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martes, 31 de julio de 2012




VERSOS EN TARDE DE CANÍCULA



En estas tardes de canícula es bueno refrescarlas con poemas de amigos. Os presento a dos que escriben versos desde siempre. A uno de ellos lo conozco desde los años del Instituto, mi amigo Fernando; al otro, desde los años de la Universidad, Manolo. El primero es manchego, aunque afincado en Madrid; el segundo, granadino, vive en Málaga. De los dos he escrito reseñas, artículos, prólogos y los he presentado en el Ateneo de Madrid junto a Maestros tan queridos como Claudio Rodríguez y Jesús Hilario Tundidor, de quien guardo un entrañable recuerdo de cuando fuera maestro de Fernando y mío en aquellos años en que ambos éramos estudiantes en Puertollano, a finales de los sesenta. De Fernando recuerdo las tardes en mi cuarto de la calle de Gran Capitán cuando hablábamos de amores, sueños y de proyectos ¿De Manolo? Aquella casa de la calle San Matías, en el corazón del Realejo granadino, por donde pasaron algunos de los que luego se dijeron ser los creadores de la otra sentimentalidad. Manolo tiene ese verbo cálido y equilibrado del buen conversador; Fernando  es menos hablador, más callado, sin que por ello deje de tener facilidad de palabra, pero su conversación es algo más conceptista.  Si recurriera a los tópicos podría escribir que el uno es andaluz  y el otro manchego, y de ahí la diferencia, los rasgos de su carácter. Pero todo esto sería charlatanería, y yo que soy, como Fernando, de Puertollano, no voy a recurrir a esos trucos. Algo hay en los dos que es común: un aire profundo y doloroso en sus versos, que se combina con su vitalismo biográfico, del que doy fe notarial, pues he compartido con ellos algunos momentos de esas ganas de vivir y he sido testigo de que ellos no responden a esa  imagen del poeta solitario que plasma en sus versos sus frustraciones. En sus poemas están las esencias de la poesía, las vetas temáticas de los auténticos poetas (y entre paréntesis digo que ser poeta no es lo mismo que ser versificador) como la herida del amor, la nostalgia indescriptible de esos paraísos que llevamos grabados a sangre y fuego en el alma, o como quiera que se llame.

Fernando Mansilla pertenece a esa generación de españoles de la que un día alguien (Manuel Salinas)  escribió que había venido a partir el siglo en dos mitades y acabó deshecha en mil trozos por el siglo. Aunque personalmente no doy validez al concepto de generación literaria, sí reconozco la posibilidad de que ante una misma experiencia colectiva surjan sentimientos compartidos; esto es lo que produce en mí la obra literaria de Fernando Mansilla: un sentimiento compartido. De su primer libro, “Poemario ensoñado”,  dijo Claudio Rodríguez que era un libro auténtico; y es esta palabra, autenticidad, lo que define sus  obras conocidas hasta ahora, pues Fernando en sus versos se desnuda con una mezcla de candor y abrasiva melancolía; en una escritura sin un plan premeditado, reveladora de sucesivos estados de ánimo, de ciertas desesperanzas y algunas esperanzas, tal como se refleja en este poema  que pertenece a su último poemario, todavía inédito.

AUNQUE AHORA


A los que aguantaron el envite con una mirada comunitaria 

Aunque ahora,
por momentos,
tiemble el pulso,
porque el gallo canta en la noche
y espolvorea en siembra el desatino,
mañana será otro día.
El designio no escapa,
está varado en sufrimiento...
infinitos desvelos derramados...
perpetuas heridas de ausencias.
A pesar de todo, girará la noria,
las negras nubes volarán...
clareará la madrugada,
y nacerán golondrinas de rosal
bajo una primavera de amapolas.
La luna es testigo,
en este juego de ruleta rusa,
el perdedor no se amilana,
su brújula incansable
siempre señala al norte.



Y por orden alfabético, pues tanto monta, monta tanto la poesía de Manuel como la de Fernando, escribo a continuación de Manuel Salinas, pero lo voy a hacer recurriendo a unos versos suyos como presentación:

Quizás no haya nadie más tristes que nosotros
Que vinimos a partir el siglo en dos mitades
Y acabamos en esta calle
Deshechos en mil trozos por el siglo.

Desde que Manolo escribió estos versos ya ha caído más de un aguacero, luego,  pasada la tormenta, su poesía optó por la aventura de vivir y se han convertido en “una sencilla pasión contra la muerte” o, dicho, de otra forma, en un obstinado deseo de vivir feliz, en paz consigo mismo, “la eternidad pequeña del arrayán, la secreta noche del limonero”. Ese deseo de vivir se trasluce en el poema, también inédito, “Carro de fuego”, lleno de imágenes que reflejan esa pasión por la vida, que es música, color, sensualidad…



CARRO DE FUEGO.


 “El poeta mira al mundo como un hombre mira a una mujer”.
 W. Stevens.


 Llévame a los cielos
envuelto en el fuego de las cosas que amas;
hospédame a solas en su corriente;
pídeme socorro con un perfume de flauta de espinas;
avívame, soy lumbre,
violeta sonora de un ático donde las niñas
se peinan con alondras y cantan.
Vuélame la noche, la tarde, el claro día.
Madúrame la casa de verde fruta.
Lléname de saltos de caballo el alma.
Llámame con sueños por mi nombre de poeta.
Coróname de migas de buen pan. Ampárame
y baila hermosa, mientras el mundo se hunde,
con un dulce violín en la solapa.
Regálame esa nube para gastarla juntos;
dime que sí. Dame la tinta, la luz, el agua: todo
lo que sea tuyo y tiemble de alegría
en los falsos oros de esta pavana
que la muerte templa en los atardeceres con niebla.







 


 

lunes, 16 de julio de 2012










VIAJE A RONDA

 A Manuel Salinas, poeta, entre otras, no menos importantes, cualidades.

Subir a Ronda desde Málaga en pleno verano es una aventura indescriptible. Menos mal que el viaje lo hice en un cómodo BMV que en poco más de una hora nos permitió estar aparcando en una de las calles de la mítica ciudad andaluza. Una vez que nos adentramos en el interior de la provincia de Málaga, la ciudad de Ronda aparece enclavada en una agreste serranía, entre crestas de mediana altura y profundos tajos, que han contribuido a acentuar su imagen romántica.

Mi visita a la ciudad se debió a la amabilidad de un amigo al que fui a visitar en su ciudad de Málaga. Su idea era la de enseñarme el escenario del auténtico romanticismo, del que apenas si habíamos estudiado unas pinceladas en nuestros años universitarios. Quizás tenía razón Cernuda al afirmar que si buscamos el rastro romántico de Andalucía, queremos llegar a su corazón, solo Ronda y Cádiz pueden ser elocuentes con nuestro afán. Cádiz lo he visitado en varias ocasiones y tiene esa atmósfera romántica que percibo también  en otra de mis ciudades preferidas, Lisboa.  Pero a Ronda no había ido nunca; por ello, cuando me hicieron la sugerencia de visitarla, no puse ninguna objeción, a pesar de la ola de calor sahariano que llegaba en esos días a la Península.

 Mi amigo, conocedor  de los entresijos del romanticismo literario, resultó ser  un compañero de lujo en esta mi primera visita a Ronda, ciudad que muchos relacionan con el mundo de la tauromaquia y las leyendas sobre bandoleros como José María “El Tempranillo”, pero en Ronda no todos los personajes conocidos han sido toreros o bandoleros. Callejeando por la ciudad se encuentran calles como la dedicada a Blas Infante, abogado, escritor y político, que en 1918 presidió en Ronda la Asamblea Regionalista de las Provincias Andaluzas, de la que surgen los símbolos de Andalucía. La calle de Fernando de los Ríos, en memoria de uno de los políticos más importantes de España. La Carrera de Espinel, dedicada a  Vicente Espinel, poeta y músico, al que se debe la quinta cuerda a la guitarra y  la forma estrófica llamada espinela,  además de ser el autor de la novela picaresca “Vida y obra del escudero Marcos de Obregón” a cuyo personaje también se le dedica una de las vías de la ciudad, la calle de Marcos de Obregón. La calle de Giner de los Ríos, en recuerdo de don Francisco Giner de los Ríos, filósofo, pedagogo y escritor, y uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza. La del Arquitecto Martín de Aldehuela, en honor de quien dirigió las obras de uno de los monumentos emblemáticos de la ciudad: el Puente Nuevo, magnifica obra que impresiona a quien la contempla por primera vez; a él se debe también el diseño de la Plaza de Toros. También se recuerdan pintores como el renacentista Alonso Vázquez  y Joaquín Peinado, considerado como el mas elegante de los pintores que constituyeron la llamada “escuela española” de París, ciudad en la que murió en 1973.

Sin embargo, parece que se han olvidado los nombres de otros rondeños ilustres como   Abbad Ibn Firnas  y Abu-l-Baqa,  que evocan esa tradición árabe que en España, como escribía Cernuda,  “ha sido casi olvidada. Pocos son quienes recuerdan o quienes conocen a los poetas o filósofos, a los artistas árabes españoles. Y sin embargo son nuestros, tanto como los de tradición castellana”.

Y, mientras dejamos atrás la evocación de los nombres que rompen esa  imagen de Ronda como lugar de toreros, bandoleros y gitanas sensuales, nos adentramos por el Paseo de los Ingleses en esa parte de la ciudad donde puede decirse que todavía existe, como en otras ciudades de Andalucía, una “cierta particular atmósfera embriagadora que baña hoy esa tierra y que visible y manifiesta en la época romántica atrajo a muchos viajeros extranjeros”, la mayoría escritores románticos que se sintieron fascinados por la belleza de los paisajes de Ronda. Entre los más conocidos, el francés  Mérimée, cuya obra Carmen, rezuma una España exótica y romántica. Teófilo Gautier fue otro de los viajeros románticos  que cayó rendido ante los encantos de la ciudad. Ya en el  siglo XX, Ronda siguió atrayendo a escritores extranjeros como Rainer María Rilke, que visitó España interesado por la pintura de Velázquez y El Greco; atraído por el clima y la altitud llegó a Ronda y con motivo de este viaje escribió su “Epistolario español”. Otros nombres estrechamente vinculados a la memoria de Ronda  son el de  Hemingway y el de Orson Welles.

En la entrada al parque de la Alameda del Tajo, próximo a la calle de la Virgen de la Paz, se encuentra la estatua de Pedro Romero, creador del toreo  moderno. Exóticas plantas y bellas esculturas que impregnan de esa atmósfera romántica los paseos de sombra, donde surtidores de agua dan frescor en este seco verano que azota la Península. En el itinerario formado  por el Paseo de los Ingleses, el Pasaje de Ernest Hemingway  y el Paseo de Blas Infante  tenemos ocasión de percibir la magnificencia del balcón sobre la sierra, donde- otra vez las palabras de Cernuda- el hombre queda colgado como un ave sobre uno de los paisajes de tierra más espléndidos que se conocen.

Llegamos a la plaza de toros, inaugurada en 1785 por el inolvidable Pedro Romero, en la que llama la atención su portada. En Ronda se celebra todos los años  la famosa corrida goyesca, en la que se intenta evocar la época de Francisco de Goya. En una de las puertas de acceso a la plaza, la llamada Puerta del Picadero de la Real Maestranza de Caballería, se levantan sendas estatuas en memoria de dos de los toreros más queridos en la ciudad: Cayetano Ordoñez “El Niño de la Palma” y su hijo Antonio Ordoñez. Por los alrededores de la plaza deambulan grupos de turistas ingleses, que traen en autobuses desde Marbella para darles un paseo por estos entornos de ensueño. El guía les dice que existe una leyenda, según la cual, en las tardes de corrida, deambula por los tendidos el espíritu de Orson Welles. Cosas para guiris y turistas con bermudas y camisas horteras.

Después de un plácido paseo por los alrededores del Tajo, desde donde se divisan las ruinas de las viejas murallas, que marcaban el perímetro de  la Ronda andalusí, y entre las que  todavía quedan en pie algunas puertas con el arco de herradura, por las que se entraba y salía de la ciudad hace ya muchos años, antes de que fuera conquistada por castellanos y aragoneses en el año 1485. Al finalizar el Paseo de Blas Infante se llega  a la antigua Casa Consistorial, donde hoy se ubica el Parador Nacional, en el centro de la ciudad, en un lugar privilegiado, junto al emblemático Puente Nuevo, construido en el año 1761, con vistas únicas sobre el Tajo. Después cruzamos el puente y nos adentramos en la parte árabe  de la ciudad, donde no dejan de asombrarnos, mientras paseamos por sus estrechas calles, las rejas de las ventanas y balcones de sus casas.

Son tantos los monumentos, entre los que destacan algunas iglesias, palacios, los baños y las murallas árabes, que es imposible visitarlos todos en una jornada, por lo que decidimos volver en otra ocasión y aprovechamos , ahora que nos encontramos en una de las zonas  más populares de la ciudad, para buscar un lugar de buenas viandas. Y cuando el calor aprieta llegamos a  la Plaza Ruedo Alameda, cuyas casas me recuerdan mucho a las de Almagro, y aquí encontramos la bodega “San Francisco, un agradable restaurante donde nos sirven una porra antequerana, hecha con tomate, ajo, pan, recortes de jamón, huevo y un trozo de atún, que, aunque me recuerda al salmorejo de Córdoba o al que yo mismo me preparo en mi casa de La Mancha, sabe a verdadera gloria.  Y es que, cuando uno prueba las joyas  de la cocina popular de este país, aprende que son los matices locales los que hacen único un plato que pasa por ser común. Y fue allí, donde, en un sencillo plato, nos reencontramos, después de una larga y calurosa mañana tras los pasos de los viajeros románticos, con esos matices gastronómicos capaces de  transformar  un plato común en un goce vital;  más, si te encuentras en Ronda y en un mediodía con cuarenta grados a la sombra.