EL
COTILLA
¡Cotilla! ¡Cotilla! ¡Cotilla! Era lo peor que
se nos podía llamar. La vez que lo comprobé fue el día que se descubrió quién era el que iba diciendo cosas del buenazo de Emilio. Aquella mañana nada más
llegar se acercó al chismoso y le arreó un puñetazo que nos dejó a todos
boquiabiertos. Nos quedamos impresionados cuando lo vimos con el labio partido
y la blusa manchada de sangre. Fue tal el susto que se llevó que no le quedaron
ganas para volver a ir por ahí contando chismes de ninguno de nosotros. Desde
aquel día yo aprendí que lo de cotilla debía de ser algo muy grave para que el
bueno de Emilio se enfadase tanto y tuviera aquella reacción tan impropia de
él.
Como en la escuela solíamos hacer muchos
ejercicios de vocabulario, cuando volvimos a clase busqué el significado de la
palabra cotilla y apunté en mi
cuaderno: “dícese de la persona amiga de chismes y cuentos”. Hoy al recordar aquella
anécdota vuelvo a buscar otras palabras con ella relacionadas y apunto que de
la palabra chisme se dice que es una
noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende
indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna. A la misma familia
pertenecen chismear –traer y llevar
chismes-, chismero –que chismea o es
dado a chismear-, chismería, chismografía, chismorrear, chismorrería,
chismoso, chismotear, chismoteo…
De todas estas definiciones lo que más atrae al
cotilla es la pretensión de indisponer a unas personas con otras, cosa que resulta
perniciosa para las relaciones sociales
construidas a partir de unas necesidades solidarias, más en estos tiempos en
los que las políticas llevadas a cabo en nuestra sociedad parecen estar
dirigidas por chismeros cuya finalidad se
diría que es convertir nuestras vivencias cotidianas en imágenes similares a
esos chismes o cuentos con los que configurarnos una realidad virtual que nos
haga olvidar esa otra realidad cada día más dramática en la que estamos y de la
que formamos parte como si fuéramos sujetos ausentes que no cuentan.
Con el paso del tiempo he conocido a más de un chismoso, incluso alguna vez he
sufrido en mis propias carnes las puñaladas de tan nefasta conducta. Por ello
he huido siempre de ese tipo de gente que parece disfrutar hablando mal de los
demás, contando dimes y diretes de quien se encuentra ausente, con la intención
de ir sembrando cizaña entre unos y otros. Es una conducta reprobable, mal
vista, incluso en las capas más profundas de nuestro subconsciente cultural,
integrado por materiales depositados a lo largo de los siglos, a pesar de las
manifestaciones que hoy se dan en determinados programas de televisión donde
aparecen personas que ejercen el ejercicio del chismorreo como actividad
remunerada en una sociedad donde parece que se han perdido los valores que
otrora eran presentados como puntos cardinales.
La verdad es que los chismosos o cotillas no han
gozado nunca de buena imagen en nuestro ámbito cultural, habiéndose siempre
reprobado su comportamiento en los textos de las diversas religiones, que
forman parte de nuestra cultura, y en muchas de nuestras grandes obras
literarias. En relación a esto recuerdo que hablando con un amigo musulmán me
refería cómo Mahoma quiso explicar socráticamente a sus compañeros el sentido de la llamada ghiba, “hablar mal” de alguien ausente”. El Profeta les preguntó: "¿Saben lo que es la Ghiba?"
Ellos
respondieron: "Alá y su
Mensajero lo saben mejor". Él les dijo: "Es decir algo sobre tu hermano
que a él le pueda disgustar". Uno de ellos preguntó: "¿Y qué sucede si yo digo algo
sobre mi hermano y es verdad?". A lo que el Profeta respondió:
"Si lo que dices de él
es verdad, es ghiba; y si no es verdad, es una calumnia". No
es mejor la imagen que del chismoso se ofrece en la Biblia: Proverbios 16:28,
“El hombre perverso promueve contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos”. Prov. 26:20, “Sin leña se apaga el
fuego, y donde no hay chismoso cesa la
contienda”.
También del chismoso o cotilla
hay numerosos casos en nuestra literatura. Sacando a la luz algunos ejemplos me
vienen a la mente los nombres de Celestina y de Pármeno, de la Tragicomedia de Calisto y Melibea; o el del criado Senén, de El Abuelo de Galdós, que se dedica a transmitir información sobre los otros
personajes. Su comportamiento es rechazado en palabras dichas por el personaje
central, al que puso voz y rostro Fernando Fernán Gómez en la versión cinematográfica
de la novela, cuando percibe la acción
del chismoso Senén como un acto de deslealtad y le expresa su absoluta
repugnancia: "Tu revelación traidora resulta verdadera. Es verdad.
¡Maldito rufián, déjame! Eres una babosa perfumada…". De igual modo se
entrevé la perniciosa función de los
chismes en La Celestina, ya que los dimes y diretes de la
alcahueta terminan desencadenando una serie de acciones que conducen a la
destrucción de las relaciones de amistad y de lealtad, así como a la pérdida de
la vida de la mayoría de los personajes que van muriendo a lo largo de la
trama: ajusticiados, asesinados, víctimas de accidentes o por suicidio. El
proceso puesto en marcha por un chismoso puede resultar imprevisible tal como
podemos ver en el desenlace de la obra de Fernando de Rojas donde las palabras
de la chismosa Celestina son “como bocados suaves, y penetran hasta las
entrañas.”