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domingo, 3 de mayo de 2020

MIS RECUERDOS DEL GRAN TEATRO




                                                   A  mis amigos Luis Pizarro y Javier Flores



COSAS DE PUERTOLLANO



            Al cumplirse en este 2020, año de pandemia, el centenario de la construcción del edificio que fue el Gran Teatro de Puertollano quiero rendir un homenaje a la memoria de mi padre que durante una larga década fue inquilino de varios de los locales del edificio que daban a la calle Juan Bravo. A finales de los años cuarenta le alquiló Adolfo Porras un local que antes había tenido un tal Luis, así lo llamaba mi padre cuando relataba cómo le había traspasado el pequeño local donde estableció un pequeño taller de bicicletas, asociado a su amigo Pablo Moreno, a quien siempre le unió un gran afecto. Después se quedaron con los locales que estaban junto a la puerta por la que se entraba a la emisora de radio que tiempo después sería Radio Popular, pero en aquellos años estaba dirigida por don Pedro Muñoz, también conocido como el cura de la emisora, que vivía con su madre y su hermana Jose. Algunas tardes yo subía a la casa, pues eran muy cariñosas, tanto con mi hermana como conmigo. Cuando se fueron a vivir a la casa del Poblado al ser don Pedro destinado como sacerdote en la parroquia de aquel barrio, que entonces pertenecía a la Empresa Calvo Sotelo, mi hermana siguió visitándolas.

            Cuando mi padre y su socio decidieron disolver la sociedad y seguir cada uno su camino, dividieron los locales. El local que le correspondió a mi padre era el número diez de la calle Juan Bravo y sus ventanas daban al callejón por el que entraban y salían muchos de los artistas que actuaban en el Gran Teatro, entre ellos recuerdo especialmente a Antonio Molina, que en sus visitas solía saludar a mi padre en el taller.

            A pocos metros había un local donde almacenaban bidones de combustibles del depósito que había frente a la puerta principal del Gran Teatro, años más tarde abrieron el bar La Cueva, de Llopis. A principio de los sesenta mi padre traspasó el local a dos hermanos, hijos del propietario de la antigua posada El Sol, que hubo en la plaza de Ayuntamiento, quienes abrieron el Bar Sol que hubo en la calle Juan Bravo, en el mismo local donde mi padre tuvo el taller de bicicletas hasta que lo trasladó a Gran Capitán.




            En una de las fotografías que conservo aparece mi padre junto a los operarios del taller y algunos clientes. Los recuerdo a todos, pues formaban una piña de amistad. También recuerdo al señor Víctor, bellísima persona, que era el contable, y años más tarde regentó una gestoría junto a la librería de Pizarro. El taller permaneció en aquel local hasta el inicio de los años sesenta que fue trasladado a Gran Capitán, donde tenía la exposición. Después del traslado a Gran Capitán, seguí frecuentando aquellos espacios de la calle Juan Bravo vinculados al edificio del Gran Teatro, ya que, aunque mi padre y su antiguo socio se habían independizado, mis relaciones personales seguían siendo muy estrechas.




            Como toda mi generación, asistí a muchas películas de cine y a espectáculos de flamenco en la sala del Gran Teatro. Además de proyectarse películas y la realización de espectáculos flamencos, también se celebraron actos políticos. Al primer mitin que asistí en mi vida fue en el Gran teatro, exactamente el día 9 de diciembre de 1966 y contó, entre otros, con la participación de Emilio Romero, director del diario "Pueblo", que hacía campaña a favor del SÍ, en el referéndum para la sucesión en la Jefatura del Estado. Lo escuché en el anfiteatro, procurando no llamar la atención ya que era menor de edad. Las elecciones se celebraron el 14 de diciembre y salieron más síes que votantes había en el censo, aunque me consta que algunas personas de mi entorno votaron NO.

            Además de ver en la pantalla películas inolvidables desde el patio de butacas o desde una de las plateas, también asistí a finales de los sesenta a las representaciones de teatro de aquellas Campañas Nacionales de Teatro llevadas a cabo por el Ministerio de Información y Turismo, cuyo titular era Manuel Fraga Iribarne. La compañía que actuaba en el Gran Teatro era la Lope de Vega, dirigida por José Tamayo y contaba con un brillante repertorio en el que destacaban obras de Valle Inclán o del mismísimo Bertolt Brecht, magníficamente interpretadas por actores y actrices de la categoría de Manuel Galiana, Amparo Pamplona o Mari Carrillo y otras grandes figuras de la escena de aquellos años.

            Pero quizá el último recuerdo más emotivo que guardo del Gran Teatro fue la asistencia al mitin que se celebró después del Día de Reyes de 1978, contando con la actuación del cantautor asturiano Víctor Manuel, y de representantes del PSP y del PCE que presentaban la candidatura unitaria de ambos partidos para las elecciones municipales que se veían en el horizonte de aquella democracia que estaba echando a andar.



            Uno o dos días después salí en un tren cargado de reclutas camino de Rabasa (Alicante) y cuando regresé catorce meses después estaban a punto de celebrarse las primeras elecciones municipales democráticas desde los años de la II República, pero aquella candidatura unitaria se había roto al integrarse el PSP de Tierno Galván en el renovado PSOE dirigido por Felipe González y Alfonso Guerra.

            Después de unos años vendría la destrucción, decidida  tiempo  antes, del edificio  del Gran Teatro, a la que asistí perplejo cómo se producía por la especulación de pocos, ante la indiferencia de muchos y la pasividad de todos. Los que ostentaban el poder en nuestra ciudad, entre la conservación de un icono de la cultura y la especulación urbanística, eligieron la especulación.

viernes, 24 de abril de 2020

DESPEDIDA


Las siguientes palabras las pronuncié en la despedida de la primera promoción de bachillerato de este siglo en el I.E.S. “Hernán Pérez del Pulgar”. Al encontrarlas en el baúl de las palabras perdidas las incorporo aquí para desempolvarlas en estos tiempos de confinamiento.


DESPEDIDA


Dicen que no son tristes las despedidas.
Dile a quien te lo diga que se despida.
Antonio Machado


            No tengo claro, os lo digo sinceramente que esto sea una despedida. Digamos que es un acto que, para algunos de nosotros, se repite todos los años cuando llegan los primeros días de junio, como sabéis una vez cada doce meses. Mas para vosotros es un momento irrepetible que habéis esperado durante muchos años.
            ¿Qué os tengo que decir que no os haya dicho después de todos estos meses durante los que hemos pasado juntos cuatro horas a la semana hablando de palabras, cuatro horas metalingüísticas, durante las cuales os habréis aburrido intensamente? Después llegaban otros profesores y teníais que cambiar el registro. Os recuerdo en vuestros asientos, resignados a escuchar al profesor de turno. ¿No os apetecía salir corriendo? Algunos de vosotros lo habéis hecho de vez en cuando. Os hemos visto alguna que otra vez fuera de clase, haciendo novillos por ahí enfrente. Pero mirábamos a otro lado…Recordábamos que a vuestra edad también nos apetecía largarnos de clase…Son cosas de la edad. Tener eso en cuenta humaniza nuestra profesión, pues no en vano somos muchos los profesores que seguimos teniendo alma de aquellos antiguos artesanos del Medievo y trabajando anónimamente como los escritores de cantares.
            Nosotros trabajamos sin preocuparnos de los índices de audiencia, sin estar pendientes de los titulares de prensa o de que nuestro nombre salga en los periódicos, ni en las pantallas de televisión o de quedar registrados en los anales de la Historia. Sabemos que nuestra gloria es como la “de los que escriben cantares: oír decir a la gente que no los ha escrito nadie”; sin embargo, sabemos que estamos trabajando con seres humanos que responden a un nombre, que tienen sentimientos y se alimentan de sueños; y por ello nuestra labor se hace copla, copla callada que suena cuando vosotros, nuestros alumnos, la hacéis vuestra.
            No tenemos otro empeño que ayudaros a ser felices y a ello nos entregamos con la ilusión de que nuestra labor en las aulas corra la suerte de las buenas coplas, ya

Que, al fundir el corazón
con el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.

                                  Manuel Machado


            Permitidme también una breve y sosegada mirada a la nostalgia, a aquel primer día en el que llegasteis al instituto y fuisteis recibidos por los profesores que os darían clase en primero y segundo de secundaria. En este momento quizás recordéis aquella mañana de hace ya seis años cuando llegasteis al instituto con cierta angustia y preocupación ante lo desconocido. Es justo evocar el recuerdo de aquellos profesores que os recibieron en las aulas de este instituto que durante estos últimos años ha formado parte de vuestra vida. Algunos están aquí para despediros, como estuvieron para recibiros el primer día. No voy a decir sus nombres, por temor a que se me quede alguno en el aire, aunque yo estoy seguro de que vosotros los guardáis en vuestro corazón. Aquellos profesores, los que os dieron clase en primero y segundo de secundaria, al igual que los que lo hicieron en los cursos posteriores, también han contribuido a vuestra formación. De aquellos profesores, algunos se han marchado definitivamente, aunque vosotros los recordáis con cariño. Permitidme una segunda licencia, la de evocar entre todos el nombre de don Ramón de la Osa. El otro día les preguntaba a algunos alumnos de cuarto que si se acordaban de él y me decían que “tenía sus cosas, pero era muy buena gente”. Os confieso que me emocioné. Estoy convencido que a don Ramón, si estuviera aquí, le hubiera gustado escuchar las palabras de Irina: era muy buena gente.

            Esa es la perspectiva que no deberíais perder nunca. “SER MUY BUENA GENTE”. Todos los profesores que habéis tenido a lo largo de estos años hemos querido ser como caudales que han enriquecido ese río en formación que sois cada uno de vosotros; ríos que caminan, no a ese mar manriqueño que es el morir, sino a ese otro mar de Juan Ramón en el que encontraréis la plenitud, la madurez de vuestras vidas.

            Vosotros no sois, a vuestra edad, el río de Jorge Manrique, sino el camino de Antonio Machado, ese camino que se construye al andar. Esperamos que de alguna manera los profesores de este centro os hayamos ayudado en el tramo del camino cuya culminación estamos celebrando en este acto.

            Cada uno de los muchos profesores y profesoras que habéis tenido han ido dejando lo mejor de cada uno desde sus diferencias, desde sus contradicciones. Porque como ya os habréis ido dando cuenta durante estos años, los profesores somos muy distintos unos de otros, aunque esas diferencias no han impedido que todos hayamos compartido el interés porque os llevéis lo mejor de cada uno de nosotros. Este es el valor de los centros de la enseñanza pública, el modelo que vuestros padres eligieron para vosotros -Ojalá que no os hayamos defraudado-, un modelo plural, respetuoso con todas las condiciones sociales y con cualquier origen territorial.

            Vosotros sois, una de las primeras promociones, la primera del siglo XXI (2000-2006), que ha compartido las aulas con alumnos venidos de países como Marruecos, Colombia, Ecuador, Rumanía e, incluso, de la lejana China. Todo esto hubiera sido cosa de locos imaginarlo hace algunos años cuando los únicos forasteros venían de los pueblos cercanos o -y eso ya era insólito- algún alumno de Andalucía o de Cataluña. Todo esto es reflejo de que se está produciendo un cambio. Vosotros estáis llamados a ser protagonistas de ese cambio. Por ello será necesario que sigáis trabajando duramente en vuestra próxima etapa. Aquí, en el instituto, habéis convivido en una pequeña comunidad, pero os espera otra más grande y compleja cuando salgáis por la puerta (en la que ya no estarán Gabino ni Belén para controlaros) para empezar a hacer una nueva etapa de vuestra vida.

            Y como nosotros, vuestros profesores y profesoras, seguiremos aquí algunos años más, sí que me gustaría, ya para terminar, recordaros las palabras de uno de los más grandes pensadores apócrifos de nuestro país, me refiero a Juan de Mairena:

“Vosotros debéis amar y respetar a vuestros maestros, a cuantos de buena fe se interesan por vuestra formación espiritual. Pero para juzgar si su labor fue más o menos acertada, debéis de esperar mucho tiempo, acaso toda la vida, y dejar que el juicio lo formulen vuestros descendientes. Yo os confieso que he sido ingrato alguna vez -y harto me pesa- con mis maestros, por no tener presente que en nuestro mundo interior hay algo de ruleta en movimiento, indiferente a las posturas del paño, y que mientras gira la rueda, y rueda la bola que nuestros maestros lanzaron en ella un poco al azar, nada sabemos de pérdida o ganancia, de éxito o de fracaso”.

Muchas gracias.
Instituto “Hernán Pérez del Pulgar”
Ciudad Real, 6 de junio de 2006


miércoles, 1 de abril de 2020

UN MAESTRO LIBERAL


                                                                     A don Antonio Larrondo Cano  in memoriam
              


                Ser liberal en España en los años sesenta del siglo XX no era algo baladí. Leer el Diario “Madrid” o la revista “Triunfo” era considerado por los seguidores del Régimen como indicio de que eras masón, rojo o las dos cosas a la vez. Por aquellos años conocí a dos personas que no pertenecían a la clase obrera y que, curiosamente, tampoco eran franquistas. Las dos tenían el mismo nombre, una de ellas era nada menos que ingeniero, y, la otra, director por oposición (entonces existía el Cuerpo de Directores de Primaria); las dos leían cosas que no eran comunes en aquellos tiempos. El ingeniero solía comprar la revista “Triunfo” y el director de primaria era lector asiduo del Diario “Madrid”. De los dos guardo muchos recuerdos, entre ellos, que fueron los primeros liberales que conocí en mi vida. Para mi eran LIBERALES procedentes de la mejor veta del liberalismo español del XIX (Larra, Espronceda…), cada uno a su estilo. El ingeniero ya se fue hace unos años, y hoy se ha ido, don Antonio, el director de primaria.

            A don Antonio Larrondo Cano lo conocí allá por el año 1968 en una academia de las que había en Puertollano. Impartía clases de Pedagogía a un pequeño grupo de estudiantes de Magisterio. Ya era por entonces director del Colegio Público “Ramón y Cajal”. Vestía al estilo de don Antonio Machado. Se empeñaba en que lo tuteáramos, cosa que tardaría muchos años en conseguir ya que llegué a cumplir los cuarenta y todavía lo llamaba de usted. Mantuve desde entonces, a pesar de la diferencia de edad, con él una estrecha amistad que más tarde se hizo extensible a nuestras compañeras. Cuando mi hijo comenzó el parvulario en 1986 lo hizo en el Colegio Público “Gonzalo de Berceo” cuyo director era don Antonio Larrondo Cano, que había dejado la dirección del C.P. “Ramón y Cajal”. Como el colegio estaba a unos metros de mi domicilio aquello permitió que le hiciera numerosas visitas en horas libres y mantuviera con él aquellas conversaciones que tanto me enriquecían.

            Su mujer impartió clase a mis hijos siendo ya profesora en un instituto de Ciudad Real a donde se trasladaron cuando Don Antonio perdió injustamente su condición de director al suprimirse por ley el Cuerpo de Directores de Primaria. De vez en cuando nos juntábamos las dos parejas y hoy recuerdo con una sonrisa cómo yo seguía dirigiéndome a él de usted mientras que los demás usaban el tuteo. Me llamaba la atención y yo le decía que tuviera paciencia, que algún día lo tutearía y así ocurrió con el tiempo…, aunque para mí siempre siguió siendo don Antonio.

            En más de una ocasión lo acompañé en su viejo “seiscientos” los fines de semana por los pueblos de la comarca de Puertollano a los que iban sus alumnos a participar en las competiciones deportivas de aquellos años. Tenía un tremendo espíritu competitivo. También le ayudaba a organizar la biblioteca del colegio, tarea que hacía fuera del horario escolar. Cuando terminé magisterio fue él quien me acompañó en su “seiscientos” a Ciudad Real con objeto de  gestionar los trámites para que me expidieran el título de maestro (estudios que inicié gracias a Don Eduardo Bernal Morales, otra persona inolvidable para mí).  

            En ocasiones le pedía consejo como si de mi padre se tratara y hasta que empezó esta pandemia solía visitarlo en su casa todas las semanas, donde siempre lo encontraba leyendo “El País”, periódico al que estaba suscrito, y ya en los últimos meses solía ir a comprarlo a pesar de que tenía dificultades respiratorias para caminar. En mis visitas comentábamos la situación política actual sorprendiéndome siempre con su lucidez y racionalidad; y, aunque estábamos de acuerdo en las cuestiones sustanciales, me gustaba discrepar para suscitar pequeños debates. Sólo había una cuestión en la que predominaba la pasión sobre el análisis: cuando se trataba de su Atleti. Como yo lo sabía, no solía sacar el tema, sobre todo cuando ganaba el Real Madrid.