VIAJE
A RONDA
Subir a Ronda desde Málaga en pleno verano es
una aventura indescriptible. Menos mal que el viaje lo hice en un cómodo BMV
que en poco más de una hora nos permitió estar aparcando en una de las calles
de la mítica ciudad andaluza. Una vez que nos adentramos en el interior de la
provincia de Málaga, la ciudad de Ronda aparece enclavada en una agreste
serranía, entre crestas de mediana altura y profundos tajos, que han
contribuido a acentuar su imagen romántica.
Mi visita a la ciudad se debió a la
amabilidad de un amigo al que fui a visitar en su ciudad de Málaga. Su idea era
la de enseñarme el escenario del auténtico romanticismo, del que apenas si
habíamos estudiado unas pinceladas en nuestros años universitarios. Quizás
tenía razón Cernuda al afirmar que si buscamos el rastro romántico de
Andalucía, queremos llegar a su corazón, solo Ronda y Cádiz pueden ser
elocuentes con nuestro afán. Cádiz lo he visitado en varias ocasiones y tiene esa
atmósfera romántica que percibo también
en otra de mis ciudades preferidas, Lisboa. Pero a Ronda no había ido nunca; por ello,
cuando me hicieron la sugerencia de visitarla, no puse ninguna objeción, a
pesar de la ola de calor sahariano que llegaba en esos días a la Península.
Mi
amigo, conocedor de los entresijos del
romanticismo literario, resultó ser un
compañero de lujo en esta mi primera visita a Ronda, ciudad que muchos
relacionan con el mundo de la tauromaquia y las leyendas sobre bandoleros como
José María “El Tempranillo”, pero en Ronda no todos los personajes conocidos
han sido toreros o bandoleros. Callejeando por la ciudad se encuentran calles
como la dedicada a Blas Infante, abogado, escritor y político, que en
1918 presidió en Ronda la Asamblea Regionalista de las Provincias Andaluzas, de
la que surgen los símbolos de Andalucía. La calle de Fernando de los Ríos, en
memoria de uno de los políticos más importantes de España. La Carrera de
Espinel, dedicada a Vicente Espinel, poeta
y músico, al que se debe la quinta cuerda a la guitarra y la forma estrófica llamada espinela, además de ser el autor de la novela picaresca
“Vida y obra del escudero Marcos de Obregón” a cuyo personaje también se le
dedica una de las vías de la ciudad, la calle de Marcos de Obregón. La calle de
Giner de los Ríos, en recuerdo de don Francisco Giner de los Ríos, filósofo,
pedagogo y escritor, y uno de los fundadores de la Institución Libre de
Enseñanza. La del Arquitecto Martín de Aldehuela, en honor de quien dirigió las
obras de uno de los monumentos emblemáticos de la ciudad: el Puente Nuevo, magnifica
obra que impresiona a quien la contempla por primera vez; a él se debe también el
diseño de la Plaza de Toros. También se recuerdan pintores como el renacentista
Alonso Vázquez y Joaquín Peinado, considerado
como el mas elegante de los pintores que constituyeron la llamada “escuela
española” de París, ciudad en la que murió en 1973.
Sin embargo, parece que se han olvidado los
nombres de otros rondeños ilustres como Abbad Ibn Firnas y Abu-l-Baqa, que evocan esa tradición árabe que en España,
como escribía Cernuda, “ha sido casi
olvidada. Pocos son quienes recuerdan o quienes conocen a los poetas o
filósofos, a los artistas árabes españoles. Y sin embargo son nuestros, tanto
como los de tradición castellana”.
Y, mientras dejamos atrás la evocación de los
nombres que rompen esa imagen de Ronda
como lugar de toreros, bandoleros y gitanas sensuales, nos adentramos por el Paseo de los Ingleses en esa parte de la ciudad donde puede decirse que
todavía existe, como en otras ciudades de Andalucía, una “cierta particular
atmósfera embriagadora que baña hoy esa tierra y que visible y manifiesta en la
época romántica atrajo a muchos viajeros extranjeros”, la mayoría escritores
románticos que se sintieron fascinados por la belleza de los paisajes de Ronda.
Entre los más conocidos, el francés Mérimée, cuya obra Carmen, rezuma una España exótica y romántica. Teófilo Gautier fue
otro de los viajeros románticos que cayó
rendido ante los encantos de la ciudad. Ya en el siglo XX, Ronda siguió atrayendo a escritores
extranjeros como Rainer María Rilke, que visitó España interesado por la pintura
de Velázquez y El Greco; atraído por el clima y la altitud llegó a Ronda y con
motivo de este viaje escribió su “Epistolario español”. Otros nombres estrechamente
vinculados a la memoria de Ronda son el
de Hemingway y el de Orson Welles.
En la entrada al parque de la Alameda del Tajo,
próximo a la calle de la Virgen de la Paz, se encuentra la estatua de Pedro
Romero, creador del toreo moderno. Exóticas
plantas y bellas esculturas que impregnan de esa atmósfera romántica los paseos
de sombra, donde surtidores de agua dan frescor en este seco verano que azota
la Península. En el itinerario formado por el Paseo de los Ingleses, el Pasaje de Ernest
Hemingway y el Paseo de Blas Infante tenemos ocasión de percibir la magnificencia del
balcón sobre la sierra, donde- otra vez las palabras de Cernuda- el hombre
queda colgado como un ave sobre uno de los paisajes de tierra más espléndidos
que se conocen.
Llegamos a la plaza
de toros, inaugurada en 1785 por el inolvidable Pedro Romero, en la que llama
la atención su portada. En Ronda se celebra todos los años la famosa corrida goyesca, en la que se
intenta evocar la época de Francisco de Goya. En una de las puertas de acceso a
la plaza, la llamada Puerta del Picadero de la Real Maestranza de Caballería, se
levantan sendas estatuas en memoria de dos de los toreros más queridos en la
ciudad: Cayetano Ordoñez “El Niño de la Palma” y su hijo Antonio Ordoñez. Por
los alrededores de la plaza deambulan grupos de turistas ingleses, que traen en
autobuses desde Marbella para darles un paseo por estos entornos de ensueño. El
guía les dice que existe una leyenda, según la cual, en las tardes de corrida,
deambula por los tendidos el espíritu de Orson Welles. Cosas para guiris y
turistas con bermudas y camisas horteras.
Después de un plácido paseo por los
alrededores del Tajo, desde donde se divisan las ruinas de las viejas murallas, que
marcaban el perímetro de la Ronda
andalusí, y entre las que todavía quedan
en pie algunas puertas con el arco de herradura, por las que se entraba y salía
de la ciudad hace ya muchos años, antes de que fuera conquistada por castellanos
y aragoneses en el año 1485. Al finalizar el Paseo de Blas Infante se llega a la antigua Casa Consistorial, donde hoy se
ubica el Parador Nacional, en el centro de la ciudad, en un lugar privilegiado,
junto al emblemático Puente Nuevo, construido en el año 1761, con vistas únicas
sobre el Tajo. Después cruzamos el puente y nos adentramos en la parte árabe de la ciudad, donde no dejan de asombrarnos,
mientras paseamos por sus estrechas calles, las rejas de las ventanas y
balcones de sus casas.
Son tantos los monumentos, entre los que
destacan algunas iglesias, palacios, los baños y las murallas árabes, que es
imposible visitarlos todos en una jornada, por lo que decidimos volver en otra
ocasión y aprovechamos , ahora que nos encontramos en una de las zonas más populares de la ciudad, para buscar un
lugar de buenas viandas. Y cuando el calor aprieta llegamos a la Plaza Ruedo Alameda, cuyas casas me
recuerdan mucho a las de Almagro, y aquí encontramos la bodega “San Francisco,
un agradable restaurante donde nos sirven una porra antequerana, hecha con
tomate, ajo, pan, recortes de jamón, huevo y un trozo de atún, que, aunque me
recuerda al salmorejo de Córdoba o al que yo mismo me preparo en mi casa de La
Mancha, sabe a verdadera gloria. Y es
que, cuando uno prueba las joyas de la
cocina popular de este país, aprende que son los matices locales los que hacen
único un plato que pasa por ser común. Y fue allí, donde, en un sencillo plato,
nos reencontramos, después de una larga y calurosa mañana tras los pasos de los
viajeros románticos, con esos matices gastronómicos capaces de transformar un plato común en un goce vital; más, si te encuentras en Ronda y en un
mediodía con cuarenta grados a la sombra.
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