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domingo, 7 de mayo de 2017

DOCE TRISTES CUENTOS



 DOCE TRISTES CUENTOS


Doce tristes cuentos


            Tengo en mis manos un librito de doce cuentos publicados por  Ediciones Albores del que  es autor Fernando Mansilla Izquierdo, de quien ya he tratado en el tren del último curso en otra ocasión para comentar algunos de sus poemas. El libro, con el título de Doce tristes cuentos, está compuesto por doce relatos de los que en el breve prólogo, que sirve de vestíbulo, podemos leer que “estamos ante un desfile de personajes atribulados que sobreviven a acontecimientos vitales estresantes, quizás arquetipos de mujeres y hombres en tiempos de pérdida y en vaivenes y circunloquios emocionales, que barrenan por la pendiente de las desdichas, quedándose en barbecho”.
            Las experiencias de estos personajes tienen lugar en esa gran ciudad de la que aparecen referentes habituales como la Plaza de Santa Ana o el Hotel Victoria, otras se desarrollan en Argamasilla de Calatrava, Puertollano o en otros espacios ciudarrealeños en un  claro homenaje al lugar natal del autor de los relatos.
            “En estos relatos resuena un retrato social y espiritual de fracasados y estigmatizados sociales. Si se adentran en estos doce tristes cuentos, preñados, de incertidumbre, seguro que, a pesar de todo, encontrarán que siempre hay un camino de esperanza”. A pesar de estas palabras sacadas del breve prólogo, ese camino de esperanza es difícil de encontrar en unas historias en las que la mayoría de los personajes están abocados a un destino trágico como el de esa pareja de mendigos formada por Rosario y Dionisio, que mueren carbonizados. Dora, la prostituta marcada con la culpa de la muerte de una de sus hijas por sobredosis. Fidel Paredes Bellón, el protagonista de uno de los cuentos que más me han impresionado, El sombrío jugador de ajedrez, también acaba con su vida. Gregorio, el anacoreta, personaje que tiene un referente real en un individuo que hubo en Puertollano en los años cincuenta y que vivía apartado en la Chimenea Cuadrá; quizás sea uno de los  ejemplos donde hay un síntoma de carpen diem  “porque no se sabe qué puede ocurrir mañana”. El moderno, el yonqui que acaba con su vida arrojándose a las aguas del Manzanares; o el alcohólico de Vio pasar la vida que muere en un café de Madrid en compañía del último amor de su vida, Rebeca, también alcohólica. Y así hasta llegar a María, otro personaje que encuentra la muerte atropellada en una calle de Madrid adonde desafiaba el tráfico en estado de ebriedad. Todos estos personajes son seres angustiados y acorralados que huyen de sí mismos o, en definitiva, de circunstancias segregadas desde unas relaciones sociales determinadas. El autor logra con breves pinceladas que sus  personajes salgan de la abstracción y aparezcan como seres concretos y próximos ubicados en espacios plasmados con descripciones que reflejan estados de ánimos acordes con el alma de los propios  personajes:

“A través de la cristalera se veía la plaza de Santa Ana vacía y hermosa, con una luz que la adornaba de fiesta cualquier día del año. Apenas alguna paloma bajaba a ella, escrudiñaba entre la hierba su alimento y volvía a subir hacia el tejado del Teatro Español. Durante unos segundos quedé con los ojos fijos en un árbol, seguro que no era un ciprés, pero a mí se me antojó que lo era y la plaza un parterre de un cementerio con lustrosos panteones, coronados por el Hotel Victoria.”

            Ha sido necesario que relea estos doce relatos para conseguir deshacerme del  desasosiego que me produjo la primera lectura de los mismos ya que están construidos de tal forma que es fácil que el lector no perciba cómo se desvanece ese punto que separa la realidad de los personajes de esa otra realidad en la que él se encuentra como lector. Este poder sugestivo de la lectura, capaz de romper el punto situado entre la realidad y la escritura, es posible por ese estilo directo que Mansilla plasma en la manera directa y fuerte de su modo de relatar.
            En definitiva, un libro de relatos que viene a sumarse a la  ya dilata obra del escritor puertollanense afincado hoy en la  madrileña localidad de  Pozuelo de Alarcón.