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sábado, 16 de agosto de 2014










Temprano levantó la muerte el vuelo
A Juan Manuel López Aranda, in memoriam.

            A Miguel Hernández, a quien tú amabas, le tomo prestado uno de los versos, de su elegía por la muerte de Ramón Sijé, para encabezar estas palabras que me pongo a escribir cuando apenas hace unas horas que me ha llegado la triste noticia de tu fallecimiento.
            Aunque siento lo que quiero expresar, no quiero caer en el tópico, en el discurso hueco donde no se distingan las voces de los ecos. Corro el riesgo de que quienes no te hayan conocido piensen que es este un ejercicio vano y rocambolesco en el que se mencionan una serie de elogios que nada tienen que ver con esas cualidades que te hicieron merecedor del respeto que todos tus compañeros te tenían y te siguen teniendo en el recuerdo. Aunque estas cosas se dicen cuando ya estás ausente, no se dicen para adular ni para pedir nada a cambio. Los elogios que se dan a quien ya no está presente para escucharlos, quizás sean el reflejo de las palabras sinceras que dejamos salir cuando no esperamos algo a cambio.
            Durante estos últimos años sabíamos de tu enfermedad, con la que has convivido épicamente, sin darle tregua en la lucha por vencerla, sin que en ningún momento dejaras de hacer aquello que formaba parte de tu vida. Tus compañeros vieron durante meses cómo asistías por la mañana a impartir tus clases  en el instituto y por las tardes viajabas en el AVE hasta Madrid para recibir el tratamiento con el que vencer esa terrible enfermedad que te amenazaba.
            Has pertenecido a un país, cuna de hombres y mujeres que como tú confirman con su vida que la especie humana es merecedora de todas las cosas buenas. Vivir para ver, para conocer personas sencillas, honestas, honradas, vocacionales, respetuosas, tiernas, solidarias, vale la pena. La existencia de seres con esos atributos me reconforta y me hace sentirme bien con la sociedad. Tú, Juan Manuel, eras de esos hombres de los que Nelson Mandela, a quien admirabas, dijo que cuando han hecho lo que consideraban como su deber para con su pueblo y su país, pueden descansar en paz. Creo que has hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormirás por toda la eternidad. Decía el poeta inglés John Donne que cuando se produce la muerte de cualquier hombre uno se siente disminuido al formar parte de la humanidad. Pero, cuando las personas que se van son como tú, la sensación de pérdida se nota más. Al haber pertenecido a una comunidad de la que también tú formabas parte, sé que tus compañeros y alumnos se sentirán – aunque algunos no sean conscientes- disminuidos sin tu presencia, sin lo que durante tus años en el instituto y en otros ámbitos has aportado a todos ellos. Por ello, cuando después de tu muerte he escuchado doblar las campanas de tu pueblo he compartido las palabras del poeta inglés y he sabido que las campanas doblaban por todos los que hemos compartido algo de lo mucho que has dado a lo largo de tu vida.
            Fuiste una persona comprometida, solidaria, afable, simpática, respetuosa, prudente y vocacional. En el medio en el que te conocí pronto llamaste mi atención y te ganaste mi respeto y el de todos los compañeros del instituto. Me hubiera gustado que los burócratas, los políticos triperos, como los llaman por tu tierra manchega, esos tecnócratas se hubieran pasado un día por tu clase y hubieran visto tu dedicación a tus alumnos, dentro y fuera del aula, que tuvieran la sensibilidad –que, como decía Cervantes, no les ha querido dar el cielo- para apreciar tu forma especial de educar, plasmada en esa maravillosa banda de música, que tú seguirás dirigiendo, con la ayuda de tu compañero Francisco, en cada una de las ocasiones que los alumnos que la configuran suban al escenario a ejecutar esas composiciones que harán que sigas presente entre ellos y nosotros.
            Compartimos tertulias e ideas comunes, pero sobre todo pudimos disfrutar durante algunos años de tu presencia, de tu amabilidad, del humor expresado en tus coplillas y, aunque yo ya no pasaré bajo aquel puente, siempre recordaré que personas como tú me hicieron sentirme orgulloso de la profesión que compartimos.
            Juan Manuel, que sigas dirigiendo con tu batuta, en el corazón de los que te seguirán queriendo y en el recuerdo de todos los que no te olvidarán, a esos muchachos y muchachas a los que dedicaste tu vocación y tu amor por la música.
            Hasta siempre, compañero.