contador de visitas

viernes, 19 de octubre de 2012






ENTRE EL CINABRIO Y LA NIEBLA

 

Aunque hayas jurado no regresar, siempre se vuelve porque un día hay algo que te lleva hacia el lugar donde una vez estuviste. Regresas y entonces compruebas que la vuelta no es otra cosa que un intento, quizás inútil, de volver a aquellos momentos que recuerdas. Eres consciente de que te mueves entre espejismos, los mismos que sufre quien perdido en el desierto deambula errático por los áridos espacios que trastornan su conciencia. No importa el nombre que pongas a ese lugar que tú identificas con el pasado, con esa ciudad que fue el espacio por donde anduviste según te informan las imágenes que todavía guardas en tu memoria. Cuando regresas a ella encuentras que sus calles sólo conservan los nombres con los que  entonces se identificaban y no todas, pues en algunas fueron cambiados por el capricho de quienes deciden hoy su destino.

Aunque la ciudad ofrece un aspecto renovado, encuentras algunas casas deterioradas, abandonadas por los que un día vivieron en ellas; o vacías por la ausencia involuntaria de quienes las habitaron. Al pasar por ciertos lugares  evocas las personas que un día anduvieron por allí; y compruebas que donde hace años se encontraban tabernas donde acudías y en las que las voces y el vino te hicieron vivir noches de fiesta, hoy los planes urbanísticos han levantado otros edificios que dan una fisonomía, diferente a la que recuerdas, a las calles por las que transitabas con aquel aire bohemio de tu juventud.

De Almadén recordabas la humildad de sus gentes, su habla característica y sus bailes de carnavales. Las tardes de vinos por algunos de sus bares y las noches en sus terrazas. Días claves como el 23 F que viviste  allí y aquellos años de la transición hasta 1982 en los que toda España vivía sobresaltada por el envenenamiento con  aceite de colza. No fue nunca Almadén una ciudad afortunada, pues como otros núcleos mineros sufrió el expolio de las compañías que extraían sus riquezas y sólo dejaban allí los residuos y las enfermedades propias de las minas. Las riquezas naturales de Almadén no se han explotado en beneficio de sus habitantes, obligados a emigrar a otros puntos de la provincia y del país para buscar las oportunidades que no tuvieron en su tierra de origen. De los más de nueve mil habitantes que tenía a principios de los años ochenta, hoy apenas si pasa de seis mil. En estas tres últimas décadas ha perdido más de tres mil personas, siendo lo más preocupante el progresivo envejecimiento de su población.

Una vez que ha desaparecido la actividad en las minas y se ha producido una pérdida de población, la ciudad está intentando reinventarse con otras formas de mantenimiento y de desarrollo. Es como el ave Fénix que pretende resurgir de sus propias cenizas. Llevados por ese deseo de sobrevivir  los actuales habitantes han cambiado de ocupación  y se dedican a atender a cientos de turistas que vienen atraídos por las ofertas que ofrece una ciudad que aunque ha sido declarada patrimonio de la humanidad no puede evitar que muchos de sus vecinos se quejen de la triste situación en la que han quedado después del cierre de las minas, su verdadero patrimonio,  que fue desde siglos su santo y seña.
 
Cerradas sus minas de mercurio, desprovista la comarca de auténticas políticas de desarrollo de sus recursos ganaderos y agrícolas, sus gentes parecen condenadas al ensueño del turismo, a mostrar a los visitantes sus paisajes, sus museos, sus edificios restaurados… Llama la atención cómo Almadén busca en su pasado los medios para vivir en el presente. La mirada atrás permite encontrar una serie de elementos que transformados en productos culturales pueden ofrecerse a un público ávido de imágenes pretéritas. La galería de penados, el recuerdo de sus mineros, de sus edificios antiguos, la plaza de toros y su gastronomía permiten una actividad de la que pueden vivir quienes todavía no han emigrado y se han convertido en resistentes con la intención de mantener en pie esta ciudad que tiene tras de sí tantos siglos de historia.

No renuncian las gentes de Almadén a otras formas de desarrollo. En las proximidades del casco urbano, de regreso a Ciudad Real, puede contemplarse el polígono industrial conocido como “Pozo de las Nieves”, donde hay más de sesenta parcelas equipadas para la instalación de industrias que pueden ayudar a que Almadén deje de ser esa zona deprimida en la que se ha convertido en los últimos años. El establecimiento de empresas dedicadas a la producción de derivados del cerdo ibérico y de la caza, de quesos elaborados con leche de oveja merina, el envasado de berenjenas en vinagre y otros productos puede ser muy importantes para la zona si consiguen darse a conocer  en el mercado español e internacional.

Este deseo de renacer de sus propias cenizas convive todavía con la presencia de ruinosas costras que la herida del tiempo muestra en las fachadas de sus casas abandonadas, en las que la indolencia de la administración local no ha conseguido borrar esa imagen de decadencia ya endémica desde hace muchos años en la ciudad. Un paseo por sus calles permite descubrir una rejería artesana, puertas antiguas y esas gárgolas de sus tejados rojos que constituyen un peculiar museo al aire libre que no pasa desapercibido a los atentos ojos de los nostálgicos transeúntes. El paseante se obsesiona con esas fachadas deterioradas, iconos que hablan de un presente lleno de contradicciones. A pesar del esfuerzo de la ciudad por sobrevivir, las fachadas de sus casas abandonadas proyectan sobre el visitante la sensación de una ciudad fantasma cuya aspiración no parece ser otra que encontrar en su pasado milenario los recursos para sobrevivir en este presente cuyo horizonte parece estar limitado por el obsceno deseo de quienes se han propuesto dejar esta hermosa tierra fuera de sus planes de inversión, aislada y lejos de los grandes centros neurálgicos del desarrollo.

 

  

 

 

 

1 comentario:

  1. ¡Me encanta!.Comparto tus opiniones y puntos de vista, sólo difiero en el retorno: tú pensabas no volver, yo, en que jamás me iría de allí. Me alegro de haberme ido, pero más me alegro de mi regreso y de las visitas esporádicas de quienes, como tú, pasaron por su vida y por la mía. Un fuerte abrazo, querido amigo, sigue escribiendo y vé cuando quieras a visitarnos, sabes que serás bienvenido. Marisa.

    ResponderEliminar

Muchas Gracias por su comentario.