A mis amigos Luis Pizarro y Javier Flores
COSAS DE PUERTOLLANO
Al cumplirse en este 2020, año de pandemia, el centenario
de la construcción del edificio que fue el Gran Teatro de Puertollano quiero
rendir un homenaje a la memoria de mi padre que durante una larga década fue
inquilino de varios de los locales del edificio que daban a la calle Juan
Bravo. A finales de los años cuarenta le alquiló Adolfo Porras un local que
antes había tenido un tal Luis, así lo llamaba mi padre cuando relataba cómo le
había traspasado el pequeño local donde estableció un pequeño taller de
bicicletas, asociado a su amigo Pablo Moreno, a quien siempre le unió un gran
afecto. Después se quedaron con los locales que estaban junto a la puerta por
la que se entraba a la emisora de radio que tiempo después sería Radio Popular,
pero en aquellos años estaba dirigida por don Pedro Muñoz, también conocido
como el cura de la emisora, que vivía con su madre y su hermana Jose. Algunas
tardes yo subía a la casa, pues eran muy cariñosas, tanto con mi hermana como
conmigo. Cuando se fueron a vivir a la casa del Poblado al ser don Pedro destinado como sacerdote en la parroquia de aquel barrio, que entonces pertenecía a la Empresa Calvo
Sotelo, mi hermana siguió visitándolas.
Cuando mi padre y su socio decidieron disolver la
sociedad y seguir cada uno su camino, dividieron los locales. El local que le
correspondió a mi padre era el número diez de la calle Juan Bravo y sus
ventanas daban al callejón por el que entraban y salían muchos de los artistas
que actuaban en el Gran Teatro, entre ellos recuerdo especialmente a Antonio
Molina, que en sus visitas solía saludar a mi padre en el taller.
A pocos metros había un local donde almacenaban bidones
de combustibles del depósito que había frente a la puerta principal del Gran
Teatro, años más tarde abrieron el bar La Cueva, de Llopis. A principio de los sesenta mi padre traspasó
el local a dos hermanos, hijos del propietario de la antigua posada El Sol, que
hubo en la plaza de Ayuntamiento, quienes abrieron el Bar Sol que hubo en la
calle Juan Bravo, en el mismo local donde mi padre tuvo el taller de bicicletas
hasta que lo trasladó a Gran Capitán.
En una de las fotografías que conservo aparece mi padre
junto a los operarios del taller y algunos clientes. Los recuerdo a todos, pues
formaban una piña de amistad. También recuerdo al señor Víctor, bellísima
persona, que era el contable, y años más tarde regentó una gestoría junto a la
librería de Pizarro. El taller permaneció en aquel local hasta el inicio de los
años sesenta que fue trasladado a Gran Capitán, donde tenía la exposición. Después
del traslado a Gran Capitán, seguí frecuentando aquellos espacios de la calle
Juan Bravo vinculados al edificio del Gran Teatro, ya que, aunque mi padre y su
antiguo socio se habían independizado, mis relaciones personales seguían siendo
muy estrechas.
Como toda mi generación, asistí a muchas películas de cine
y a espectáculos de flamenco en la sala del Gran Teatro. Además de proyectarse
películas y la realización de espectáculos flamencos, también se celebraron
actos políticos. Al primer mitin que asistí en mi vida fue en el Gran teatro,
exactamente el día 9 de diciembre de 1966 y contó, entre otros, con la participación
de Emilio Romero, director del diario "Pueblo", que hacía campaña a favor del SÍ,
en el referéndum para la sucesión en la Jefatura del Estado. Lo escuché en el
anfiteatro, procurando no llamar la atención ya que era menor de edad. Las
elecciones se celebraron el 14 de diciembre y salieron más síes que votantes
había en el censo, aunque me consta que algunas personas de mi entorno votaron
NO.
Además de ver en la pantalla películas inolvidables desde
el patio de butacas o desde una de las plateas, también asistí a finales de los
sesenta a las representaciones de teatro de aquellas Campañas Nacionales de
Teatro llevadas a cabo por el Ministerio de Información y Turismo, cuyo titular
era Manuel Fraga Iribarne. La compañía que actuaba en el Gran Teatro era la
Lope de Vega, dirigida por José Tamayo y contaba con un brillante repertorio en
el que destacaban obras de Valle Inclán o del mismísimo Bertolt Brecht,
magníficamente interpretadas por actores y actrices de la categoría de Manuel
Galiana, Amparo Pamplona o Mari Carrillo y otras grandes figuras de la escena
de aquellos años.
Pero quizá el último recuerdo más emotivo que guardo del
Gran Teatro fue la asistencia al mitin que se celebró después del Día de Reyes
de 1978, contando con la actuación del cantautor asturiano Víctor Manuel, y de
representantes del PSP y del PCE que presentaban la candidatura unitaria de
ambos partidos para las elecciones municipales que se veían en el horizonte de
aquella democracia que estaba echando a andar.
Uno o dos días después salí en un tren cargado de
reclutas camino de Rabasa (Alicante) y cuando regresé catorce meses después estaban a
punto de celebrarse las primeras elecciones municipales democráticas desde los
años de la II República, pero aquella candidatura unitaria se había roto al
integrarse el PSP de Tierno Galván en el renovado PSOE dirigido por Felipe
González y Alfonso Guerra.
Después de unos años vendría la destrucción,
decidida tiempo antes, del edificio del Gran Teatro, a la que asistí perplejo cómo
se producía por la especulación de pocos, ante la indiferencia de muchos y la
pasividad de todos. Los que ostentaban el poder en nuestra ciudad, entre la conservación
de un icono de la cultura y la especulación urbanística, eligieron la especulación.