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domingo, 24 de marzo de 2013


 
 
 
 
UNA IMAGEN DE GRAN CAPITÁN
 

Una mañana,  mi maestro de primera enseñanza equipado con su cámara fotográfica de reportero de los años sesenta me dijo que lo acompañara. Don José compaginaba su tarea docente con la de reportero en bodas, bautizos, partidos de futbol, visitas de políticos  u otros eventos que tuvieran lugar en nuestro pueblo.  Era uno de aquellos protagonistas de la España en blanco y negro que le había tocado vivir y de la que como pocos dejó reflejada en su nunca reconocida suficientemente  labor de fotógrafo. Después de dejar a uno de los mayores al cuidado de la escuela, nos dirigimos a la calle de Gran Capitán y cuál no fue mi sorpresa cuando se detuvo en la puerta de la casa donde yo vivía. Mi padre acababa de abrir en aquella calle su tienda taller de bicicletas y le había encargado un pequeño reportaje con objeto publicitario. Después de hacer diversas fotografías,  Don José me indicó que me colocara a la entrada del taller y se dispuso a sacar una imagen panorámica de la fachada principal, en la que hoy puedo ver al niño que yo era entonces. La fotografía, firmada por Rueda,  me la encontré muchos años después en una exposición que se celebró en la Casa de Cultura sobre el Puertollano de los años sesenta. A principios de aquella década, la calle de Gran Capitán ya empezaba a ser una de las vías más importantes de la ciudad. Como anécdota recuerdo que,  al ser el edificio entonces de mayor altura, en su balcón se instalaron las cámaras de televisión para tomar las imágenes de la colocación de la primera piedra de las viviendas de la Cooperativa Santa Bárbara, construidas en aquellos años por el personal de la Empresa Ramón Bahamonde. Mi padre había tenido la intuición de que por ella pasarían un día las bicicletas camino de la Refinería  y de las minas de la parte norte de la cuenca. No se equivocó y,  cuando la vieja carretera del Villar se convirtió en el camino por el que circulaban las bicicletas que utilizaban como medio de locomoción los  obreros de la Refinería y los de las minas, ya había cambiado la ubicación de su taller de la calle Juan Bravo a la de Gran Capitán, y allí estuvo hasta que las transformaciones de los sesenta se llevaron por delante los pequeños talleres que no pudieron competir con la implantación de los autobuses ni con la crisis que asoló el país en aquellos años, en los que cientos de bicicletas fueron abandonadas  al dejar de ser utilizadas como medio de locomoción hasta el puesto de trabajo y de que muchos de los que las usaban  tuvieran que emigrar de Puertollano.

 

 

miércoles, 13 de marzo de 2013




EL COTILLA


¡Cotilla! ¡Cotilla! ¡Cotilla! Era lo peor que se nos podía llamar. La vez que lo comprobé fue el día que se descubrió quién era el que iba diciendo cosas del buenazo de Emilio. Aquella mañana nada más llegar se acercó al chismoso y le arreó un puñetazo que nos dejó a todos boquiabiertos. Nos quedamos impresionados cuando lo vimos con el labio partido y la blusa manchada de sangre. Fue tal el susto que se llevó que no le quedaron ganas para volver a ir por ahí contando chismes de ninguno de nosotros. Desde aquel día yo aprendí que lo de cotilla debía de ser algo muy grave para que el bueno de Emilio se enfadase tanto y tuviera aquella reacción tan impropia de él.

Como en la escuela solíamos hacer muchos ejercicios de vocabulario, cuando volvimos a clase busqué el significado de la palabra cotilla y apunté en mi cuaderno: “dícese de la persona amiga de chismes y cuentos”. Hoy al recordar aquella anécdota vuelvo a buscar otras palabras con ella relacionadas y apunto que de la palabra chisme se dice que es una noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna. A la misma familia pertenecen chismear –traer y llevar chismes-, chismero –que chismea o es dado a chismear-, chismería, chismografía, chismorrear, chismorrería, chismoso, chismotear, chismoteo

De todas estas definiciones lo que más atrae al cotilla es la pretensión de indisponer a unas personas con otras, cosa que resulta perniciosa para las  relaciones sociales construidas a partir de unas necesidades solidarias, más en estos tiempos en los que las políticas llevadas a cabo en nuestra sociedad parecen estar dirigidas por chismeros cuya finalidad  se diría que es convertir nuestras vivencias cotidianas en imágenes similares a esos chismes o cuentos con los que configurarnos una realidad virtual que nos haga olvidar esa otra realidad cada día más dramática en la que estamos y de la que formamos parte como si fuéramos sujetos ausentes que no cuentan.

Con el paso del tiempo he conocido  a más de un chismoso, incluso alguna vez he sufrido en mis propias carnes las puñaladas de tan nefasta conducta. Por ello he huido siempre de ese tipo de gente que parece disfrutar hablando mal de los demás, contando dimes y diretes de quien se encuentra ausente, con la intención de ir sembrando cizaña entre unos y otros. Es una conducta reprobable, mal vista, incluso en las capas más profundas de nuestro subconsciente cultural, integrado por materiales depositados a lo largo de los siglos, a pesar de las manifestaciones que hoy se dan en determinados programas de televisión donde aparecen personas que ejercen el ejercicio del chismorreo como actividad remunerada en una sociedad donde parece que se han perdido los valores que otrora eran presentados como puntos cardinales.

La verdad es que los chismosos o cotillas no han gozado nunca de buena imagen en nuestro ámbito cultural, habiéndose siempre reprobado su comportamiento en los textos de las diversas religiones, que forman parte de nuestra cultura, y en muchas de nuestras grandes obras literarias. En relación a esto recuerdo que hablando con un amigo musulmán me refería cómo Mahoma quiso explicar socráticamente a sus compañeros el sentido  de la llamada ghiba, “hablar mal” de alguien ausente”. El Profeta les preguntó: "¿Saben lo que es la Ghiba?" Ellos respondieron: "Alá y su Mensajero lo saben mejor". Él les dijo: "Es decir algo sobre tu hermano que a él le pueda disgustar". Uno de ellos preguntó: "¿Y qué sucede si yo digo algo sobre mi hermano y es verdad?". A lo que el Profeta respondió: "Si lo que dices de él es verdad, es ghiba; y si no es verdad, es una calumnia". No es mejor la imagen que del chismoso se ofrece en la Biblia: Proverbios 16:28, “El hombre perverso promueve contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos”. Prov. 26:20, “Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso cesa la contienda”. 

También del chismoso o cotilla hay numerosos casos en nuestra  literatura. Sacando a la luz algunos ejemplos me vienen a la mente los nombres de Celestina y de Pármeno, de la Tragicomedia de Calisto y Melibea;  o el del criado Senén, de El Abuelo de Galdós, que se dedica  a transmitir información sobre los otros personajes. Su comportamiento es rechazado en palabras dichas por el personaje central, al que puso voz y rostro Fernando Fernán Gómez en la versión cinematográfica de la novela, cuando  percibe la acción del chismoso Senén como un acto de deslealtad y le expresa su absoluta repugnancia: "Tu revelación traidora resulta verdadera. Es verdad. ¡Maldito rufián, déjame! Eres una babosa perfumada…". De igual modo se entrevé la perniciosa  función de los chismes en La  Celestina, ya que los dimes y diretes de la alcahueta terminan desencadenando una serie de acciones que conducen a la destrucción de las relaciones de amistad y de lealtad, así como a la pérdida de la vida de la mayoría de los personajes que van muriendo a lo largo de la trama: ajusticiados, asesinados, víctimas de accidentes o por suicidio. El proceso puesto en marcha por un chismoso puede resultar imprevisible tal como podemos ver en el desenlace de la obra de Fernando de Rojas donde las palabras de la chismosa Celestina son “como bocados suaves, y penetran hasta las entrañas.”