Hace unos días que he recibido el último
poemario de Fernando Mansilla Izquierdo, publicado por la editorial UNOMÁSUNO dentro de
su colección GOMA DE BORRAR, en la que hace el número 3. Es un librito de
cincuenta páginas en las que aparecen los poemas, además de en español,
traducidos al ruso por Yuri Shashkov.
Después de una primera lectura me ha
venido a la mente aquel poema de Bécquer que tantas personas habrán leído alguna vez a lo largo de su vida:
¿Qué es poesía?,
dices mientras clavas
en mi pupila tu
pupila azul;
¡Qué es poesía! ¿Y tú
me lo preguntas?
Poesía… eres tú.
¿Y tú me lo preguntas? Poesía eres
tú. Así resolvía Bécquer la cuestión sobre lo que se entendía por poesía en el
siglo XIX, después de haber pasado por el denominado Siglo de las Luces durante
el cual se transformó lo que hasta entonces se había entendido por poesía. El
dilema entre razón y sentimiento, el romanticismo lo resuelve a favor de este
último e identifica la poesía con el sentimiento, o al menos lo que hoy
entendemos como poesía lírica.
He recurrido a esta breve
introducción para situarme frente a los textos del último poemario publicado
por Fernando Mansilla Izquierdo con el título de “Estación término”. Son veinte poemas
que forman un “icosaedro poético”, según se menciona en el prólogo que los
precede, donde puede leerse que estos poemas están formados por vivencias de la
realidad que se hace eco “de la melodía que da cuenta del estado del
corazón”. Bien, si estos versos dan
cuenta del estado del corazón, no atienden a otro que al ámbito de los
sentimientos.
Nuestra manera de percibir el mundo
depende de nuestra manera de mirar la realidad. Fue Campoamor quien decía que
nada es verdad ni mentira sino del color del cristal con que se mira. Estos
veinte poemas de Fernando Mansilla son una percepción del mundo a través del
cristal de su mirada. Hay datos objetivos, imposible de transformar, sea cual
sea nuestra voluntad de percibir la realidad, sobre cómo nos afecta el paso del tiempo: Los años cansan y deforman…/todo se ve extraño. /La ruta hacia el
nevero se hace dura…/…sólo veo a mi espalda remiendos…/y espera…/no hay
misterio en las lejanas nubes…/ni en su deslucido espejo…
El sujeto que aparece en estos
poemas es un ser lleno de hartazgo y sin esperanza, que se dirige al precipicio
mientras camina con la mirada hacia dentro porque fuera sólo es la vida ciega. Todas
las imágenes son estremecedoras, desesperanzadoras, angustiosas, dolorosas y
desgarradoras. El
predominio del yo apenas deja aflorar la presencia de otras personas que podrían
facilitar la comunicación a ese sujeto atormentado. Sólo aparece una tímida
alusión a otra persona: “nunca debí rozar sus labios” o “no puedo pronunciar su
nombre” o “como tú”.
Una mirada pesimista que recuerda a
Quevedo y su manera de entender la vida como un camino hacia la muerte.
Llegando a este tramo de la lectura me surge la pregunta de si me encuentro
ante un pesimismo realista o ante un realismo pesimista. Llama la atención la
denominación negativa de los poemas: Ya
no quedan; No hay fiestas; Hoy…no creo; No quiero despedirme; No sé por qué.
A veces parece que hay un poco de
esperanza cuando bebe “el cáliz de claridad del día” o se extasía “con la luz purpura de la mañana”, pero “con
la noche de asfalto y el cielo sin luna llueven los arrepentimientos que
desvelan y devoran cualquier átomo de regocijo”:
Un día tras otro…
pesada carga…
bebo el cáliz de
claridad del día…
y la luz purpura de
la mañana…
me arroba…
con secreto alborozo…
con la noche de
asfalto…
y el cielo sin luna…
llueven los
sentimientos…
que desvelan…
y devoran…
cualquier átomo…de
regocijo
Encuentro leves ecos de Antonio
Machado como cuando escribe que “No quiero despedirme”: algo se marchita… en
cada despedida…”; o ese “como tú” de
León Felipe en ese bellísimo poema “Jardines de sonatas:
Jardines de sonatas…
que nacen silvestres…
no quiebran…ni se rinden…
beben en el río y
bailan al viento…
como tú…
como tú…quiero
beber en el río y
bailar al viento…
cambiar en la fragua
mi destino…
huir del
pasado…persigue los talones…
como tú…espero el
milagro
Aparecen rasgos propios del estilo de Mansilla como es el uso de puntos suspensivos
que proporcionan a los poemas cierta tensión y ese tono misterioso que ya apuntaba en su libro de
1987, sobre el cual escribí hace ahora treinta años que sus poemas eran “como
ex abruptos que el alma del autor arroja para liberarse de los fantasmas que se
han incrustado en sus bastidores, fantasmas que nos dominan a veces: el pánico,
el dolor de la ausencia, el insomnio, la sensación del tiempo perdido, los
espacios inalcanzables, el deseo de volver al vientre materno…”. Curiosamente,
hoy encuentro esa acción de arrojar en uno de los poemas de este último poemario:
Arrojo…/ palabras al aire…/ caen componiendo
versos…/ con enigmáticas profecías…/ injertan un miedo invasor…/ poco a poco…/
consume…/ y envenena la alegría…/ y…los sueños. Esto hace pensar que
en la lirica de Mansilla se da una recurrencia muy en consonancia con esa idea
del eterno retorno o de ese carrusel sin fin…
Con el paso del tiempo parece que
aquellos fantasmas han ido adquiriendo cuerpo y dejando de ser temas literarios para convertirse en la cruda
realidad que nos conduce a esa estación término “donde desembocan y mueren…/
flores y cardos…”.
Quedan otros poemas, en los que
también se refleja ese sentimiento más profundo, apareciendo en su escritura
sin disfraz alguno, con una clara pretensión de encontrar ese bálsamo que haga
reverdecer la esperanza.
Me he pasado la mitad de mi vida
explicando poemas que otros escribieron, poemas en los que se hablaba del amor,
de la muerte, del dolor expresado por seres que respondieron a nombres como
Garcilaso de la Vega, Francisco de Quevedo o Rosalía de Castro, siendo
consciente de que los sentimientos que subyacían en aquellos textos habían sido
material inconsciente, sufrido o gozado por quienes supieron transformarlo en
escritura. Esta experiencia me permite hoy al leer estos poemas de estación término percibirlos como la
expresión del sentimiento de alguien que sufre la fugacidad del tiempo y la caducidad de la
vida.