Temprano levantó la muerte el vuelo
A Juan Manuel López
Aranda, in memoriam.
A Miguel Hernández, a quien tú
amabas, le tomo prestado uno de los versos, de su elegía por la muerte de Ramón
Sijé, para encabezar estas palabras que me pongo a escribir cuando apenas hace
unas horas que me ha llegado la triste noticia de tu fallecimiento.
Aunque siento lo que quiero
expresar, no quiero caer en el tópico, en el discurso hueco donde no se distingan
las voces de los ecos. Corro el riesgo de que quienes no te hayan conocido piensen
que es este un ejercicio vano y rocambolesco en el que se mencionan una serie
de elogios que nada tienen que ver con esas cualidades que te hicieron
merecedor del respeto que todos tus compañeros te tenían y te siguen teniendo
en el recuerdo. Aunque estas cosas se dicen cuando ya estás ausente, no se dicen para adular ni para pedir nada a cambio. Los elogios que
se dan a quien ya no está presente para escucharlos, quizás sean el reflejo de
las palabras sinceras que dejamos salir cuando no esperamos algo a cambio.
Durante estos últimos años sabíamos de
tu enfermedad, con la que has convivido épicamente, sin darle tregua en la
lucha por vencerla, sin que en ningún momento dejaras de hacer aquello que
formaba parte de tu vida. Tus compañeros vieron durante meses cómo asistías por
la mañana a impartir tus clases en el
instituto y por las tardes viajabas en el AVE hasta Madrid para recibir el tratamiento con el que vencer
esa terrible enfermedad que te amenazaba.
Has pertenecido a un país,
cuna de hombres y mujeres que como tú confirman con su vida que la especie humana es
merecedora de todas las cosas buenas. Vivir para ver, para conocer
personas sencillas, honestas, honradas, vocacionales, respetuosas, tiernas,
solidarias, vale la pena. La existencia de seres con esos atributos me
reconforta y me hace sentirme bien con la sociedad. Tú, Juan Manuel, eras
de esos hombres de los que Nelson Mandela, a quien admirabas, dijo que cuando
han hecho lo que consideraban como su deber para con su pueblo y su país, pueden descansar en paz. Creo que has hecho ese esfuerzo
y que, por lo tanto, dormirás por toda la eternidad. Decía el poeta inglés John
Donne que cuando se produce la muerte de cualquier hombre uno se siente
disminuido al formar parte de la humanidad. Pero, cuando las personas que se
van son como tú, la sensación de pérdida se nota más. Al haber pertenecido a
una comunidad de la que también tú formabas parte, sé que tus compañeros y
alumnos se sentirán – aunque algunos no sean conscientes- disminuidos sin tu
presencia, sin lo que durante tus años en el instituto y en otros ámbitos has
aportado a todos ellos. Por ello, cuando después de tu muerte he escuchado
doblar las campanas de tu pueblo he compartido las palabras del poeta inglés y
he sabido que las campanas doblaban por todos los que hemos compartido algo de
lo mucho que has dado a lo largo de tu vida.
Fuiste una persona comprometida, solidaria,
afable, simpática, respetuosa, prudente y vocacional. En el medio en el que te
conocí pronto llamaste mi atención y te ganaste mi respeto y el de todos los
compañeros del instituto. Me hubiera gustado que los burócratas, los políticos
triperos, como los llaman por tu tierra manchega, esos tecnócratas se hubieran
pasado un día por tu clase y hubieran visto tu dedicación a tus alumnos, dentro
y fuera del aula, que tuvieran la sensibilidad –que, como decía Cervantes, no
les ha querido dar el cielo- para apreciar tu forma especial de educar, plasmada
en esa maravillosa banda de música, que tú seguirás dirigiendo, con la ayuda de
tu compañero Francisco, en cada una de las ocasiones que los alumnos que la
configuran suban al escenario a ejecutar esas composiciones que harán que sigas
presente entre ellos y nosotros.
Compartimos tertulias e ideas
comunes, pero sobre todo pudimos disfrutar durante algunos años de tu
presencia, de tu amabilidad, del humor expresado en tus coplillas y, aunque yo
ya no pasaré bajo aquel puente, siempre recordaré que personas como tú me hicieron
sentirme orgulloso de la profesión que compartimos.
Juan Manuel, que sigas dirigiendo
con tu batuta, en el corazón de los que te seguirán queriendo y en el recuerdo
de todos los que no te olvidarán, a esos muchachos y muchachas a los que
dedicaste tu vocación y tu amor por la música.
Hasta siempre, compañero.