POSTALES DE NAVIDAD
Juan de Mena y Monescillo hace ya muchos años que no recibe felicitaciones para Navidad. Se esfuerza por recordar cuándo llegó el cartero a su casa con la última felicitación; y, después de unos minutos, desiste de su empeño, porque su frágil salud ya no le permite hacer esos esfuerzos de concentración mental.
Durante los años sesenta era frecuente que, en los días previos a la Navidad, llegaran a las casas las felicitaciones de aquellas personas con las que a lo largo del año se había tenido alguna relación; así veíamos cómo el cartero, el basurero, el barrendero, el cobrador de la luz, el recadero, el carnicero, o el mismo maestro que nos instruía y educaba, nos entregaban unas tarjetitas en las que expresaban sus mejores deseos para los días de fiestas que comenzaban con las voces de los niños del Colegio de San Ildefonso cantando los números del sorteo de lotería más popular que nunca ha existido. Además de aquellas tarjetas sencillas, llegaban otras, desde lugares lejanos que a Juan de Mena y Monescillo le parecían lugares propios de cuentos; otros, los localizaba en su atlas de geografía y entonces descubría que su mente se agrandaba como un mapa, a medida que incorporaba a sus conocimiento los nombres de aquellos lugares.
Ahora, cada vez que llegan estas fechas, añora las tarjetas de familiares y amigos que, por diversas circunstancias, ha dejado de recibir. Para suplir la llegada de esas felicitaciones, baja al desván de su casa, donde tiene una cajita de madera, en la que guarda las felicitaciones que estuvo recibiendo durante muchos años. Recuerda que, en aquellos años en los que todavía era un niño, su madre solía colocar en la repisa de la chimenea, sobre el aparador o en la parte superior del buró, todas las tarjetas que recibían desde muchos lugares de España y parte del extranjero. La familia estaba dispersa por Barcelona, Valencia, Madrid, Lyon, París. Desde aquellas ciudades, sus tíos y amigos enviaban preciosos crismas todos los años deseándoles una feliz navidad y un próspero año nuevo.
La casa adquiría un aire de magia durante aquellos días de Navidad. Y cuando se acercaban algunos amigos a felicitarles las Pascuas, sus padres les sacaban una copita de anís o de mistela y unos mantecados…Esto lo recuerda mientras coloca los viejos crismas sobre los muebles de la casa donde vive en esta ciudad a la que llegó hace ya más de treinta años...
Tal como saca las postales, va leyendo los textos que hay escritos en ellas y reconoce las letras y los nombres de las personas que los escribieron. Muchas de esas personas ya no existen, otras dejaron de dar señales de vida hace ya algún tiempo. Los ojos se le llenan de lágrimas al leer los viejos deseos, expresados por seres que ya no existen, aunque permanecen sus letras como notarios que dan fe de que un día escribieron aquellas palabras con amor… Le llama la atención una tarjeta que tiene grabada la Inmaculada de Murillo, es de 1949, año en el que él todavía no había nacido, y es de su abuela materna que le escribe a sus padres desde Manises: Queridos hijos, os escribo unas letras para desearos Felices Pascuas y un Próspero Año 1950. Luego se dirige a su hija y le dice…mi querida hija, estas son las primeras navidades que no pasaremos juntas… que sepas que tu madre y hermanos te recuerdan desde esta tierra que nos ha acogido…muchos besos de todos nosotros…
Con este ritual, Juan de Mena y Monescillo, da sentido a estos días en los que uno se regresa sin voluntad de hacerlo; y los recuerdos juegan, como niños traviesos, en los columpios del tiempo. Y se pasea por los espacios de su casa, ahora llena de una brisa cálida, con sus muebles habitados de viejas tarjetas navideñas, con felicitaciones que reviven al releerlas… Y sabe que durante estos días, mientras contemple las figuras y los paisajes de sus postales, los fantasmas no se atreverán a aposentarse entre las costuras de su soledad.