFORMA LABORAL

No quiero que llegue la fecha del 29 de marzo sin que en este humilde tren del último curso se mencione que mañana hay convocada una huelga general en este país en el que estamos sufriendo constantes agresiones a los derechos ciudadanos que creíamos estables, pero que vemos amenazados desde unos años para acá.
Mañana, algunas personas que conozco no podrán unirse a la huelga, debido a las precarias condiciones de su situación laboral; sin embargo,  su corazón estará con quienes van a secundar la convocatoria. También conozco a otros que, convencidos de que con ello defienden la política que está llevando a cabo el actual gobierno de España, acudirán al trabajo; otros porque piensan que hagan lo que hagan no sirve para nada. Y, podría seguir, con toda  una serie de casos, hasta elaborar una cadena interminable…
Estando en esta reflexión, me ha llamado la atención que de una institución, desde la que me llegan más ecos que voces, hoy haya surgido una voz que parece pronunciarse en defensa de los trabajadores, la del Obispo de Ciudad Real. Por este motivo quiero traer esa voz a esta pequeña ágora para que la conozcáis quienes os acercáis a este espacio:

No me toca a mí juzgar de la conveniencia o no, en el aspecto técnico y jurídico, de una Ley en un momento determinado en el que la sociedad entera está amenazada por una Crisis global sin precedentes en la historia humana. Los ciudadanos de la calle no tenemos elementos de juicio suficientes para dar una opinión técnica en temas cada vez más complejos. En estos momentos, nos hemos de fiar de las instituciones que deben entender de problemas de tan gran magnitud. Por esto, les debemos exigir a dichas instancias políticas, sindicales, empresariales, financieras y a los distintos colectivos de expertos que actúen con responsabilidad y, si siempre tenemos todos la obligación de construir el bien común, anteponiéndolo a intereses particulares, ahora más que nunca corresponde mayor obligación al que más puede.
Dicho esto, de lo que sí estamos en condiciones de juzgar es de la bondad o maldad de una Ley que rebaja claramente los derechos de los trabajadores respecto a situaciones anteriores, y lo peor es que llevamos muchos años ya de nuestra democracia donde siempre los perdedores en el concierto social, repito, siempre, son los mismos y siempre los más débiles.
Nadie habla de provisionalidad en las medidas que se están tomando, luego lo que se quiere hacer es establecer un "mercado de trabajo" en el que los empleadores hagan y deshagan a su antojo, olvidando que el "empleado" posible es, ante todo y sobre todo, "persona" a la que otros han dado la vida, la han educado, tiene necesidades básicas: familiares y sociales, no es una mera fuerza de trabajo que se admite o despide unilateralmente y durante un largo periodo de tiempo, pues, en un año de provisionalidad en el empleo (esto es lo que dice la Ley), puede ocurrir de todo, desde una gripe a un suceso familiar al que hay que atender antes que a cualquier otra urgencia de la vida de la empresa. Las personas no somos tan flexibles, tan elásticas, como nos quieren hacer creer.
¿De verdad no hay otras soluciones para crear puestos de trabajo? Parece mentira que a día de hoy tengamos que echar mano de usos del pasado que trajeron tanta injusticia y explotación a los trabajadores. Con estas medidas y sin meterme a profeta, se van a conseguir los mismos frutos de un pretendido bienestar, hasta es posible, pero no habremos avanzado nada en que el trabajador se sienta realizado con su trabajo y le sirva para llevar una vida estable y sin sobresaltos; que haga posible la familia, la educación de los hijos, el tejido social compacto y fuerte que hace personas y países fuertes para soportar las inclemencias de las coyunturas históricas.
Y, si no queda más remedio que aplicar hoy estas medidas, ¿no han de ser complementadas por otras en las que lo central sea la vida de las personas? ¡Tantos avances tecnológicos para esto! Da la impresión de que las sociedades desarrolladas van a ser las que más poder concentren en menos manos y esto no se corresponde con las aspiraciones de una sociedad democrática avanzada. Los jefes políticos europeos toman sus medidas por vía de urgencia sin apenas contar con los parlamentos respectivos; los poderes financieros se están concentrando en muy pocas manos. No sé si es muy descabellado pensar que, en el río revuelto de la Crisis, están pescando los más poderosos sin contar con la opinión de la sociedad.
          Elevemos nuestras oraciones para que Dios nuestro Señor cuide de los más perjudicados de esta malísima situación que ya cuenta en nuestra España con más de once millones de pobres.

Vuestro obispo,
+ Antonio.






domingo, 18 de marzo de 2012


CONVERSACIONES DE SOBREMESA


Es  la  falta  de compromiso con la vida como experiencia lo que hace que se charlotee y no se  hable. La ausencia de diálogo verdadero, esta aridez terrible que hay en la  comunicación, esta incapacidad  de comunicar, crecen solo en paridad al chismorreo.


L. Giussani



En un reciente viaje a Granada he recuperado el placer de las conversaciones de sobremesa, gracias al reencuentro con viejos amigos, amantes de disfrutar de ese tiempo que sigue a una comida. Es ésta una práctica que tenía casi olvidada, debido a una serie de circunstancias que parece que se confabulan contra los amantes de las conversaciones abiertas, sin más  condición que el respeto a todas las opiniones que los diferentes interlocutores puedan expresar.
Aunque en alguna parte he leído que son los franceses los que no conciben una comida sin que vaya seguida de una o dos horas de sobremesa, fue durante mis tiempos de estudiante donde me aficioné a esas conversaciones de sobremesa en las que fui aprendiendo el protocolo a seguir  en ellas. Dado que era frecuente que nos juntásemos personas de diferentes ideologías, tanto en lo que se refiere a la política como a la religión, se procuraba que los temas se trataran siguiendo unas reglas de respeto a las ideas y creencias de los otros, incluso a veces salían temas relacionados con el sexo, a pesar de que entre los interlocutores hubiera personas de diferentes características. Es en aquellas conversaciones donde se fue construyendo mi identidad, mi respeto a quienes tenían un sexo diferente e incluso otras tendencias en sus relaciones.
En aquellas conversaciones de sobremesa se aprendía a hablar y a escuchar; a  respetar las ideas antagónicas y las creencias diferentes a las propias. Solo cuando llegaban personas nuevas procurábamos evitar temas relacionados con la política, con la religión o el sexo; pero una vez que se daban a conocer y se integraban, esos tabúes desaparecían y la sobremesa se convertía en un ágora libre en la que todos nos encontrábamos bien.
Recuerdo que se solían evitar los chismorreos porque daban lugar a situaciones desagradables y áridas. Esto es lo que convertía aquellas conversaciones en actos de comunicación, con diálogos frescos y enriquecedores; donde solo se aburría quien no tenía nada que decir o era tan superficial y tan vano que no se daba cuenta de que allí estaba perdiendo el tiempo. Este tipo de personas no solía volver a nuestras sobremesas.
Para evitar que otras personas pudieran escuchar lo que hablábamos, procurábamos que el tono de nuestra voz no fuera alto, evitando los gritos. Todavía no he llegado a entender por qué en este país se habla gritando en los lugares públicos. Lo lógico es que durante los muchos años de dictadura hubiéramos desarrollado hábitos de hablar con tonos bajos, pero los resultados han sido los contrarios.

Saber hablar y saber callar. Mirar de frente a quien está hablando. Respetar la opinión y las ideas de los demás, pues nadie está en posesión de la verdad. Conversar en un lugar donde no se grite, donde lo que se está tratando en una mesa contigua no interfiera en la propia conversación, crea un clima adecuado y confortable que hace más agradable la sobremesa donde poder cultivar esas conversaciones en las que es posible el cambio de impresiones, la confrontación de ideas de forma pacifica, el enriquecimiento con los conocimientos del otro.

Es la conversación un tipo de interacción verbal que constituye la forma fundamental de la comunicación oral. Al conversar se pone en funcionamiento la competencia comunicativa de los seres humanos. Por otra parte, la conversación se caracteriza por ser, además de un proceso lingüístico, un proceso social, a través del cual se construyen identidades, relaciones y situaciones. Por lo tanto, en la conversación los hablantes no demuestran solo su competencia comunicativa, sino también los procedimientos empleados para la construcción de un orden social.

Cuando la conversación tiene lugar con un grupo de amigos con los que se comparte  mesa y mantel, conversando familiarmente sobre cuestiones más o menos interesantes, la dilatada y cálida sobremesa se transforma en un momento mágico y  entrañable que hay que vivir intensamente. Porque conversar no es solo hablar una o varias personas con otra u otras; también es vivir, habitar en compañía de esos otros, con los que tratamos, nos comunicamos y fomentamos amistad. Estos significados de la conversación parecen que hoy están en desuso, debido a que las realidades a las que apuntan han desaparecido a causa de las nuevas estructuras de relación que nos imponen. Sin embargo siempre quedamos los que pensamos que las palabras pueden funcionar como los retrovisores de un coche: como espejos en los que se refleja la vida. En ellas podemos encontrar esos significados que evocan realidades latentes bajo esas otras que nos imponen con nuevos significados. Recordemos que las palabras no solo sirven para señalar la realidad, también para crearla: en el principio fue el verbo.

En definitiva, no dejando de mirar al retrovisor de nuestra vida podemos recuperar las imágenes de esas realidades pretéritas en las que la conversación era una acción de habitar, de vivir con los demás. Las palabras permiten evocar esas realidades, acercarlas a nuestras formas actuales y recuperarlas como actos de comunicación en los que la amistad y el habitar en compañía de otros dejen de ser realidades en desuso.

Por ello, el compromiso de provocar  situaciones en las que conversar vuelva a recuperar esos viejos significados, es un acto necesario de resistencia, frente a quienes pretenden imponer esas realidades en las que habitemos en soledad, sin comunicación.
El sentido de la conversación es hacer participe de lo que uno tiene –conocimientos, sentimientos, sueños, deseos…- a los otros, a nuestros interlocutores, a los que conocemos y nos conocen. En la conversación nos descubren y descubrimos, nos manifestamos y se nos manifiestan, hacemos saber a otros y ellos nos hacen saber algunas cosas, algunas realidades propias. En este sentido conversar es vivir en compañía de otros, morar en la palabra como metáfora de la realidad, de la sustancia, es decir, de lo que realmente importa: la vida.