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viernes, 30 de diciembre de 2011



Adiós al año 2011


Aunque ya no recuerdo cómo fue el primer segundo de este año que está a punto de decirnos adiós, pienso que debió de estar rodeado del mismo boato que los de los otros años que lo precedieron, y de los que ya apenas si nos acordamos, salvo que al evocar algún acontecimiento que nos interese éste tenga connotaciones cronológicas.
Solemos recibir el inicio de un año de forma eufórica, con música, brindis, campanadas, besos, algarada. Esto es lo que se muestra, lo que aparece en la pantalla de las vanidades modernas. Procuramos olvidar que en esos momentos hay personas sufriendo, con hambre, en guerra. Ponemos en funcionamiento el mecanismo que oscurece la cara fea del mundo y dirigimos nuestros ojos para contemplar el rostro bello, sin querer saber si  ese rostro es solo como una de esas máscaras  que se usan en carnaval y que, en realidad, muchos la llevamos durante toda nuestra vida.
Tal como ocurre casi siempre, es un poeta, en este caso don Ramón de Campoamor, el que generosamente me presta las palabras que andaba buscando: y en este mundo traidor nada es verdad ni mentira: todo es según el color con que se mira.
¿Puede ser esta la clave que pueda ayudarnos a la hora de despedirnos de este año 2011? Si aceptamos que todo es relativo, puede que miremos adelante con optimismo; que no carguemos nuestro cabreo en este año 2011; que no proyectemos nuestra melancolía  en el año que se va, dejando en nosotros tantos sueños sin cumplir y tanto déficit…
Con esa mirada relativista asumiremos las ausencias que nos dejó el año 2011;  esas noticias no deseadas;  ese cambio de gobierno- dulce para unos, para otros ácido-; que para unos habrá sido el año en el que se han conseguido cosas agradables;  para otros irá siempre acompañado de sucesos negativos; y, para muchos habrá sido un año que pasó sin pena ni gloria. En fin, según nos haya ido la feria, así lo contaremos.


martes, 20 de diciembre de 2011

Teatro de deshonra

Estoy escuchando “El ojo crítico”, de RNE. Son casi las ocho de la tarde y el programa está en sus últimos minutos, cuando surge  la voz inconfundible de Joan Manuel Serrat; es uno de los premiados y agradece el premio. Me sorprenden sus palabras: dedica el premio a lo público. A la enseñanza pública, a la sanidad pública, a los medios de comunicación públicos. Joan Manuel Serrat ha crecido con los años, es la voz de todos. Que cante en catalán o en español (no escribo castellano porque es esta una denominación territorial, regional, pequeña para denominar una lengua que va más allá de las fronteras) es algo secundario; lo importante es que su canción es una canción de todos.
La defensa de lo público es urgente. No recuerdo nunca un ataque más virulento contra lo público que el que hoy se está llevando a cabo por los agentes del neoliberalismo. La voracidad de quienes quieren privatizarlo todo, apropiarse de los bienes cuya propiedad es de todos, independiente de su ideología, de su renta, de su posición social. ¿Qué pretenden? Está claro: apropiarse de la enseñanza, de la sanidad, de los medios de comunicación. ¿Estamos regresando a los tiempos feudales? No, porque no hay regreso; pero sí estamos entrando en un proceso en el que unos pocos serán los propietarios de todo ¿El resto? Se convertirá en mercancía, en objetos para usar en función de las necesidades de esos pocos (los mismos que se esconden tras lo que perezosamente se llama los mercados).
Tal como escribía el autor del Don de la ebriedad (Claudio Rodríguez) en su poema, La contrata de mozos, hoy podemos preguntar:
¿Qué estáis haciendo aquí?
¿Qué hacemos todos
en medio de la plaza y a estas horas?
Con tanto sol, ¿quién va a salir de casa
sólo por ver qué tal está la compra,
por ver si tiene buena cara el fruto
de nuestra vida, si no son las sobras
de nuestros años lo que le vendemos?
En estos versos hay que buscar el sentido más allá de las palabras formales, interpretar la parábola en la que se simboliza un suceso del que se deduce una verdad importante o una enseñanza moral.
           Pero, ¿quién se atreve a hablar de enseñanzas morales en un mundo en que lo que predomina es el dinero? Solo un poeta o un loco (de la saga de don Quijote), que viene a ser lo mismo. Hoy se antepone el recorte del presupuesto al derecho a la educación, a la salud, a la dignidad de las personas dependientes y, tal como suscita la parábola que existe en La contrata de mozos,  las personas sin medios financieros serán tratadas como mercancía en esta plaza donde todo se subordina a la economía y en la que nuestra vida parece ir a parar en una contrata, lonja servil, teatro de deshonra.




jueves, 15 de diciembre de 2011

PRIVILEGIO


En este confuso mundo en el que vivimos es necesario recurrir a algún tipo de brújula para no perdernos entre la niebla con la que pretenden envolvernos los que ostentan el poder. De unos años a hoy, la realidad se está transformando a una velocidad tan vertiginosa, que nuestra existencia se está viendo alterada de tal manera que ni los más despiertos llegan a captar todo lo que se sucede de un día para otro.
Por ello, es necesario recurrir a un método que nos permita analizar la realidad de modo que no nos engulla ese monstruo de siete cabezas que nos amenaza. No hace demasiado tiempo, se decía que había que analizar las situaciones concretas en sus momentos concretos. ¿Lo llamaban materialismo histórico? Pero fue tal el ataque que lanzaron contra él desde todos los ámbitos del sistema capitalista, que llegaron a afirmar  los ideólogos neoliberales que estábamos ante el fin de las ideologías. Algunas mentes lúcidas llegaron a decir que aquello no era otra cosa que el triunfo de una ideología concreta sobre otras. Y a partir de entonces se impuso la dictadura del pensamiento único.
 Sin embargo, no consiguieron acabar con los heterodoxos y todavía  hay quien se pregunta: ¿Acaso hay una sola mirada para ver la realidad? ¿Tenemos que aceptar la mirada de otros para percibir el complejo mecanismo  en el que estamos inmersos?
Y, a veces, quizás por mi ingenuidad edénica, me sorprendo, al comprobar que hay voces que, debiendo ser diferentes, terminan diciendo lo mismo… Y, aunque me pare a diferenciarlas de los ecos, no logro, por mucho que lo intente, dar alcance a su sentido.
En relación con lo dicho en el párrafo anterior, recurro a un ejemplo de la vida cotidiana: En una carta de un consejero del Partido Popular (PP) se dice que los funcionarios (él los llama servidores públicos) son unos privilegiados por tener un trabajo estable. Son cosas de la derecha, pienso; pero en una emisora de radio escucho uno de esos mensajes navideños a los que nos tiene acostumbrados un dirigente y cargo institucional del PSOE (Partido Socialista Obrero Español) de la provincia de Ciudad Real y le oigo decir que tener un trabajo es un privilegio. ¿Se imaginan mi estupor? Los dos, el político de derechas y el de izquierdas, coinciden en  decir que tener trabajo es un privilegio.
Así que no tengo más remedio que buscar en el diccionario el significado del vocablo privilegio y encuentro que por privilegio se entiende la exención de una obligación o ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior o por determinada circunstancia propia.
Díganme ustedes si tener un trabajo es la exención de una obligación; o si piensan que trabajar  es una ventaja exclusiva o especial que goza alguien por concesión de un superior. Por favor, díganme si alguno de ustedes piensa que existen circunstancias propias que permiten gozar de alguna ventaja exclusiva o especial en el ámbito del trabajo.
¿No creen que, si respondieran que sí, deberían denunciarlo ante cualquier juzgado de nuestro país? ¿Qué clase de políticos son los que consideran que tener un trabajo es un privilegio? ¿No dice el artículo 35 de la Constitución Española que todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo? Deber de trabajar y derecho al trabajo.
En consecuencia, pienso que quienes dicen que desempeñar (o tener) un trabajo es un privilegio no deberían ostentar ninguna representación política. No son dignos de hacerlo. Ellos son los primeros que deberían trabajar para que se cumpla la Constitución y dar credibilidad a lo de trabajar es un deber y el trabajo es un derecho.


martes, 13 de diciembre de 2011




POSTALES DE NAVIDAD

      
Juan  de Mena y Monescillo hace ya muchos años que no recibe felicitaciones para Navidad. Se esfuerza por recordar cuándo llegó el cartero a su casa con la última felicitación; y, después de unos minutos, desiste de su empeño, porque su frágil salud ya no le permite hacer esos esfuerzos de concentración mental.
Durante los años sesenta era frecuente que, en los días previos a la Navidad,  llegaran a las casas  las felicitaciones de aquellas personas con las que a lo largo del año se había tenido alguna relación; así veíamos cómo el cartero, el basurero, el barrendero, el cobrador de la luz, el recadero, el carnicero, o el mismo maestro que nos instruía y educaba, nos entregaban unas tarjetitas en las que  expresaban sus mejores deseos para los días de fiestas que comenzaban con las voces de los niños del Colegio de  San Ildefonso cantando los números del sorteo de lotería más popular que nunca ha existido. Además de aquellas tarjetas sencillas, llegaban otras, desde lugares lejanos que a Juan de Mena y Monescillo le parecían lugares propios de cuentos; otros, los localizaba en su atlas de geografía y entonces descubría que su mente  se agrandaba como un mapa, a medida que incorporaba a sus conocimiento los nombres de aquellos lugares.
Ahora, cada vez que llegan estas fechas, añora las tarjetas de familiares y amigos que, por diversas circunstancias, ha dejado de recibir. Para  suplir la llegada de esas felicitaciones, baja al desván de su casa, donde tiene una cajita de madera, en la que guarda las felicitaciones que estuvo recibiendo durante muchos años. Recuerda que, en aquellos años en los que todavía era un niño, su madre solía colocar en la repisa de la chimenea, sobre el aparador o en la parte superior del buró,  todas las tarjetas que recibían desde muchos lugares de España y parte del extranjero. La familia estaba dispersa por Barcelona, Valencia, Madrid,  Lyon, París. Desde aquellas ciudades, sus tíos y amigos enviaban preciosos crismas todos los años deseándoles una feliz navidad y un próspero año nuevo.
La casa adquiría un aire de magia durante aquellos días de Navidad. Y cuando se acercaban  algunos amigos a felicitarles las Pascuas, sus padres les sacaban una copita de anís o de mistela y unos mantecados…Esto lo recuerda mientras coloca los viejos crismas sobre los muebles de la casa  donde vive en esta ciudad a la que llegó hace ya más de treinta años...
Tal como saca las postales, va leyendo los textos  que hay escritos en ellas y reconoce las letras y los nombres de las personas que los escribieron. Muchas de esas personas ya no existen, otras dejaron de dar señales de vida hace ya algún tiempo. Los ojos se le llenan de lágrimas al leer los viejos deseos, expresados por seres que ya no existen, aunque permanecen sus letras como notarios que dan  fe de que un día escribieron aquellas palabras con amor… Le llama la atención una tarjeta que tiene grabada  la Inmaculada de Murillo, es de 1949, año en el que él todavía no había nacido, y es de su abuela materna que le escribe a sus padres desde Manises: Queridos hijos, os escribo unas letras para desearos  Felices Pascuas  y un Próspero Año 1950. Luego se dirige a su hija y le dice…mi querida hija, estas son las primeras navidades que no pasaremos juntas… que sepas que tu madre y hermanos te recuerdan desde esta tierra que nos ha acogido…muchos besos de todos nosotros…
Con este ritual, Juan de Mena y Monescillo, da sentido a estos días en los que uno se regresa sin voluntad de hacerlo; y los recuerdos juegan, como niños traviesos, en los columpios del tiempo. Y se  pasea por los espacios de su casa,  ahora llena  de una brisa cálida, con sus muebles habitados de viejas tarjetas navideñas, con  felicitaciones que reviven al releerlas… Y sabe que durante estos días, mientras contemple las figuras y los paisajes de sus postales, los fantasmas no se atreverán a aposentarse entre las costuras de su soledad.