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jueves, 23 de noviembre de 2017

GÉNESIS DE "EL ALJIBE DE LA MEMORIA"




Después de la presentación en Puertollano de  El aljibe de la memoria algunos amigos me han pedido que les diera el texto que había preparado para el acto y que por los duendecillos que revoloteaban por mis nervios se quedó en el bolsillo. Así que aquí está para quien tenga interés en verlo.


Génesis de El aljibe de la memoria

                Cuando en el invierno de 2006 comenzó a hablarse de la ley de la memoria histórica algunas personas reaccionaron negativamente ante el proyecto de ley propuesto por el gobierno de entonces presidido por José Luis Rodríguez Zapatero. Eran muchos los que pensaban que la memoria y el olvido les pertenecían. La idea de que los vencidos recuperasen su memoria y sus recuerdos los inquietaba y comenzaron a hablar de revancha y de desquite por parte de quienes habían perdido la guerra 70 años atrás. No entendían nada, no se trataba de revancha sino del derecho a la propia memoria, a la recuperación de una identidad que les había sido arrebatada tras el final de la contienda, un derecho a la reparación de su dignidad.
            Por entonces yo venía trabajando desde 1996 en la tarea de recuperar la memoria de mis seres más cercanos como un compromiso de mantenerla viva y en perenne combate contra el olvido. Fui consciente de que el silencio impuesto mediante el miedo, el terror y la represión había conducido al olvido y éste a la pérdida de la identidad de los perdedores, incluso a un sentimiento de culpabilidad en las víctimas o en sus descendientes.
            En algunas ocasiones me han preguntado los motivos por los que comencé a escribir este libro. A la hora de explicarme el porqué me doy cuenta de que no hay uno solo sino varios motivos. Uno de ellos está relacionado con el verso de Luis Cernuda, quien en 1962, algunos años después de finalizada la guerra civil, escribió un poema denominado 1936 en el que decía “recuérdalo tú y recuérdaselo a otros”. Por aquel mismo año se publicó en España una novela titulada “Tiempo de silencio”, escrita por Luis Martín Santos, que fuera director del siquiátrico de Ciudad Real durante unos meses.
            Silencio y olvido era lo que predominaba en aquella España de la posguerra. El silencio impuesto mediante el miedo, el terror y la represión de los años 40, 50, 60 y parte de los 70…
            Aunque hubo quien miró para otro lado, no toda aquella población, silenciada y paralizada por el terror, olvidaba  a pesar de que, como escribió Juan Marsé en 1962, los estaban cocinando en la olla podrida del olvido porque el olvido era una estrategia del vivir. Si bien algunos, por si acaso, aún mantenían el dedo en el gatillo de la memoria.
            Fueron ellos, verdaderos resistentes, quienes conscientes de que, tal como dijo Simón Wiesenthal, “no hay pecado más grande que el olvido”, los que mantuvieron el dedo en el gatillo de la memoria e hicieron posible que hoy sus descendientes no suframos de amnesia, la misma que les quisieron imponer a ellos los vencedores, y podamos mantener el compromiso moral de recordarlo y recordárselo a otros.
            Ese “recuérdalo tú y recuérdaselo a otros” es el alma de “El aljibe de la memoria”, donde los testimonios de quienes sufrieron  la represión son los pilares sobre los que he construido el discurso que configura el libro.
            Todos los testimonios y recuerdos recogidos, se han cotejado con las investigaciones de historiadores locales como Francisco Gascón Bueno, Agustín Fernández Calvo, Luis Fernando Ramírez Madrid, Modesto Arias Fernández, Luis Pizarro Ruiz o Julián López García, además de otros historiadores de ámbito provincial, nacional e internacional que se han ocupado de la historia de nuestro país y, muy especialmente, de la guerra civil como es el caso de Paul Preston.
            Ahora bien, aunque en el libro aparecen referencias al  movimiento obrero y otras cuestiones de la historia local, no es un libro de historia, campo en el que no soy especialista, sino memorialista. Mi única pretensión ha sido reconstruir la memoria de aquellos familiares que fueron objeto de la represión –fusilamientos, encarcelamientos, señalamientos públicos, paseos, expolios de bienes, estigmatización- de una de las dictaduras más crueles que sufrió Europa en el siglo XX.
            El proceso de escritura no ha sido  fácil, es más, diría que a veces ha resultado doloroso. Aunque me ha permitido mantener un diálogo con los ausentes, lo que resulta gratificante; cuando, más que en los acontecimientos o en las experiencias vividas por ellos, me he centrado en las emociones de angustia, miedo o sufrimiento que esas experiencias les suscitaron, he tenido la impresión de estar viviéndolas. Así ha sido posible la empatía, llegar a su conocimiento, la única manera de reconstruir la memoria con respeto y comprender aquellos silencios y olvidos.
            Al final queda como un regusto amargo de lo inútil que fue todo aquel sufrimiento y de lo necesario de la reparación, aunque retumben en nuestra conciencia los estremecedores versos de Luis Cernuda refiriéndose a España: Un día, tú ya libre/ de la mentira de ellos. / Me buscarás. Entonces/ ¿qué ha de decir un muerto?
            Ese día ya no podremos devolverles la vida, pero sí reparar su dignidad y recuperar su memoria. Este ha sido mi compromiso, contribuir con humildad, pero con decisión, a la reconstrucción de la memoria democrática de nuestro pueblo con la escritura de  El aljibe de la memoria, en el sentido de que más que nunca, la apelación a una memoria perenne debe servirnos para alertar ante los peligros presentes y futuros.


sábado, 4 de noviembre de 2017

LA MEMORIA CALLADA









EL ALJIBE DE LA MEMORIA, de Román Serrano López, publicado por Ediciones Puertollano; Puertollano, 2017.




 LA MEMORIA CALLADA


Un emotivo homenaje a toda una generación y a un pueblo, Puertollano.

        

          La lectura de esta obra ha supuesto para mí un ejercicio de reflexión  que espero que sea la puerta que cierre un tema doloroso  de nuestra historia reciente y que suponga un paso adelante. Dice Juan Marsé que el olvido es una estrategia del vivir ,seguramente es cierto  y a veces resulta necesario; yo me quedo con dos ideas de tu libro: cuando hablas de la relación entre Alejandra Pérez y Justa Zamora, dos mujeres que sufrieron en distintos bandos la sinrazón de la guerra y que fueron capaces de anteponer su amistad a todo  “ los buenos no solo son buenos ni los malos sólo malos”; otra frase, al final del libro es del historiador Luis Pizarro “ No tengamos miedo a conocerla ( la memoria olvidada) ; esta y todas las que nos permitan cerrar heridas definitivamente”.
         Quizás no compartas mi opinión,- cerrar heridas, mirar al futuro- pero también sé que la respetas.
         Ahora paso a comentar varios aspectos que me han llamado la atención.
       En primer lugar el cariño, la profunda admiración hacia tu madre (“Aljibe de nuestra memoria”, título muy sugerente , el aljibe es agua en reposo que vamos extrayendo poco a poco como la memoria de Presentación callada hasta que tú la despertaste), hacia tu abuelo (para el que “nadie tiene más valor que el valor de ser hombre” “honrado a carta cabal”, “no se andaba por las ramas cuando de atajar canallas se trataba”)) y a  tu familia que sufrió con dignidad los duros momentos. En ellos he creído ver un emotivo homenaje a toda una generación y a un pueblo, Puertollano.
         Me ha sorprendido la manera de resolver el estudio minucioso, detallado, historiográfico  (documentos, fechas, fotografías) presente desde el inicio con el punto de vista más personal, con los comentarios  y reflexiones que aparecen a lo largo de toda la obra pero sobretodo en la última parte.  El narrador en tercera persona que cuenta los hechos desde fuera, se mezcla con el mismo narrador que aporta su opinión y con el narrador en primera  persona que aporta el punto de vista más histórico. También me parecen un acierto los distintos tiempos : la madre llena de dolor por la muerte de sus seres queridos en los años 39/40  y la madre hoy vista por el hijo con la nostalgia del pasado; el tío que sufre en presente y el tío que hoy rememora ese triste pasado. Todo esto explicado en una prosa culta pero no pedante; cuidada pero deliberadamente fácil  que hace que la lectura resulte amena.
         Para alguien que se ha dedicado toda la vida a la literatura es casi obligada su presencia en su forma de escribir. He anotado referencias a autores que sé muy queridos para ti: Unamuno, Machado, Cernuda, León Felipe,  Juan Marsé, Miguel Hernández ; otros más lejanos como Fray Luis de León, Bécquer o Lázaro de Tormes y entre los más actuales García Márquez o Muñoz Molina. Eso es formación y algunos dirían “deformación” profesional.
         En definitiva, creo que El aljibe de la memoria es el resultado de muchas horas de trabajo (¿Cuánto tiempo de tu vida le has dedicado?) de la que te puedes sentir orgulloso  y de la que todos podemos aprender.

Inmaculada Lamarca Maján
Catedrática de Lengua y Literatura







lunes, 12 de junio de 2017

CUANDO SE ACERCA LA ÚLTIMA LUNA







Cuando se acerca la última luna


            Hace unos días que he recibido el último poemario de Fernando Mansilla Izquierdo, publicado por la editorial UNOMÁSUNO dentro de su colección GOMA DE BORRAR, en la que hace el número 3. Es un librito de cincuenta páginas en las que aparecen los poemas, además de  en español,  traducidos al ruso por Yuri Shashkov.

            Después de una primera lectura me ha venido a la mente aquel poema de Bécquer que tantas personas habrán  leído alguna vez a lo largo de su vida:

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul;
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú.

            ¿Y tú me lo preguntas? Poesía eres tú. Así resolvía Bécquer la cuestión sobre lo que se entendía por poesía en el siglo XIX, después de haber pasado por el denominado Siglo de las Luces durante el cual se transformó lo que hasta entonces se había entendido por poesía. El dilema entre razón y sentimiento, el romanticismo lo resuelve a favor de este último e identifica la poesía con el sentimiento, o al menos lo que hoy entendemos como poesía lírica.

            He recurrido a esta breve introducción para situarme frente a los textos del último poemario publicado por Fernando Mansilla Izquierdo con el título de “Estación término”. Son veinte poemas que forman un “icosaedro poético”, según se menciona en el prólogo que los precede, donde puede leerse que estos poemas están formados por vivencias de la realidad que se hace eco “de la melodía que da cuenta del estado del corazón”.  Bien, si estos versos dan cuenta del estado del corazón, no atienden a otro que al ámbito de los sentimientos.

            Nuestra manera de percibir el mundo depende de nuestra manera de mirar la realidad. Fue Campoamor quien decía que nada es verdad ni mentira sino del color del cristal con que se mira. Estos veinte poemas de Fernando Mansilla son una percepción del mundo a través del cristal de su mirada. Hay datos objetivos, imposible de transformar, sea cual sea nuestra voluntad de percibir la realidad, sobre cómo nos afecta  el paso del tiempo: Los años cansan y deforman…/todo se ve extraño. /La ruta hacia el nevero se hace dura…/…sólo veo a mi espalda remiendos…/y espera…/no hay misterio en las lejanas nubes…/ni en su deslucido espejo…

            El sujeto que aparece en estos poemas es un ser lleno de hartazgo y sin esperanza, que se dirige al precipicio mientras camina con la mirada hacia dentro porque fuera sólo es la vida ciega. Todas las imágenes son estremecedoras, desesperanzadoras, angustiosas, dolorosas y desgarradoras. El predominio del yo apenas deja aflorar la presencia de otras personas que podrían facilitar la comunicación a ese sujeto atormentado. Sólo aparece una tímida alusión a otra persona: “nunca debí rozar sus labios” o “no puedo pronunciar su nombre” o “como tú”.

            Una mirada pesimista que recuerda a Quevedo y su manera de entender la vida como un camino hacia la muerte. Llegando a este tramo de la lectura me surge la pregunta de si me encuentro ante un pesimismo realista o ante un realismo pesimista. Llama la atención la denominación negativa de los poemas: Ya no quedan; No hay fiestas; Hoy…no creo; No quiero despedirme; No sé por qué.  
           
            A veces parece que hay un poco de esperanza cuando bebe “el cáliz de claridad del día” o se extasía  “con la luz purpura de la mañana”, pero “con la noche de asfalto y el cielo sin luna llueven los arrepentimientos que desvelan y devoran cualquier átomo de regocijo”:

Un día tras otro…
pesada carga…
bebo el cáliz de claridad del día…
y la luz purpura de la mañana…
me arroba…
con secreto alborozo…
con la noche de asfalto…
y el cielo sin luna…
llueven los sentimientos…
que desvelan…
y devoran…
cualquier átomo…de regocijo

            Encuentro leves ecos de Antonio Machado como cuando escribe que “No quiero despedirme”: algo se marchita… en cada despedida…”;  o ese “como tú” de León Felipe en ese bellísimo poema “Jardines de sonatas:

Jardines de sonatas…
que nacen silvestres…
no quiebran…ni se rinden…
beben en el río y bailan al viento…
como tú…
como tú…quiero
beber en el río y bailar al viento…
cambiar en la fragua mi destino…
huir del pasado…persigue los talones…
como tú…espero el milagro

            Aparecen  rasgos propios del estilo de  Mansilla como es el uso de puntos suspensivos que proporcionan a los poemas cierta tensión y ese  tono misterioso que ya apuntaba en su libro de 1987, sobre el cual escribí hace ahora treinta años que sus poemas eran “como ex abruptos que el alma del autor arroja para liberarse de los fantasmas que se han incrustado en sus bastidores, fantasmas que nos dominan a veces: el pánico, el dolor de la ausencia, el insomnio, la sensación del tiempo perdido, los espacios inalcanzables, el deseo de volver al vientre materno…”. Curiosamente, hoy encuentro esa acción de arrojar en uno de los poemas de este último poemario: Arrojo…/ palabras al aire…/ caen componiendo versos…/ con enigmáticas profecías…/ injertan un miedo invasor…/ poco a poco…/ consume…/ y envenena la alegría…/ y…los sueños. Esto hace pensar que en la lirica de Mansilla se da una recurrencia muy en consonancia con esa idea del eterno retorno o de ese carrusel sin fin…

            Con el paso del tiempo parece que aquellos fantasmas han ido adquiriendo cuerpo y dejando de ser temas  literarios para convertirse en la cruda realidad que nos conduce a esa estación término “donde desembocan y mueren…/ flores y cardos…”.

            Quedan otros poemas, en los que también se refleja ese sentimiento más profundo, apareciendo en su escritura sin disfraz alguno, con una clara pretensión de encontrar ese bálsamo que haga reverdecer la esperanza.

            Me he pasado la mitad de mi vida explicando poemas que otros escribieron, poemas en los que se hablaba del amor, de la muerte, del dolor expresado por seres que respondieron a nombres como Garcilaso de la Vega, Francisco de Quevedo o Rosalía de Castro, siendo consciente de que los sentimientos que subyacían en aquellos textos habían sido material inconsciente, sufrido o gozado por quienes supieron transformarlo en escritura. Esta experiencia me permite hoy al leer estos poemas de estación término percibirlos como la expresión del sentimiento de alguien que sufre  la fugacidad del tiempo y la caducidad de la vida.


             

domingo, 7 de mayo de 2017

DOCE TRISTES CUENTOS



 DOCE TRISTES CUENTOS


Doce tristes cuentos


            Tengo en mis manos un librito de doce cuentos publicados por  Ediciones Albores del que  es autor Fernando Mansilla Izquierdo, de quien ya he tratado en el tren del último curso en otra ocasión para comentar algunos de sus poemas. El libro, con el título de Doce tristes cuentos, está compuesto por doce relatos de los que en el breve prólogo, que sirve de vestíbulo, podemos leer que “estamos ante un desfile de personajes atribulados que sobreviven a acontecimientos vitales estresantes, quizás arquetipos de mujeres y hombres en tiempos de pérdida y en vaivenes y circunloquios emocionales, que barrenan por la pendiente de las desdichas, quedándose en barbecho”.
            Las experiencias de estos personajes tienen lugar en esa gran ciudad de la que aparecen referentes habituales como la Plaza de Santa Ana o el Hotel Victoria, otras se desarrollan en Argamasilla de Calatrava, Puertollano o en otros espacios ciudarrealeños en un  claro homenaje al lugar natal del autor de los relatos.
            “En estos relatos resuena un retrato social y espiritual de fracasados y estigmatizados sociales. Si se adentran en estos doce tristes cuentos, preñados, de incertidumbre, seguro que, a pesar de todo, encontrarán que siempre hay un camino de esperanza”. A pesar de estas palabras sacadas del breve prólogo, ese camino de esperanza es difícil de encontrar en unas historias en las que la mayoría de los personajes están abocados a un destino trágico como el de esa pareja de mendigos formada por Rosario y Dionisio, que mueren carbonizados. Dora, la prostituta marcada con la culpa de la muerte de una de sus hijas por sobredosis. Fidel Paredes Bellón, el protagonista de uno de los cuentos que más me han impresionado, El sombrío jugador de ajedrez, también acaba con su vida. Gregorio, el anacoreta, personaje que tiene un referente real en un individuo que hubo en Puertollano en los años cincuenta y que vivía apartado en la Chimenea Cuadrá; quizás sea uno de los  ejemplos donde hay un síntoma de carpen diem  “porque no se sabe qué puede ocurrir mañana”. El moderno, el yonqui que acaba con su vida arrojándose a las aguas del Manzanares; o el alcohólico de Vio pasar la vida que muere en un café de Madrid en compañía del último amor de su vida, Rebeca, también alcohólica. Y así hasta llegar a María, otro personaje que encuentra la muerte atropellada en una calle de Madrid adonde desafiaba el tráfico en estado de ebriedad. Todos estos personajes son seres angustiados y acorralados que huyen de sí mismos o, en definitiva, de circunstancias segregadas desde unas relaciones sociales determinadas. El autor logra con breves pinceladas que sus  personajes salgan de la abstracción y aparezcan como seres concretos y próximos ubicados en espacios plasmados con descripciones que reflejan estados de ánimos acordes con el alma de los propios  personajes:

“A través de la cristalera se veía la plaza de Santa Ana vacía y hermosa, con una luz que la adornaba de fiesta cualquier día del año. Apenas alguna paloma bajaba a ella, escrudiñaba entre la hierba su alimento y volvía a subir hacia el tejado del Teatro Español. Durante unos segundos quedé con los ojos fijos en un árbol, seguro que no era un ciprés, pero a mí se me antojó que lo era y la plaza un parterre de un cementerio con lustrosos panteones, coronados por el Hotel Victoria.”

            Ha sido necesario que relea estos doce relatos para conseguir deshacerme del  desasosiego que me produjo la primera lectura de los mismos ya que están construidos de tal forma que es fácil que el lector no perciba cómo se desvanece ese punto que separa la realidad de los personajes de esa otra realidad en la que él se encuentra como lector. Este poder sugestivo de la lectura, capaz de romper el punto situado entre la realidad y la escritura, es posible por ese estilo directo que Mansilla plasma en la manera directa y fuerte de su modo de relatar.
            En definitiva, un libro de relatos que viene a sumarse a la  ya dilata obra del escritor puertollanense afincado hoy en la  madrileña localidad de  Pozuelo de Alarcón.




sábado, 8 de abril de 2017

EL CORAZÓN DE UN SUEÑO






EL CORAZÓN DE UN SUEÑO

            Como escribe Eutimio Martín en “Oficio de poeta”, su magnifica biografía sobre el poeta de Orihuela, “Miguel Hernández, pertenece a esa clase excepcional de escritores cuya obra consume su vida y cuya vida consume su obra, de modo que obra y vida terminan constituyendo una sola y misma cosa”.
            Es difícil encontrar en la historia de la literatura española un autor enfrentado a circunstancias más adversas que a las que tuvo que hacer frente quien escribió, entre otras obras, “Vientos del Pueblo” y “Cancionero y romancero de ausencias”: lucho contra la sangre, me debato /contra tanto zarpazo y tanta vena; /y cada cuerpo que tropiezo y trato /es otro borbotón de sangre, otra cadena.  
            Cuando se proclama la Segunda República Española el 14 de abril de 1931 Miguel Hernández tiene ya veinte años. Aunque la República no cumplió todas las expectativas puestas en ella por las clases populares, al producirse la sublevación de julio de 1936 fueron miles de españoles de ambos sexos los que se dispusieron a defenderla frente a la intentona golpista. Miguel Hernández desde el primer momento se  incorporó a la lucha como un miliciano más, construyendo trincheras primero y desempeñando otras funciones en el Altavoz del Frente después. Muy pronto, sobre todo a raíz de la publicación de “Vientos del Pueblo” en 1937, se convirtió en el corazón lírico del sueño que para la España que Antonio Machado llamaba la España del cincel y de la maza significaba la República. Ese mismo año se le rindió un homenaje en Valencia, entonces capital de la República, donde lo declaran “el gran poeta del pueblo”.
            “Ningún poeta defendió la causa republicana con tanta entrega como Miguel Hernández, porque fue precisamente durante la Guerra Civil cuando pudo dar plena satisfacción, a nivel intelectual, económico y social, a su reivindicado oficio de poeta, cuyo libre ejercicio impediría de manera tajante el triunfo de la causa rebelde”. Todavía hoy, a setenta y cinco años de su muerte, emociona y fascina, tal como dice Eutimio Martín, en la obra de Miguel Hernández “su estrecha vinculación con la Guerra Civil, el más dramático intento del pueblo español por la defensa de una dignidad apenas entrevista”. Ese intento quedó roto con la victoria rebelde el uno de abril de 1939, pero no el sueño de aquel corazón que se sintió “pecera melancólica” y “penal de ruiseñores moribundos”.  Después de la victoria rebelde, y tras su frustrado intento de huir a Portugal, Miguel Hernández fue pasando por diversas cárceles: Huelva, Madrid, Palencia, Ocaña, hasta dar con sus huesos en el Reformatorio de Adultos de Alicante. Según Claude Couffon, en su libro “Orihuela y Miguel Hernández”, cuando Miguel Hernández acababa de ser juzgado y condenado a muerte, Rafael Sánchez Mazas, José María de Cossío y José María Alfaro[1] se presentaron en la prisión de Torrijos, Madrid, para verlo. Si Miguel Hernández aceptaba demostrar arrepentimiento, aunque fuera disimulado, ellos estaban seguros de conseguir su libertad. En el fondo, bastaba sencillamente con que él aceptara ayudarlos en sus trabajos. Miguel se encolerizó: “¿Qué trabajos?, y no volvió a abrir la boca. Más tarde relatándole el asunto a Luis F.T., un compañero de prisión, le dijo: “¡Me parece increíble que esos viejos amigos no me hayan conocido mejor! ¡Que hayan venido a verme para hacerme proposiciones deshonestas, como si Miguel Hernández fuera una puta barata! Cuando Miguel fue trasladado a la cárcel de Ocaña esos mismos escritores intentaron una nueva gestión, pero él se negó a recibirlos. A pesar de todo, consiguieron que le computaran la pena de muerte por la de cadena perpetua; pero Miguel Hernández no se arrepintió de nada ni se avino a colaborar con ellos.
            La computa de la pena de muerte por la de cadena perpetua no hizo sino alargar su agonía. Desde el primer momento de la rendición sin condiciones del ejército republicano se evidencia la intención de los ganadores de eliminar por hambre al vencido que no era fusilado. Durante la posguerra se puso de manifiesto que existía una voluntad encubierta de exterminio en las cárceles franquistas, lo que ha permitido a algunos historiadores hablar de un holocausto español. Las condiciones en las que se obligaba a permanecer a los detenidos eran las propicias para el desarrollo de enfermedades como la que acabó con la vida de Miguel Hernández. Al joven poeta de Orihuela jamás le perdonaron que hubiera puesto su talento y su arte al servicio de los vientos del pueblo y no de aquellos que estaban acostumbrados a que el arte estuviera desde hacía siglos a su servicio: Aquí estoy para vivir/ mientras el alma me suene, /y aquí estoy para morir, /cuando la hora me llegue, /en los veneros del pueblo/ desde ahora y desde siempre.”
             Entre los que jamás le perdonaron su compromiso con la República, se encontraba el canónigo Luis Almarcha, luego obispo de León desde 1944 a 1970, que había sido su valedor en los inicios literarios del poeta y que  nada hizo por él cuando le pidieron que intercediera para que Miguel Hernández fuera trasladado desde la prisión de Alicante a un sanatorio donde pudiera recibir los cuidados necesarios para atajar la enfermedad que estaba acabando con él. Almarcha no puso en salvarle la vida el mismo interés que decía tener por salvarle el alma. El 28 de marzo de 1942 llegó la muerte, cuando todavía no había cumplido treinta y dos años. Dicen que si hubiera recibido los cuidados necesarios, la tuberculosis no hubiera seguido el sino sangriento que acabó con su vida, pero quienes podían decidirlo  no lo hicieron dejando que la enfermedad hiciera el trágico papel que en otros casos realizaban los pelotones de fusilamiento.
            Desde el primer poema que leí de Miguel Hernández en aquellos años en los que no era fácil tener acceso a su obra debido a la censura tuve la sensación de que en sus escritos palpitaban muchos de los sentimientos que yo percibía en mi entorno más íntimo. En sus poemas encontraba el latido de aquel sueño que parecía roto desde el uno abril de 1939, pero que muchos  años después sigue vivo en los poemas que nos legó el poeta de Orihuela desde aquel corazón que “ayer, mañana, hoy padeciendo por todo” era  “pecera melancólica, penal de ruiseñores”. El sueño de un pueblo que,  vencido pero no derrotado, todavía se manifiesta en aquellos lectores que se acercan a  la obra del oriolano, “el más corazonado de los hombres” cuyo corazón late hoy como ayer, como latirá mañana, como lo hará  siempre…, porque

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra,
que yo te escribiré.





[1] Todos ellos destacados miembros de Falange.

lunes, 13 de marzo de 2017

LIGERO DE EQUIPAJE





Ligero de equipaje

(Una lectura de Y portuguesa el alma, de Manuel Salinas)


            He leído el último poemario de Manuel Salinas, “Y portuguesa el alma”, con el mismo afecto que leía sus primeros poemas allá en su cuarto estudio de la casa familiar de la calle San Matías de Granada en nuestra época de estudiantes. El libro está introducido por un magnífico estudio de Sara Pujol Russell que cumple con esa función didáctica que tanto agradecemos algunos  lectores. El prólogo, aunque no lo pretenda  su autora,  puede servirnos de guía para viajar de poema en poema, ya que sus observaciones ofrecen claves que facilitaran nuestra lectura.
            Es el propio Salinas quien dice en “Del lado de la vida” que “todo poeta escribe su autobiografía. Real o ficticia, que más da”. Esto me recuerda lo que escribí allá por los años ochenta del pasado siglo -¡Cómo pasa el tiempo!- en el prólogo para su libro “Zulo de Noviembre”: Salinas ha optado por la aventura de vivir y la convierte en memoria de “una sencilla pasión contra la muerte”. Ahora, añadiría que esa pasión contra la muerte no era sino  una pasión por la vida, la misma que encontramos en “Y portuguesa el alma”, cuyos poemas nos acercan a alguien que como el propio Lope tiene “los ojos niños y portuguesa el alma”.
            Junto a la inocencia de esos ojos niños y de la propensión a enamorarse, en este poemario encontramos la dulzura propia de quien ha nacido tierno de corazón, pues como también decía Lope de Vega “quien no nace tierno de corazón, bien puede ser poeta, pero no será dulce”.
            La inocencia no sólo es presencia conceptual sino que a ella apuntan palabras que transcienden su significado produciendo en complicidad con quien lee una serie de sensaciones visualizadas  en bellísimas imágenes como  “guirnalda donde el aire florece”, “tapia del paraíso” o “agua desgajada de la más alta luz”. Imágenes que nos permiten contemplar con ojos niños el cuadro lírico que crea la palabra transcendida.

Es entrega la inocencia, tapia del paraíso,
agua desgajada de la más alta luz; la belleza
duele en pleno gozo, en pleno
canto, sin pauta, aguda y grave
herida, siempre herida, rosa, rosa siempre.

O la ternura que aparece en la canción “Juncos del Darro”:

¡Qué alegría del agua
entre los junquillos
de la tarde parda!

Juncos del Darro,
de tintes verdes,
¿Adónde iré yo
que no os lleve?

            El recuerdo de Granada no es ya agua oculta que llora sino alegría entre los junquillos de la tarde parda, esa tarde que evoca uno de los símbolos de Antonio Machado al que también alude en “Envío”, cierre del poemario:Y de repente todo se vuelve tan simple que asusta. Se reduce el equipaje. Desnudos como los hijos de la mar. Abandonamos las certezas no sólo porque ya no estamos seguros de nada, sino porque no nos hacen falta. Vivimos de acuerdo a lo que sentimos. Dejamos de juzgar, porque ya no hay ni verdades ni mentiras, sino la vida que eligió cada uno. La verdad ven conmigo a buscarla. ¿La tuya?, quédatela”.
            Estamos ante un poemario de amor, no sólo por el significado de su título, que literalmente sugiere un alma propensa a enamorarse, sino porque corre por los vasos sanguíneos de cada uno de los poemas, como amor que hiere, cura, transforma lo que toca o como lo único que es libre o convida a tocar con las manos otro sol más alto.  
            Al leer el verso ¡Qué triste no conocer la tristeza! que cierra el poema “Miserable el momento sino es canto” no he podido evitar la evocación de  Llegué por el dolor a la alegría /Supe por el dolor que el alma existe.  No sé explicar por qué he relacionado estos versos de José Hierro y el Yo sé que ver y oír a un triste enfada  de Miguel Hernández con este ¡Qué triste no conocer la tristeza!  de Manuel Salinas. Quizás del conocimiento de la tristeza le viene esa alegría…, pues como decía Charles Chaplin “sin haber conocido la miseria es imposible valorar el lujo”. De igual modo quien no ha conocido la tristeza no podría  valorar la alegría ni está en condiciones de escribir, como hace Manuel Salinas:

Ninguna espera turba. Siempre igual
y siempre distinto, el tiempo
no cesa. Quiero entregar a la alegría
la alegría recibida, la dulce libertad de quererte.

Siempre, amor, siempre.

            En el campo de la psicoterapia se dice que a las personas no nos gusta sufrir y que huir del dolor y del sufrimiento en la vida es un acto natural y sabio. Sin embargo, muchas personas que han atravesado por una crisis vital llegan a un estado de “feliz desesperanza”. Cuando pasamos una crisis perdemos la fantasía de que controlamos lo que nos sucede y dejamos de proyectarnos en el futuro. Paradójicamente algunas personas encuentran así un camino que les permite vivir en el presente y abrirse a la gratitud y la alegría de la vida. ¿No es esto lo que se aprecia en los poemas de Salinas? La autora del prólogo, en ese diálogo que tiene con el autor, le dice: Escribes siempre en presente, desde el presente, que es, desde el presente que somos, convirtiendo el presente fugaz en permanencia, con pocas referencias al pasado y con muchas al futuro.
            Aunque no aparece la tristeza, es, diciéndolo con palabras de Blas de Otero, algo que no se ve, pero que el yo poético conoce muy bien, tal como se desprende de ese ¡Qué triste no conocer la tristeza! De ese conocimiento se llega a la alegría y quizás porque ver a un triste enfada hay una voluntad de convertir la tristeza en celebración, en belleza y, aunque la soledad no se redime, en el amor se encuentra la salvación, tal como aparece en ese  Ya no es verdad lo que era/vence el que ama/ en musaraña no queda.
            Una de las palabras que aparece con más frecuencia es cielo ¿Cuál es su significado?  Una vez es un cielo firme más allá del cielo; otra se identifica el cielo con el mundo: Sí, hay mundo. Sí, y es cielo, / es canto, es azul, y es verdad/tanta belleza, tanta llama en la noche, /tanta llaga que aquieta. O cuando se dice: hagamos del cielo el mejor lugar/ de la tierra. ¿Acaso no está expresando que ese paraíso soñado, anhelado, ha de construirse en este mundo, en la tierra, y no en otro? ¿Es la construcción de la utopía aquí? Todo ello engarzado con la idea de compartir, de querer en el otro: Sólo la mano que perdona, / el pan que se reparte, es pan/y flor y vino y ola y luz y hierba. Sólo/ este querer en ti, este compartir/ el susurro de las hojas es aire, víspera, /primavera junto a la primavera.
            Hacer de ese cielo el mejor lugar de la tierra sólo sería posible si cumpliéramos lo que se dice al final del poema Esprit de Finesse:   Mar arriba hay un cielo /que ayuda a entender el nuestro. /Haz el bien, porque es bello. Sé feliz. Te va la vida.
            … Es la hermosura, la indulgencia que nos ayuda a sentir que lo que bien se reparte, bien sabe. Esa luz: aspirar a ser buenos, y no más.







LA VUELTA










La vuelta


            Al entrar en el blog he comprobado que la última entrada es del 22 de febrero del año 2015. Dos años sin poner ni una palabra. ¿Qué ha sucedido para que haya ocurrido esto? No he dejado de escribir en este tiempo, pero ni una palabra para el blog que inicié en el año 2010 cuando todavía me dedicaba a la enseñanza de la Literatura. Recuerdo la ilusión con la que inicié esta aventura. Para mi era algo desconocido y gracias a mis alumnos de entonces y a un compañero me decidí a ello. Pero un día dejé de frecuentarlo… ¿Qué ocurrió? ¿A qué se debió este silencio? ¿La desgana? ¿La pereza? ¿Falta de ilusión? ¿La conciencia de que lo que escribo apenas si interesa? Quizás un poco de todo.
            Dos años que han pasado como el relámpago. Ya no estoy en el instituto y la enseñanza dicen que cada día está peor. Me llega el desánimo desde las aulas. En la radio escucho la oposición a la regresiva LOMCE aprobada por la mayoría absoluta del partido gobernante. No hay debates sobre la educación, quizás porque predomina la mala educación. La política en general es como una de las plagas de Egipto. Sólo se habla de corrupción y de cómo caen los líderes de algunos partidos, mientras que otros se eternizan en el poder. Europa se desmorona y el virus de los nacionalismos se extiende amenazando el proyecto de la Unión Europea. Después de la caída del muro de Berlín en 1991 otros muros se están levantando ante la indiferencia y el silencio de las poblaciones. El muro de Israel, el de México, el del Sur de Europa. El exterminio de la población siria y de otros países… Ver cómo en Turquía se extiende  la sombra de un dictador con la complicidad de los gobiernos europeos. Todo ello produce una desgana que conduce al silencio. ¿Escribir sobre estas cosas? ¿De qué escribir? De los problemas de las personas con las que vivo, paseo, dialogo. Será la herida del tiempo, la perdida de seres queridos…Todo pone su granito de arena para que al final se imponga la desgana  y el tren del último curso haya perdido su fuelle, su energía…
            Pero de pronto ha ocurrido algo. Decido volver, sin importarme si lo que escribo importa a alguien ajeno a mis amigos. Existe la vida Hay muchos motivos para escribir, muchas cosas sobre las que hacerlo  y siempre habrá alguien a quien no le importe subir en el tren del último curso por si encuentra  otro  milagro de la primavera.
Voy a ello.