LA
DESPEDIDA
Tardó en hacerlo, pero al final lo hizo.
Debió de ser duro para él llegar a esa conclusión después de cuarenta años de
docente. Persona educada con buena crianza, pulcra, cuidadosa en las formas y
algo conservadora en los fondos. Es, como diría un clásico, una persona de
derechas a la española, que no es lo mismo, dicho sea de paso, que ser de
derechas a la francesa o a la británica, por ejemplo.
En cualquier caso, cuando lo sufrió en
primera persona, comprendió que las malas formas, el despotismo, la chulería,
la arrogancia, la grosería, el cinismo también lo practican quienes se han
educado en colegios privados, quienes han aprobado unas oposiciones a la
abogacía del Estado, quienes van a Roma en peregrinación pagada con dinero de
todos… Cuando comprendió todo esto el mundo se le vino encima, pues él creía
que eso era propio de los otros, de los que no eran de su clase…
Pensó que el mundo estaba al revés. Después
de cuarenta años como profesor en institutos se merecía otra despedida, no que
le dieran la patada grosera donde se inician las extremidades inferiores.
Estaba enamorado de su profesión, le había dedicado los mejores años de su
vida, por sus clases habían pasado cientos de alumnos (y de alumnas, como dicen
ahora) y a todos les había intentado transmitir esas formas de urbanidad, de
buena educación, además de los conocimientos relacionados con su disciplina
académica, en la que, y no es falsa modestia, se consideraba un buen profesor.
Y a los hechos se remitía.
Pues bien, ahora que gobiernan los suyos, los
que él consideraba ejemplo de buen gobierno, son ellos los que lo obligan a
marcharse comunicándoselo cuando está a punto de empezar el curso, así, por las
buenas. Sin previo aviso, le mandan un escrito diciéndole que a partir de
tal día de septiembre puede considerarse
cesado como profesor de instituto y que pasa a las clases pasivas del Estado
sin más. ¿No habrán tenido tiempo de hacerlo de otro modo, con cierta elegancia? Se dice. Ni
una palabra de agradecimiento por sus
desvelos, por sus años enseñando, por su dedicación más allá de su sueldo, por
su entrega a una profesión en la que predomina la vocación y el compromiso en
sacar adelante a muchas personas. Sabía que había cometido errores, que en
alguna ocasión había sido injusto, pero se reconfortaba pensando que quien
estuviera libre de culpa tirase la primera piedra.
Y al final ha comprendido que esos políticos,
los que siempre ha considerado los suyos, a quienes se les llena la boca
hablando de la autoridad de los profesores, de su motivación, han entrado como
un elefante en una cacharrería desmantelando el sistema público de enseñanza,
incluso haciendo buenos a los del anterior gobierno, a los que él nunca había
mirado con mucha simpatía.
Se iba dolido, pero alegre por la despedida
afectuosa de sus compañeros de Claustro, los únicos que en definitiva saben
valorar su entrega durante estos años, pues ellos conocen mejor que nadie cómo
se vive esta profesión tan hermosa a la
que ha dedicado casi toda una vida.