ENTRE SORIA Y BAEZA, LA MANCHA
A Maribel Blanco
Al cumplirse los cien años de la primera
edición de Campos de Castilla, quiero asomarme al paisaje de los poemas de este
libro de don Antonio Machado que se refieren a las tierras de nuestra querida
patria chica.
Al tratar del paisaje de las obra poética de
Machado, es común que se hable del paisaje de Castilla o del de Andalucía,
lugares en los que Machado ejerció como profesor de instituto, pero muy pocas
veces se menciona ese otro paisaje, ni castellano ni andaluz, que también forma
parte de la paisajística poética de Antonio Machado.
Cuando don Antonio se traslada a Baeza escribe:
Heme
aquí ya, profesor
en
un pueblo húmedo y frío,
destartalado
y sombrío,
entre
andaluz y manchego
Ese pueblo “entre andaluz y manchego” es la
pequeña ciudad de Baeza, a donde don Antonio había llegado a finales del 1912,
después del fallecimiento de la joven Leonor. Allí, en ese pueblo “entre
andaluz y manchego”, se produce el paso del paisaje castellano al andaluz, pero ese
cambio no tiene lugar de forma brusca sino gradualmente, pasando de las tierras
de Castilla a las de Andalucía a través de esa tierra que actuó como frontera
durante tantos siglos entre la vieja Castilla y lo que hoy se conoce como
Andalucía.
Que Machado pasó horas en tierras de La
Mancha lo prueba que alguno de sus poemas esté fechado en Venta de Cárdenas
(Ciudad Real), en concreto en el que escribe “Tus versos me han llegado a este
rincón manchego”, rincón diferente al que menciona en “España en paz”, poema
que fecha en Baeza, como “… rincón moruno”
Ese paisaje llamó la atención del autor de Campos de Castilla y lo incorpora a su
geografía poética, de modo que, en el itinerario que lo conduce desde Soria hasta Baeza, encontramos
lugares que no son los de esa “Castilla mística y guerrera” ni aquellos por los
que va el “Gualdalquivir corriendo al mar entre vergeles”.
En el poema “Desde mi rincón”, que en 1913 envía
a Aranjuez con motivo del homenaje a Azorín por su libro Castilla, hace alusión Machado a dos Castillas diferentes: la “Castilla
de grisientos peñascales” y la “Castilla azafranada y polvorienta”. Machado
había descubierto en 1907 la Castilla de las tierras altas del Duero, cuyo
paisaje se conceptualiza en la primera edición de Campos de Castilla (1912). El paisaje de la otra Castilla va
apareciendo tímidamente, pero con claridad, después de 1912, en la geografía
poética de Machado. En el mencionado poema “Desde mi rincón” aparece ya esa
Castilla azafranada y polvorienta,
Sin montes de arreboles purpurinos,
Castilla visionaria y soñolienta
De llanuras, viñedos y molinos.
En el poema “Las encinas” aparece una breve
pincelada de esta Castilla: “y del Tajo que serpea/por el suelo Toledano”. En
“Poema de un día” aparece el término “manchego” como signo de una personalidad
propia respecto a lo “andaluz” y lo “castellano”. En Venta de Cárdenas (Ciudad
Real) fecha un poema que inicia con este verso: “Tus versos me han llegado en
este rincón manchego”. Desde Baeza, ese pueblo “entre andaluz y manchego”,
Machado realiza numerosos viajes a Madrid, por ello es lógico pensar que una y
otra vez durante esos viajes divise a
través de la ventanilla de su viejo vagón de tercera los campos del “ancho
llano/en donde el Quijote, el buen Quijano/soñó con Esplandianes y Amadises”.
En el poema “La mujer manchega” registra los nombres de pueblos manchegos como
“…Argamasilla, Infantes, Esquivias, Valdepeñas”. Esta serie de topónimos nos
recuerda la experiencia del viajero que tiene la impresión de que “el campo vuela” y anota en su
cuaderno de viaje los nombres de aquellos lugares por los que pasa sin
detenerse mientras “marcha el tren” “por tierras de lagares, molinos y
arreboles”. Es evidente, para quienes conozcan La Mancha, que esta enumeración
no se corresponde al itinerario ferroviario Baeza-Madrid, aunque la serie de nombres produce una sensación
ajustada a la idea de la Mancha como tierra de tránsito entre Andalucía y Madrid.
En este mismo poema encontramos la
descripción machadiana de la Mancha:
Por esta Mancha –prados, viñedos y
molinos-
Que so el igual del cielo iguala sus
caminos,
De cepas arrugadas en el tostado suelo
Y mustios pastos como raídos
terciopelos.
Paisaje de transición entre el de Soria y el
de Andalucía, que también refleja el paso de la ideología noventayochista,
vinculada a la visión de las tierras
altas del Duero, a la regeneracionista de los alegres campos de Baeza en los
que va descubriendo la presencia de los señoritos junto a los gañanes y
braceros.
Mas hay algo que nos hace pensar que Machado
conoce la Mancha mejor de lo que puede conocerla el viajero que la percibe tras
la ventanilla de su vagón de tercera cuando viaja camino de Madrid. De la
visión de ese “seco llano de sol y lejanía” se pasa a espacios más íntimos
cuando don Antonio nos adentra en la propia casa manchega, a la que diferencia de
las casas castellanas y andaluzas. La casa manchega, escribe, tiene “…menos celada que en Sevilla, / más
gineceo y menos castillo que en Castilla”. Y en el interior de esa casa
encontramos esa mujer manchega que “alinea los vasares, los lienzos alcanfora; /las
cuentas de la plaza anota en su diario, / cuenta garbanzos, cuenta las cuentas
del rosario”; una mujer de piel quemada
y corazón fresco, que sufre el sol de esos campos. A esa mujer trabajadora se
dirige cuando escribe: “Mujeres de La Mancha, con el sagrado mote de Dulcinea,
os salve la gloria del Quijote”.
En definitiva, la lectura atenta de los
poemas de Campos de Castilla permite
descubrir la presencia del paisaje manchego en su geografía poética, y cómo se
pasa, a través de este paisaje de viñedos y molinos, sin dar un salto en el
vacío, a los campos de Baeza, ese rincón
“entre andaluz y manchego”, y a las tierras bajas de Andalucía, desde aquellas tierras
altas del Duero.