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jueves, 27 de diciembre de 2012





INOCENTES

 

A Mamayiyi

 

 

Tenía el cutis más hermoso que he conocido. Ya había cumplido los ochenta años y todavía su piel mantenía la suavidad de un pétalo de rosa. Otra de las cosas que recuerdo de ella era su buen humor y que fuera la que nos recordaba todos los 28 de Diciembre que era el Día de los Santos Inocentes. Solía  ponerse un letrero, que sujetaba con un imperdible en su blusa a la altura del pecho. Se acercaba a la primera persona que se encontraba y solía pedirle un billete o cualquier cosa de poco valor, una vez que ya lo tenía en su poder le decía aquello de “los santos inocentes te lo pagarán”. Recuerdo la cara cándida que se le quedaba a quien le daba la inocentada, sobre todo cuando se percibía del letrero que ella llevaba bien visible y en el que podía leerse: ¡Ojo! Hoy es el día de los inocentes. Cuidado con las inocentadas.

Esto lo repitió un año tras otro, hasta que el alzhéimer le robara la memoria, y para nosotros, los niños de la casa, sus bromas suponían la celebración de un día de fiesta que todavía en aquellos años no relacionábamos con el relato que más tarde leímos en el Evangelio de San Mateo:

Cuando nació Jesús, llegaron del oriente unos sabios preguntando por el rey de los judíos. Al enterarse Herodes los llamó y les pidió que regresaran para decirle donde se encontraba Jesús. Pero avisados para que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. Después de que partieron los sabios de Oriente, un ángel del Señor apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Permanece allí hasta que yo te lo diga, porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo. Entonces, cuando Herodes se vio burlado por los sabios, se enojó mucho y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo indicado por los sabios. Una vez muerto Herodes, la familia de Jesús regresó a Israel y se estableció en Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por los profetas.

Aquella matanza, cuyo carácter histórico está en entredicho, tiene un significado simbólico hoy en día cuando se sigue conmemorando la muerte de aquellos niños que murieron a causa del temor de Herodes a ser destronado por Jesús.

Luego nos dijeron que este episodio es una invención que no se corresponde con la historia, pues Herodes nunca ordenó la matanza que describe el autor de esta versión del evangelio. Sin embargo, la leyenda de Herodes sigue transmitiéndose de generación en generación y su figura se recuerda  como la del rey que mandó matar a todos los inocentes de Belén y de sus alrededores.

Todavía hoy siguen existiendo inocentes, sin necesidad de echarle la culpa de ello a Herodes. Cientos de niños sufren persecución a causa de los recortes impuestos a la escuela, a los hospitales, al desempleo de sus padres, a la desprotección social, a la falta de ayuda a los centros de acogida; a la ocupación israelí en territorios palestinos; a los enfrentamientos armados en  las ciudades sirias; a la miseria existente en barrios proletarios y marginales de muchas ciudades de Europa, América, Asia, África y Oceanía. Todos ellos son los inocentes de esta segunda década del siglo XXI, perseguidos y muertos por las espadas del hambre, de la guerra, del desempleo, del analfabetismo, de la falta de presupuestos para pagar sus medicinas…Todos ellos son inocentes, víctimas de la ambición de los poderosos, como aquellos niños que murieron por el temor de un rey a ser desplazado del poder por un desconocido que, según dicen, vino al mundo en un pesebre.

martes, 4 de diciembre de 2012






A PROPÓSITO DEL DÍA DE LA CONSTITUCIÓN

Muchos libros tienen en su interior la fecha y el nombre de la ciudad donde un día alguien los compró; incluso, con una caligrafía entrañable, guardan  el nombre de quien lo hizo. Son costumbres que permiten, muchos años después, recordar aquel día en el que ese alguien entró en una librería y adquirió una novela,  un libro de poemas o de cualquier otro género. Esto nos habla de cosas entrañables, de las lecturas que nos interesaban en aquel tiempo o el motivo por el que compramos aquel libro que, al abrirlo muchos años después, nos evoca sentimientos y emociones  entrañables; incluso si es un extraño el que lo mira también puede experimentar emociones al descubrir por casualidad lo que otro escribió en  alguna de sus páginas sin imaginar siquiera que un día otra persona pudiera leerlo.

Quienes amamos los libros no solemos desprendernos de ellos y siempre que alguien que vive con nosotros nos hace la sugerencia de que sería conveniente deshacernos de algunos, sobre todo de esos que hace años que no hemos abierto, encontramos una excusa para dejarlos en ese lugar de la estantería que ya le pertenece y del que por nada del mundo querríamos desahuciarlo.

Entre esos libros he abierto uno que adquirí hace ya más de treinta años, con la intención de que mi hijo, que acababa de nacer apenas unas horas antes de que yo pasase por una librería hoy ya desaparecida, como tantas cosas en esta ciudad azotada por la crisis, lo pudiera leer pasados unos años; y he encontrado estas palabras, escritas de mi puño y letra: “En este día nació mi hijo Fernando. Ciudad Real a 19-X-82”. Se trata de un ejemplar de la Constitución Española de 1978. El por qué compré este librito aquel mismo día creo recordarlo todavía hoy: Hacía poco más de un año del golpe militar conocido como  el 23- F  y la Constitución se había convertido en un icono para muchos españoles, sobre todo para los que habían crecido durante los años de la dictadura franquista y, por ello,  veían la democracia como una  forma de vivir que deseaban para sus hijos, frente a la que les impuso a ellos aquel régimen nefasto que perseguía a todos los que no le manifestaban su adhesión inquebrantable.

La Constitución de 1978, “aprobada por las Cortes y ratificada por el pueblo español”, era el mejor garante frente a las amenazas golpistas que pretendían devolvernos a las catacumbas de la dictadura. Quizás por ello entré en aquella librería  de la Plaza Mayor, llamada  todavía en 1982 Plaza del Generalísimo. Todo un icono de que el régimen no  había desaparecido de los usos y costumbres de la sociedad española en aquellos días en los que gran parte del país vivía la esperanza de un cambio que estaba a punto de iniciarse con la victoria del PSOE, que ganó las elecciones unas semanas después, el 28 de octubre de 1982.

Tenía motivos para la alegría. Acababa de tener un hijo, España caminaba hacia la transformación democrática y los cambios parecían posibles. La Constitución se convirtió  en el referente de un pacto entre los diferentes grupos políticos del país y -¡por fin!-  los viejos demonios parecían controlados por las fuerzas del bien. Todavía quedaban antiguos problemas por resolver y otros nuevos surgieron con el paso del tiempo, pero la mayoría de los ciudadanos de este país dirigían sus miradas, tal como expresó quien estaba al frente de ellos, “al porvenir con fe, con optimismo, con decisión y valentía, con la más ilusionada de las esperanzas”.

Treinta y cuatro años después miro a mi alrededor y,  al ver sólo “los muros de la Patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados”, me pregunto si serán los años los que me hacen ver el panorama sombrío, como le ocurriera al poeta barroco que no hallaba otra cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte. En este solar en el que se ha convertido España, lleno de empresarios especuladores, políticos sin escrúpulos, gobernantes sin principios y tantos otros personajes que parecen haber salido de las tinieblas de los cuadros que cuelgan en los muros del Prado, parece que no me queda otra que la desesperanza y el desánimo ante tanta ruina que sesga a la juventud su esperanza y a los viejos la  vida que les queda.

La Constitución de 1978, que supuso una esperanza para la mayoría de los españoles, mujeres y hombres de cualquier clase social, de cualquier ideología política o credo religioso, ha tenido durante muchos años su día de fiesta,  aunque con el paso del tiempo se ha convertido  en una conmemoración  vacía de contenido, en un festejo más de los muchos del calendario de la España oficial y retórica de hoy.

¿Es la Constitución de 1978  papel mojado, barquito a la deriva en manos de políticos  que la reforman y la incumplen a su antojo, en connivencia con los mercaderes, a los que ningún mesías llega a tiempo de expulsar del templo,  invadido para hacer sus negocios, mientras que el pueblo, distraído con juegos artificiales, no llega a alcanzar ese estado de conciencia que lo haga derrocar a los sátrapas y expulsar  a los poncios  de los nuevos imperios que lo dominan?