Después de la presentación en Puertollano de El aljibe de la memoria algunos amigos me han pedido que les diera el texto que había preparado para el acto y que por los duendecillos que revoloteaban por mis nervios se quedó en el bolsillo. Así que aquí está para quien tenga interés en verlo.
Génesis de El aljibe de la memoria
Cuando en el
invierno de 2006 comenzó a hablarse de la ley de la memoria histórica algunas
personas reaccionaron negativamente ante el proyecto de ley propuesto por el
gobierno de entonces presidido por José Luis Rodríguez Zapatero. Eran muchos
los que pensaban que la memoria y el olvido les pertenecían. La idea de que los
vencidos recuperasen su memoria y sus recuerdos los inquietaba y comenzaron a
hablar de revancha y de desquite por parte de quienes habían perdido la guerra
70 años atrás. No entendían nada, no se trataba de revancha sino del derecho a
la propia memoria, a la recuperación de una identidad que les había sido
arrebatada tras el final de la contienda, un derecho a la reparación de su
dignidad.
Por entonces yo venía trabajando
desde 1996 en la tarea de recuperar la memoria de mis seres más cercanos como
un compromiso de mantenerla viva y en perenne combate contra el olvido. Fui
consciente de que el silencio impuesto mediante el miedo, el terror y la
represión había conducido al olvido y éste a la pérdida de la identidad de los
perdedores, incluso a un sentimiento de culpabilidad en las víctimas o en sus
descendientes.
En algunas ocasiones me han
preguntado los motivos por los que comencé a escribir este libro. A la hora de explicarme
el porqué me doy cuenta de que no hay uno solo sino varios motivos. Uno de
ellos está relacionado con el verso de Luis Cernuda, quien en 1962, algunos
años después de finalizada la guerra civil, escribió un poema denominado 1936 en
el que decía “recuérdalo tú y recuérdaselo a otros”. Por aquel mismo año se
publicó en España una novela titulada “Tiempo de silencio”, escrita por Luis
Martín Santos, que fuera director del siquiátrico de Ciudad Real durante unos
meses.
Silencio y olvido era lo que
predominaba en aquella España de la posguerra. El silencio impuesto mediante el
miedo, el terror y la represión de los años 40, 50, 60 y parte de los 70…
Aunque hubo quien miró para otro
lado, no toda aquella población, silenciada y paralizada por el terror, olvidaba a pesar de que, como escribió Juan Marsé en
1962, los estaban cocinando en la olla podrida del olvido porque el olvido era una estrategia del vivir. Si bien algunos, por si
acaso, aún mantenían el dedo en el gatillo de la memoria.
Fueron ellos, verdaderos resistentes,
quienes conscientes de que, tal como dijo Simón Wiesenthal, “no hay pecado más
grande que el olvido”, los que mantuvieron el dedo en el gatillo de la memoria
e hicieron posible que hoy sus descendientes no suframos de amnesia, la misma
que les quisieron imponer a ellos los vencedores, y podamos mantener el
compromiso moral de recordarlo y recordárselo a otros.
Ese “recuérdalo tú y recuérdaselo a
otros” es el alma de “El aljibe de la memoria”, donde los testimonios de
quienes sufrieron la represión son los
pilares sobre los que he construido el discurso que configura el libro.
Todos los testimonios
y recuerdos recogidos, se han cotejado con las investigaciones de historiadores
locales como Francisco Gascón Bueno, Agustín Fernández Calvo, Luis Fernando
Ramírez Madrid, Modesto Arias Fernández, Luis Pizarro Ruiz o Julián López García, además de otros
historiadores de ámbito provincial, nacional e internacional que se han ocupado
de la historia de nuestro país y, muy especialmente, de la guerra civil como es
el caso de Paul Preston.
Ahora bien, aunque en el libro
aparecen referencias al movimiento
obrero y otras cuestiones de la historia local, no es un libro de historia,
campo en el que no soy especialista, sino memorialista. Mi única pretensión ha
sido reconstruir la memoria de aquellos familiares que fueron objeto de la
represión –fusilamientos, encarcelamientos, señalamientos públicos, paseos,
expolios de bienes, estigmatización- de una de las dictaduras más crueles que
sufrió Europa en el siglo XX.
El proceso de escritura no ha sido fácil, es más, diría que a veces ha resultado
doloroso. Aunque me ha permitido mantener un diálogo con los ausentes, lo que resulta
gratificante; cuando, más que en los acontecimientos o en
las experiencias vividas por ellos, me he centrado en las emociones de
angustia, miedo o sufrimiento que esas experiencias les suscitaron, he tenido la impresión de estar viviéndolas. Así ha sido posible la empatía, llegar
a su conocimiento, la única manera de reconstruir la memoria con respeto y
comprender aquellos silencios y olvidos.
Al final queda como un regusto
amargo de lo inútil que fue todo aquel sufrimiento y de lo necesario de la
reparación, aunque retumben en nuestra conciencia los estremecedores versos de
Luis Cernuda refiriéndose a España: Un
día, tú ya libre/ de la mentira de ellos. / Me buscarás. Entonces/ ¿qué ha de
decir un muerto?
Ese día ya no podremos devolverles
la vida, pero sí reparar su dignidad y recuperar su memoria. Este ha sido mi
compromiso, contribuir con humildad, pero con decisión, a la reconstrucción de
la memoria democrática de nuestro pueblo con la escritura de El
aljibe de la memoria, en el sentido de que más que nunca, la apelación a
una memoria perenne debe servirnos para alertar ante los peligros presentes y
futuros.