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jueves, 27 de diciembre de 2012





INOCENTES

 

A Mamayiyi

 

 

Tenía el cutis más hermoso que he conocido. Ya había cumplido los ochenta años y todavía su piel mantenía la suavidad de un pétalo de rosa. Otra de las cosas que recuerdo de ella era su buen humor y que fuera la que nos recordaba todos los 28 de Diciembre que era el Día de los Santos Inocentes. Solía  ponerse un letrero, que sujetaba con un imperdible en su blusa a la altura del pecho. Se acercaba a la primera persona que se encontraba y solía pedirle un billete o cualquier cosa de poco valor, una vez que ya lo tenía en su poder le decía aquello de “los santos inocentes te lo pagarán”. Recuerdo la cara cándida que se le quedaba a quien le daba la inocentada, sobre todo cuando se percibía del letrero que ella llevaba bien visible y en el que podía leerse: ¡Ojo! Hoy es el día de los inocentes. Cuidado con las inocentadas.

Esto lo repitió un año tras otro, hasta que el alzhéimer le robara la memoria, y para nosotros, los niños de la casa, sus bromas suponían la celebración de un día de fiesta que todavía en aquellos años no relacionábamos con el relato que más tarde leímos en el Evangelio de San Mateo:

Cuando nació Jesús, llegaron del oriente unos sabios preguntando por el rey de los judíos. Al enterarse Herodes los llamó y les pidió que regresaran para decirle donde se encontraba Jesús. Pero avisados para que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. Después de que partieron los sabios de Oriente, un ángel del Señor apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Permanece allí hasta que yo te lo diga, porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo. Entonces, cuando Herodes se vio burlado por los sabios, se enojó mucho y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo indicado por los sabios. Una vez muerto Herodes, la familia de Jesús regresó a Israel y se estableció en Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por los profetas.

Aquella matanza, cuyo carácter histórico está en entredicho, tiene un significado simbólico hoy en día cuando se sigue conmemorando la muerte de aquellos niños que murieron a causa del temor de Herodes a ser destronado por Jesús.

Luego nos dijeron que este episodio es una invención que no se corresponde con la historia, pues Herodes nunca ordenó la matanza que describe el autor de esta versión del evangelio. Sin embargo, la leyenda de Herodes sigue transmitiéndose de generación en generación y su figura se recuerda  como la del rey que mandó matar a todos los inocentes de Belén y de sus alrededores.

Todavía hoy siguen existiendo inocentes, sin necesidad de echarle la culpa de ello a Herodes. Cientos de niños sufren persecución a causa de los recortes impuestos a la escuela, a los hospitales, al desempleo de sus padres, a la desprotección social, a la falta de ayuda a los centros de acogida; a la ocupación israelí en territorios palestinos; a los enfrentamientos armados en  las ciudades sirias; a la miseria existente en barrios proletarios y marginales de muchas ciudades de Europa, América, Asia, África y Oceanía. Todos ellos son los inocentes de esta segunda década del siglo XXI, perseguidos y muertos por las espadas del hambre, de la guerra, del desempleo, del analfabetismo, de la falta de presupuestos para pagar sus medicinas…Todos ellos son inocentes, víctimas de la ambición de los poderosos, como aquellos niños que murieron por el temor de un rey a ser desplazado del poder por un desconocido que, según dicen, vino al mundo en un pesebre.

martes, 4 de diciembre de 2012






A PROPÓSITO DEL DÍA DE LA CONSTITUCIÓN

Muchos libros tienen en su interior la fecha y el nombre de la ciudad donde un día alguien los compró; incluso, con una caligrafía entrañable, guardan  el nombre de quien lo hizo. Son costumbres que permiten, muchos años después, recordar aquel día en el que ese alguien entró en una librería y adquirió una novela,  un libro de poemas o de cualquier otro género. Esto nos habla de cosas entrañables, de las lecturas que nos interesaban en aquel tiempo o el motivo por el que compramos aquel libro que, al abrirlo muchos años después, nos evoca sentimientos y emociones  entrañables; incluso si es un extraño el que lo mira también puede experimentar emociones al descubrir por casualidad lo que otro escribió en  alguna de sus páginas sin imaginar siquiera que un día otra persona pudiera leerlo.

Quienes amamos los libros no solemos desprendernos de ellos y siempre que alguien que vive con nosotros nos hace la sugerencia de que sería conveniente deshacernos de algunos, sobre todo de esos que hace años que no hemos abierto, encontramos una excusa para dejarlos en ese lugar de la estantería que ya le pertenece y del que por nada del mundo querríamos desahuciarlo.

Entre esos libros he abierto uno que adquirí hace ya más de treinta años, con la intención de que mi hijo, que acababa de nacer apenas unas horas antes de que yo pasase por una librería hoy ya desaparecida, como tantas cosas en esta ciudad azotada por la crisis, lo pudiera leer pasados unos años; y he encontrado estas palabras, escritas de mi puño y letra: “En este día nació mi hijo Fernando. Ciudad Real a 19-X-82”. Se trata de un ejemplar de la Constitución Española de 1978. El por qué compré este librito aquel mismo día creo recordarlo todavía hoy: Hacía poco más de un año del golpe militar conocido como  el 23- F  y la Constitución se había convertido en un icono para muchos españoles, sobre todo para los que habían crecido durante los años de la dictadura franquista y, por ello,  veían la democracia como una  forma de vivir que deseaban para sus hijos, frente a la que les impuso a ellos aquel régimen nefasto que perseguía a todos los que no le manifestaban su adhesión inquebrantable.

La Constitución de 1978, “aprobada por las Cortes y ratificada por el pueblo español”, era el mejor garante frente a las amenazas golpistas que pretendían devolvernos a las catacumbas de la dictadura. Quizás por ello entré en aquella librería  de la Plaza Mayor, llamada  todavía en 1982 Plaza del Generalísimo. Todo un icono de que el régimen no  había desaparecido de los usos y costumbres de la sociedad española en aquellos días en los que gran parte del país vivía la esperanza de un cambio que estaba a punto de iniciarse con la victoria del PSOE, que ganó las elecciones unas semanas después, el 28 de octubre de 1982.

Tenía motivos para la alegría. Acababa de tener un hijo, España caminaba hacia la transformación democrática y los cambios parecían posibles. La Constitución se convirtió  en el referente de un pacto entre los diferentes grupos políticos del país y -¡por fin!-  los viejos demonios parecían controlados por las fuerzas del bien. Todavía quedaban antiguos problemas por resolver y otros nuevos surgieron con el paso del tiempo, pero la mayoría de los ciudadanos de este país dirigían sus miradas, tal como expresó quien estaba al frente de ellos, “al porvenir con fe, con optimismo, con decisión y valentía, con la más ilusionada de las esperanzas”.

Treinta y cuatro años después miro a mi alrededor y,  al ver sólo “los muros de la Patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados”, me pregunto si serán los años los que me hacen ver el panorama sombrío, como le ocurriera al poeta barroco que no hallaba otra cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte. En este solar en el que se ha convertido España, lleno de empresarios especuladores, políticos sin escrúpulos, gobernantes sin principios y tantos otros personajes que parecen haber salido de las tinieblas de los cuadros que cuelgan en los muros del Prado, parece que no me queda otra que la desesperanza y el desánimo ante tanta ruina que sesga a la juventud su esperanza y a los viejos la  vida que les queda.

La Constitución de 1978, que supuso una esperanza para la mayoría de los españoles, mujeres y hombres de cualquier clase social, de cualquier ideología política o credo religioso, ha tenido durante muchos años su día de fiesta,  aunque con el paso del tiempo se ha convertido  en una conmemoración  vacía de contenido, en un festejo más de los muchos del calendario de la España oficial y retórica de hoy.

¿Es la Constitución de 1978  papel mojado, barquito a la deriva en manos de políticos  que la reforman y la incumplen a su antojo, en connivencia con los mercaderes, a los que ningún mesías llega a tiempo de expulsar del templo,  invadido para hacer sus negocios, mientras que el pueblo, distraído con juegos artificiales, no llega a alcanzar ese estado de conciencia que lo haga derrocar a los sátrapas y expulsar  a los poncios  de los nuevos imperios que lo dominan?


lunes, 12 de noviembre de 2012







 

PRIMERA HUELGA  GENERAL  EN LA PENÍNSULA IBÉRICA


Es inevitable escribir, aunque sólo sean unos párrafos, sobre la convocatoria de huelga general que, por primera vez en la historia de la Unión Europea, se ha convocado simultáneamente  en diferentes países, con una reivindicación común. Chipre, Malta, Portugal, Italia y España vivirán una jornada de huelga general que será apoyada con movilizaciones en Francia, Grecia y huelgas sectoriales en la Bélgica francófona.

Sin duda que alguien pensará que dedicar un tiempo a este asunto no debiera ser objeto de este tren del último curso. Sin embargo,  es un tema que me atrae, no sólo por solidaridad sino también por mi concepto de la ética. El que la convocatoria también vaya  dirigida a nuestros hermanos portugueses, a esos otros iberos del oeste, y a los griegos de la antigua Grecia y a los italianos del antiguo Lacio da  a esta huelga, la primera de carácter internacional de la historia, un aire nuevo. ¿Acaso no son los tres pueblos más cultos de Europa y curiosamente hoy de los más expoliados por la nueva forma del capitalismo internacional?

Para los que nacimos en los años cincuenta estos tiempos nos evocan aquellos años grises, turbulentos y miserables de los años de posguerra. A principios de los sesenta los andenes de las estaciones se llenaban de gentes con maletas de cartón piedra o de madera que abandonaban sus pueblos de La Mancha, de Andalucía o de Extremadura hacia las tierras ricas del Norte o del Levante español, también a los países allende los Pirineos en busca de una vida con más posibilidades que las que tenían en sus pueblos en manos de caciques o de una aristocracia sin más apego que la renta de sus tierras.

La primera huelga que conocí, siendo todavía un niño, fue la de 1962. Dicen que comenzó en las minas de Asturias, pero también llegó a las cuencas mineras del sur como la de Puertollano donde yo vivía entonces. Las calles estaban vacías, ocupadas sólo por una atmósfera tensa. A veces salíamos a la calle para buscar alimentos perecederos y era difícil encontrar algunas tiendas abiertas. Toda la ciudad vivía impregnada de los aires de la huelga. Fueron varios días de tensiones, de enfrentamientos entre las fuerzas de la guardia civil y los huelguistas, en su mayoría mineros. No guardo recuerdos felices de esos tiempos, pero en ellos aprendí la conciencia de clase, el arrojo de aquellos hombres y mujeres que luchaban por conquistar derechos que los oligarcas de las grandes empresas, con la complicidad de los que usurpaban el gobierno, les negaban.

Hoy, cincuenta años después, estamos padeciendo una ofensiva de lo que en términos clásicos hemos llamado capitalismo y vemos cómo se está produciendo el desmantelamiento de ese Estado democrático y social a cuya creación nadie contribuyó más que los trabajadores a lo largo de los años de la Dictadura y que se formuló en la Constitución de 1978 cuyo Artículo 1 expresa:

1.    España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.
2.    La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.
3.    La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria.

Dejando aparte el punto 1.3 referente a la monarquía, los puntos 1.1 y  1.2 dejan claro el carácter social y democrático, junto al hecho de que la soberanía reside en el pueblo español. Pues bien, de unos años acá se está produciendo un ataque al Estado social y democrático y a la misma soberanía de los españoles por parte de los llamados mercados, con la complicidad de la llamada clase política que está llevando a cabo un cambio legislativo y un incumplimiento de sus compromisos electorales ante la ciudadanía española que conduce a una deslegitimación de su gobernanza en contra de los intereses relacionados con derechos tales como el derecho a la educación, al trabajo, a la salud, a un sistema de servicios sociales que atienda los problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio; además de vulnerar cada día nuevos derechos adquiridos a lo largo de muchos años de sacrificios.

¿Quién es el responsable de lo que está causando el daño que sufre un número cada vez mayor de ciudadanos? La agresión al derecho a la educación, a la salud, a las necesidades de los mayores, de los dependientes. La desaparición de derechos como la protección ante una enfermedad que impida asistir al trabajo. Todo ello exige una reacción, una respuesta por parte de los ciudadanos; hoy es preciso desempolvar los viejos versos de aquel poeta llamado Gabriel Celaya que nos animaba a salir a la calle y a luchar por nuestros derechos porque “basta ya de historias y de cuentos”:

¡A la calle!, que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo.

Ese algo nuevo al que se refería Celaya debe reescribirse hoy  en una respuesta adecuada a los problemas que ahora nos amenazan. Es necesario que la  huelga sea  una movilización no sólo contra, sino para demostrar que se puede vivir de otra forma a la que nos quieren imponer quienes deciden  las medidas que están aplicando los gobiernos satélites del capitalismo internacional contra  los derechos de la mayoría de los ciudadanos de los países de Europa, sobre todo de los que están en el punto de mira de los intereses representados por la banca internacional y los fondos de inversión.

No aceptemos los yugos que nos quieren poner y seamos conscientes de la necesidad de luchar, de salir a la calle, ya seamos trabajadores con empleos precarios, estables, pensionistas o sin empleo. Es imprescindible participar en la huelga, al margen de las discrepancias que cada uno pueda tener individualmente con las organizaciones convocantes y sus dirigentes; participar en defensa de nuestros intereses y del futuro de nuestros hijos es un deber ético y de compromiso ciudadano frente a la desenfrenada agresión a nuestros derechos y a nuestra dignidad como personas, a las que quieren hacer retornar a las relaciones de esclavitud de tiempos no tan lejanos. Frente a nosotros sólo están los grandes especuladores y, como siempre, sus cómplices  inconscientes.

 

sábado, 27 de octubre de 2012

 








CALLEJEANDO CON JUAN RAMÓN

A mi amigo Antonio Mancheño, con quien compartí tantos paseos por Moguer
 

Te invito a pasear por las calles de Moguer en compañía de Juan Ramón Jiménez. No es imposible si tú dejas libre la imaginación; lo demás, comprobarás que es muy sencillo.

Cuando llegues al pueblo busca la calle de la Ribera. En ella se encuentra la casa natal de Juan Ramón… ¿Recuerdas aquel fragmento de Platero y yo en el que el narrador de la historia habla de esta casa?

          -Aquí en esta casa grande, hoy cuartel de la Guardia Civil, nací yo…

Desde la calle de la Ribera te puedes dirigir a la calle Nueva y, una vez allí, buscar la casa a la que se trasladó la familia de Juan Ramón. No olvides el fragmento del libro en el que nos habla de ello:

-Después, mi padre se fue a la calle Nueva, porque los marineros andaban siempre navaja en mano, porque los chiquillos rompían todas las noches la farola del zaguán y la campanilla y porque en la esquina hacía mucho viento.

Leyendo Platero y yo has comprobado que la costumbre de cambiar el nombre de las calles no es sólo de nuestra época, ya antes solía ocurrir. ¿Sabes qué otros nombres ha tenido o tiene la calle Nueva?

          -En la calle Nueva –luego Cánovas, luego Fray Juan Pérez- la casa de don José, el dulcero de Sevilla… ¡Qué encanto siempre, en mi niñez, el de la casa de enfrente a la mía!

Presta atención a los actuales nombres de las calles por las que pasas, por si alguno de ellos te recuerda aquellos otros que aparecen en Platero y yo: la calle de las Flores, la calle del Coral, la calle de Enmedio, la calle de la Fuente, el callejón de la Sal o el del tío Pedro Tello… ¿Has encontrado la plaza de las Monjas? ¿Recuerdas cómo se llama la iglesia donde se encuentra la torre del pueblo?

        -Ya en la cuesta, la torre del pueblo, coronada de refulgentes azulejos, cobraba en el levantamiento de la hora pura, un aspecto monumental. Parecía, de cerca, como una Giralda vista de lejos…

¿Has dado con la plazoleta de los Escribanos?

Una vez que has terminado de callejear por este pueblo marinero por qué no vuelves a leerte Platero y yo y recuerdas aquellos personajes que, como el Arreburra o el niño tonto de la calle de San José, todavía siguen impregnando de tristeza y de ternura estas calles de Moguer.

 

viernes, 19 de octubre de 2012






ENTRE EL CINABRIO Y LA NIEBLA

 

Aunque hayas jurado no regresar, siempre se vuelve porque un día hay algo que te lleva hacia el lugar donde una vez estuviste. Regresas y entonces compruebas que la vuelta no es otra cosa que un intento, quizás inútil, de volver a aquellos momentos que recuerdas. Eres consciente de que te mueves entre espejismos, los mismos que sufre quien perdido en el desierto deambula errático por los áridos espacios que trastornan su conciencia. No importa el nombre que pongas a ese lugar que tú identificas con el pasado, con esa ciudad que fue el espacio por donde anduviste según te informan las imágenes que todavía guardas en tu memoria. Cuando regresas a ella encuentras que sus calles sólo conservan los nombres con los que  entonces se identificaban y no todas, pues en algunas fueron cambiados por el capricho de quienes deciden hoy su destino.

Aunque la ciudad ofrece un aspecto renovado, encuentras algunas casas deterioradas, abandonadas por los que un día vivieron en ellas; o vacías por la ausencia involuntaria de quienes las habitaron. Al pasar por ciertos lugares  evocas las personas que un día anduvieron por allí; y compruebas que donde hace años se encontraban tabernas donde acudías y en las que las voces y el vino te hicieron vivir noches de fiesta, hoy los planes urbanísticos han levantado otros edificios que dan una fisonomía, diferente a la que recuerdas, a las calles por las que transitabas con aquel aire bohemio de tu juventud.

De Almadén recordabas la humildad de sus gentes, su habla característica y sus bailes de carnavales. Las tardes de vinos por algunos de sus bares y las noches en sus terrazas. Días claves como el 23 F que viviste  allí y aquellos años de la transición hasta 1982 en los que toda España vivía sobresaltada por el envenenamiento con  aceite de colza. No fue nunca Almadén una ciudad afortunada, pues como otros núcleos mineros sufrió el expolio de las compañías que extraían sus riquezas y sólo dejaban allí los residuos y las enfermedades propias de las minas. Las riquezas naturales de Almadén no se han explotado en beneficio de sus habitantes, obligados a emigrar a otros puntos de la provincia y del país para buscar las oportunidades que no tuvieron en su tierra de origen. De los más de nueve mil habitantes que tenía a principios de los años ochenta, hoy apenas si pasa de seis mil. En estas tres últimas décadas ha perdido más de tres mil personas, siendo lo más preocupante el progresivo envejecimiento de su población.

Una vez que ha desaparecido la actividad en las minas y se ha producido una pérdida de población, la ciudad está intentando reinventarse con otras formas de mantenimiento y de desarrollo. Es como el ave Fénix que pretende resurgir de sus propias cenizas. Llevados por ese deseo de sobrevivir  los actuales habitantes han cambiado de ocupación  y se dedican a atender a cientos de turistas que vienen atraídos por las ofertas que ofrece una ciudad que aunque ha sido declarada patrimonio de la humanidad no puede evitar que muchos de sus vecinos se quejen de la triste situación en la que han quedado después del cierre de las minas, su verdadero patrimonio,  que fue desde siglos su santo y seña.
 
Cerradas sus minas de mercurio, desprovista la comarca de auténticas políticas de desarrollo de sus recursos ganaderos y agrícolas, sus gentes parecen condenadas al ensueño del turismo, a mostrar a los visitantes sus paisajes, sus museos, sus edificios restaurados… Llama la atención cómo Almadén busca en su pasado los medios para vivir en el presente. La mirada atrás permite encontrar una serie de elementos que transformados en productos culturales pueden ofrecerse a un público ávido de imágenes pretéritas. La galería de penados, el recuerdo de sus mineros, de sus edificios antiguos, la plaza de toros y su gastronomía permiten una actividad de la que pueden vivir quienes todavía no han emigrado y se han convertido en resistentes con la intención de mantener en pie esta ciudad que tiene tras de sí tantos siglos de historia.

No renuncian las gentes de Almadén a otras formas de desarrollo. En las proximidades del casco urbano, de regreso a Ciudad Real, puede contemplarse el polígono industrial conocido como “Pozo de las Nieves”, donde hay más de sesenta parcelas equipadas para la instalación de industrias que pueden ayudar a que Almadén deje de ser esa zona deprimida en la que se ha convertido en los últimos años. El establecimiento de empresas dedicadas a la producción de derivados del cerdo ibérico y de la caza, de quesos elaborados con leche de oveja merina, el envasado de berenjenas en vinagre y otros productos puede ser muy importantes para la zona si consiguen darse a conocer  en el mercado español e internacional.

Este deseo de renacer de sus propias cenizas convive todavía con la presencia de ruinosas costras que la herida del tiempo muestra en las fachadas de sus casas abandonadas, en las que la indolencia de la administración local no ha conseguido borrar esa imagen de decadencia ya endémica desde hace muchos años en la ciudad. Un paseo por sus calles permite descubrir una rejería artesana, puertas antiguas y esas gárgolas de sus tejados rojos que constituyen un peculiar museo al aire libre que no pasa desapercibido a los atentos ojos de los nostálgicos transeúntes. El paseante se obsesiona con esas fachadas deterioradas, iconos que hablan de un presente lleno de contradicciones. A pesar del esfuerzo de la ciudad por sobrevivir, las fachadas de sus casas abandonadas proyectan sobre el visitante la sensación de una ciudad fantasma cuya aspiración no parece ser otra que encontrar en su pasado milenario los recursos para sobrevivir en este presente cuyo horizonte parece estar limitado por el obsceno deseo de quienes se han propuesto dejar esta hermosa tierra fuera de sus planes de inversión, aislada y lejos de los grandes centros neurálgicos del desarrollo.

 

  

 

 

 

domingo, 7 de octubre de 2012








PALABRAS PARA ALICIA
 
Al cumplir los años que cumples si los multiplicas por dos casi te dan los años que yo tenía cuando tú naciste. Para ti son apenas unos años, para mí la mitad de mi vida; para ti una nube de algodón cargada de agua que caerá pero para mí una nube de esas que pasan sin dejar rastro. Me pregunto si te di todo el tiempo que debía darte; si te presté toda la atención que tenía que prestarte. Ser padre no es fácil, nadie te enseña. Ni  siquiera te sirve tu experiencia como hijo aunque te fijes en cómo se portaron contigo y quieras hacerlo igual o mejor. Con el paso del tiempo nunca sabes si acertaste o si no lo hiciste.
 
Tal como están los tiempos  a mí sólo se me ocurre que lo mejor que he hecho es permitir que hayas nacido, haberte visto crecer y vivir los sofocos que siempre dan los hijos y poner los sueños que ponemos los padres. Aunque a veces pienses que porque  
 
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
 
Recuerdo aquellas noches en que te contaba cuentos, muchas veces improvisados a pesar del cansancio de una larga jornada…Pero era dulce ver cómo te quedabas dormida antes de llegar al final…Luego fuiste creciendo y sentí  cómo te alejabas de mí…Pensé que algo no había hecho bien…Pero  después  volviste a ser aquella niña indefensa y dulce que me llamaba por mi nombre y sentí que habías regresado de nuevo.
 
Por eso, hoy cuando ya eres una mujer que se enfrenta a la vida, quiero dejarte esta canción que yo leí hace muchos años pensando en ti aunque  tú aún no habías nacido. Léela con atención y escúchala siempre que te encuentres sola o perdida para que te oriente como siempre me orientó a mí.
 

PALABRAS PARA JULIA
 
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
Hija mía es mejor vivir
con la alegría de los hombres
que llorar ante el muro ciego.
Te sentirás acorralada
te sentirás perdida o sola
tal vez querrás no haber nacido.
Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
La vida es bella, ya verás
como a pesar de los pesares
tendrás amigos, tendrás amor.
Un hombre solo, una mujer
así tomados, de uno en uno
son como polvo, no son nada.
Pero yo cuando te hablo a ti
cuando te escribo estas palabras
pienso también en otra gente.
Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.
Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.
Entonces siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino, nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella, tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor, tendrás amigos.
Por lo demás no hay elección
y este mundo tal como es
será todo tu patrimonio.
Perdóname no sé decirte
nada más pero tú comprende
que yo aún estoy en el camino.
Y siempre siempre acuérdate
de lo que un día yo escribí
pensando en ti como ahora pienso.

 José Agustín Goytisolo

 

 

 


 
 



 
 
 


 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 

 


viernes, 28 de septiembre de 2012





LA DESPEDIDA

 

Tardó en hacerlo, pero al final lo hizo. Debió de ser duro para él llegar a esa conclusión después de cuarenta años de docente. Persona educada con buena crianza, pulcra, cuidadosa en las formas y algo conservadora en los fondos. Es, como diría un clásico, una persona de derechas a la española, que no es lo mismo, dicho sea de paso, que ser de derechas a la francesa o a la británica, por ejemplo.

En cualquier caso, cuando lo sufrió en primera persona, comprendió que las malas formas, el despotismo, la chulería, la arrogancia, la grosería, el cinismo también lo practican quienes se han educado en colegios privados, quienes han aprobado unas oposiciones a la abogacía del Estado, quienes van a Roma en peregrinación pagada con dinero de todos… Cuando comprendió todo esto el mundo se le vino encima, pues él creía que eso era propio de los otros, de los que no eran de su clase…

Pensó que el mundo estaba al revés. Después de cuarenta años como profesor en institutos se merecía otra despedida, no que le dieran la patada grosera donde se inician las extremidades inferiores. Estaba enamorado de su profesión, le había dedicado los mejores años de su vida, por sus clases habían pasado cientos de alumnos (y de alumnas, como dicen ahora) y a todos les había intentado transmitir esas formas de urbanidad, de buena educación, además de los conocimientos relacionados con su disciplina académica, en la que, y no es falsa modestia, se consideraba un buen profesor. Y a los hechos se remitía.

Pues bien, ahora que gobiernan los suyos, los que él consideraba ejemplo de buen gobierno, son ellos los que lo obligan a marcharse comunicándoselo cuando está a punto de empezar el curso, así, por las buenas. Sin previo aviso, le mandan un escrito diciéndole que a partir de tal día  de septiembre puede considerarse cesado como profesor de instituto y que pasa a las clases pasivas del Estado sin más. ¿No habrán tenido tiempo de hacerlo de otro modo, con cierta elegancia? Se dice. Ni una palabra de  agradecimiento por sus desvelos, por sus años enseñando, por su dedicación más allá de su sueldo, por su entrega a una profesión en la que predomina la vocación y el compromiso en sacar adelante a muchas personas. Sabía que había cometido errores, que en alguna ocasión había sido injusto, pero se reconfortaba pensando que quien estuviera libre de culpa tirase la primera piedra.

Y al final ha comprendido que esos políticos, los que siempre ha considerado los suyos, a quienes se les llena la boca hablando de la autoridad de los profesores, de su motivación, han entrado como un elefante en una cacharrería desmantelando el sistema público de enseñanza, incluso haciendo buenos a los del anterior gobierno, a los que él nunca había mirado  con mucha simpatía.

Se iba dolido, pero alegre por la despedida afectuosa de sus compañeros de Claustro, los únicos que en definitiva saben valorar su entrega durante estos años, pues ellos conocen mejor que nadie cómo se vive esta profesión tan hermosa  a la que ha dedicado casi toda una vida.


sábado, 8 de septiembre de 2012






 MI CALLE
Mi calle es ancha, cubierta de asfalto, pensada más para los coches que para que convivan las personas. No es una calle para pasear. Los árboles son pequeños y la sombra que proyectan se diluye en el asfalto. Las casas están construidas de modo que aparecen adosadas unas a otras, formando una cadena de fachadas iguales, que con el tiempo han sido reformadas según el capricho de sus dueños dando lugar a una variada gama de diferencias que reflejan ese afán individualista que caracteriza, según dicen, a los españoles.
Los únicos signos externos que pueden dar una imagen del estatus de quienes viven el la calle son los coches. La cantidad de coches puede hacer pensar que las dificultades económicas que sufre el país desde hace unos años no  han afectado a los  vecinos de esta calle, pero todo es apariencia. En realidad la crisis también se ha instalado en ella. Se ha cerrado la peluquería, la cafetería, la pastelería. En el barrio sólo hay una pequeña tahona y una farmacia en la que el mancebo se queja de la escasez de las ventas. Las farolas que dependen de la comunidad se apagan a media noche o sólo se encienden de forma alterna.
Al amanecer comienzan a moverse los vecinos para dirigirse a sus respectivos puestos de trabajo; poco más tarde los escolares pasan con sus mochilas camino del colegio o del instituto, donde este curso tienen menos profesores y más alumnos por aula. Junto a algunos jubilados, empiezan a aumentar quienes han perdido su empleo en los últimos meses. Algunos profesores y sanitarios han sido despedidos a causa de las llamadas medidas para racionalizar la gestión pública. ¿Racionalizar la gestión pública? Así llaman los políticos neoliberales a los despidos de trabajadores y a la destrucción de derechos. Se ha puesto de moda el uso de eufemismos como restructuración administrativa, adecuación  de recursos, racionalización del gasto... Todo ello para encubrir la realidad, para envolverla en papel de celofán y hacérsela tragar a los ciudadanos, convertidos en súbditos, cuando no en siervos, sin conciencia de serlo, por obra y gracia de unos políticos mediocres que han abrazado el neoliberalismo,  el nuevo becerro de oro ante el que se inclinan, para engrosar los beneficios de los que controlan las finanzas.
En algunas casas se han visto obligados a prescindir de cosas vitales,  pues el aumento de impuestos como el IBI, el IVA, el IRPF, la reducción de  sueldos, la pérdida de dos de las catorce pagas anuales o, en otros casos, algo todavía más sangrante, como es el desempleo, han quebrado los sueños de muchas familias, que terminan en un vivir sin vivir que los instala en la angustia y el pesimismo. Tras las puertas de estas casas  se abre eso que llamamos privacidad. Cuando llega la noche y se bajan las persianas sólo se ven  luces en algunas habitaciones. En cada casa habitan seres con sueños, frustraciones,  soledades y miles de proyectos en el aire, proyectos que dependen de la decisión de personas ajenas a su vida y que desconocen su existencia. En esos interiores se ama, se odia, se sueña y se espera. Cuando se cierran las puertas de la calle, se abren otras que conducen a ámbitos desconocidos. Cada casa es un mundo, habitado por seres humanos que viven en realidades distintas, no imaginadas por el vecino de la casa de al lado; por seres humanos que se saludan, cuando se saludan, al cruzarse por la calle, pero ignoran qué vida tienen quienes habitan a pocos metros de ellos, esas vidas paralelas que nunca llegarán a encontrarse, a converger en una relación solidaria. Es en el  interior de las casas donde realmente se desnudan los que viven en ellas: madres mirando tiernamente  a sus hijos mientras estos duermen, amantes dialogando con el amor, ojos en pelea con el insomnio…
La calle ya no tiene la alegría de años atrás, cuando los niños la llenaban con sus gritos y risas. Cuando los vecinos tenían la esperanza de que sus hijos crecieran para que un día fueran personas dichosas, ciudadanos de un país que por fin parecía dejar atrás sus demonios, pero ahora ven que  son jóvenes con futuro incierto, a los que  les están robando los derechos que conquistaron sus abuelos tras una dura guerra y una larga y negra dictadura cuyo final les hizo creer que daba paso a un país democrático en el que la soberanía era del pueblo, pero, apenas treinta y cinco años después, sus dirigentes se han comportado como carreristas, chorizos, expoliadores, arribistas, desvalijadores de las empresas públicas y desmantelando un sistema de enseñanza  y una sanidad pública que hasta no hace mucho era la seña de identidad de un Estado democrático social y de derecho, construido gracias al sacrificio y esfuerzo de dos generaciones de españoles. Hoy la existencia de estos vecinos se ha transformado en una realidad extraña y confusa en la que quienes los gobiernan quieren convertir sus sueños y proyectos en una mezcolanza ridícula. El golpe de Estado invisible que están sufriendo por parte de los neoliberales los ha dejado estupefactos, adormilados.
¿Qué va a ser de esos jóvenes, de esas generaciones dentro de quince años? ¿Engrosarán las filas de esas personas que llegan al albergue para sin techos, que todavía hay abierto a pesar de la política del gobierno, sin más equipaje que un presente vacío? Al pasar por la casa del albergue se escucha una voz ronca, rozada y recia que brota de su  interior; me detengo un momento y me estremezco al escuchar la letra del cante con el que alguien expresa su dolor y su rabia ante la situación en la que vive: 
Desgraciao aquel que come
el pan en manita ajena.
Siempre mirando a la cara
si la ponen mala o güena.
 
Los de más se van a menos
y los de menos a más.
¡Qué mundo tan engañoso
las güertecitas que da!
Y pensando en esas profundas verdades sigo andando por mi calle.
 

martes, 31 de julio de 2012




VERSOS EN TARDE DE CANÍCULA



En estas tardes de canícula es bueno refrescarlas con poemas de amigos. Os presento a dos que escriben versos desde siempre. A uno de ellos lo conozco desde los años del Instituto, mi amigo Fernando; al otro, desde los años de la Universidad, Manolo. El primero es manchego, aunque afincado en Madrid; el segundo, granadino, vive en Málaga. De los dos he escrito reseñas, artículos, prólogos y los he presentado en el Ateneo de Madrid junto a Maestros tan queridos como Claudio Rodríguez y Jesús Hilario Tundidor, de quien guardo un entrañable recuerdo de cuando fuera maestro de Fernando y mío en aquellos años en que ambos éramos estudiantes en Puertollano, a finales de los sesenta. De Fernando recuerdo las tardes en mi cuarto de la calle de Gran Capitán cuando hablábamos de amores, sueños y de proyectos ¿De Manolo? Aquella casa de la calle San Matías, en el corazón del Realejo granadino, por donde pasaron algunos de los que luego se dijeron ser los creadores de la otra sentimentalidad. Manolo tiene ese verbo cálido y equilibrado del buen conversador; Fernando  es menos hablador, más callado, sin que por ello deje de tener facilidad de palabra, pero su conversación es algo más conceptista.  Si recurriera a los tópicos podría escribir que el uno es andaluz  y el otro manchego, y de ahí la diferencia, los rasgos de su carácter. Pero todo esto sería charlatanería, y yo que soy, como Fernando, de Puertollano, no voy a recurrir a esos trucos. Algo hay en los dos que es común: un aire profundo y doloroso en sus versos, que se combina con su vitalismo biográfico, del que doy fe notarial, pues he compartido con ellos algunos momentos de esas ganas de vivir y he sido testigo de que ellos no responden a esa  imagen del poeta solitario que plasma en sus versos sus frustraciones. En sus poemas están las esencias de la poesía, las vetas temáticas de los auténticos poetas (y entre paréntesis digo que ser poeta no es lo mismo que ser versificador) como la herida del amor, la nostalgia indescriptible de esos paraísos que llevamos grabados a sangre y fuego en el alma, o como quiera que se llame.

Fernando Mansilla pertenece a esa generación de españoles de la que un día alguien (Manuel Salinas)  escribió que había venido a partir el siglo en dos mitades y acabó deshecha en mil trozos por el siglo. Aunque personalmente no doy validez al concepto de generación literaria, sí reconozco la posibilidad de que ante una misma experiencia colectiva surjan sentimientos compartidos; esto es lo que produce en mí la obra literaria de Fernando Mansilla: un sentimiento compartido. De su primer libro, “Poemario ensoñado”,  dijo Claudio Rodríguez que era un libro auténtico; y es esta palabra, autenticidad, lo que define sus  obras conocidas hasta ahora, pues Fernando en sus versos se desnuda con una mezcla de candor y abrasiva melancolía; en una escritura sin un plan premeditado, reveladora de sucesivos estados de ánimo, de ciertas desesperanzas y algunas esperanzas, tal como se refleja en este poema  que pertenece a su último poemario, todavía inédito.

AUNQUE AHORA


A los que aguantaron el envite con una mirada comunitaria 

Aunque ahora,
por momentos,
tiemble el pulso,
porque el gallo canta en la noche
y espolvorea en siembra el desatino,
mañana será otro día.
El designio no escapa,
está varado en sufrimiento...
infinitos desvelos derramados...
perpetuas heridas de ausencias.
A pesar de todo, girará la noria,
las negras nubes volarán...
clareará la madrugada,
y nacerán golondrinas de rosal
bajo una primavera de amapolas.
La luna es testigo,
en este juego de ruleta rusa,
el perdedor no se amilana,
su brújula incansable
siempre señala al norte.



Y por orden alfabético, pues tanto monta, monta tanto la poesía de Manuel como la de Fernando, escribo a continuación de Manuel Salinas, pero lo voy a hacer recurriendo a unos versos suyos como presentación:

Quizás no haya nadie más tristes que nosotros
Que vinimos a partir el siglo en dos mitades
Y acabamos en esta calle
Deshechos en mil trozos por el siglo.

Desde que Manolo escribió estos versos ya ha caído más de un aguacero, luego,  pasada la tormenta, su poesía optó por la aventura de vivir y se han convertido en “una sencilla pasión contra la muerte” o, dicho, de otra forma, en un obstinado deseo de vivir feliz, en paz consigo mismo, “la eternidad pequeña del arrayán, la secreta noche del limonero”. Ese deseo de vivir se trasluce en el poema, también inédito, “Carro de fuego”, lleno de imágenes que reflejan esa pasión por la vida, que es música, color, sensualidad…



CARRO DE FUEGO.


 “El poeta mira al mundo como un hombre mira a una mujer”.
 W. Stevens.


 Llévame a los cielos
envuelto en el fuego de las cosas que amas;
hospédame a solas en su corriente;
pídeme socorro con un perfume de flauta de espinas;
avívame, soy lumbre,
violeta sonora de un ático donde las niñas
se peinan con alondras y cantan.
Vuélame la noche, la tarde, el claro día.
Madúrame la casa de verde fruta.
Lléname de saltos de caballo el alma.
Llámame con sueños por mi nombre de poeta.
Coróname de migas de buen pan. Ampárame
y baila hermosa, mientras el mundo se hunde,
con un dulce violín en la solapa.
Regálame esa nube para gastarla juntos;
dime que sí. Dame la tinta, la luz, el agua: todo
lo que sea tuyo y tiemble de alegría
en los falsos oros de esta pavana
que la muerte templa en los atardeceres con niebla.