Hace ahora
seis años que se me invitó a dirigir unas palabras a los alumnos de segundo de
bachillerato que se marchaban del
instituto, ya con su título de bachiller, dispuestos iniciar una nueva etapa de
su vida. Fueron palabras escritas para la ocasión y con las que quise rendir un homenaje, no solo a
aquellos alumnos que se marchaban sino también a los profesores que habían
dedicado su esfuerzo en formarlos; también quise expresar mi reconocimiento al
sistema público de enseñanza, hoy, desgraciadamente en peligro, ante la
política de desmantelamiento de la que está siendo victima.
PALABRAS DE FIN DE CURSO
Dicen que no son tristes las
despedidas
Dile a quien te lo dice que se despida.
¿Qué
os tengo que decir que no os haya dicho después de todos estos meses durante
los que hemos pasado juntos cuatro horas a la semana, hablando de palabras,
cuatro horas metalingüísticas, durante las cuales os habréis aburrido
intensamente. Después llegaban otros profesores y teníais que cambiar el
registro. Os recuerdo en vuestros asientos, resignados a escuchar al profesor
de turno. ¿No os apetecía salir corriendo? Os confieso que, a vuestros años, también me apetecía
largarme de clase…Son cosas de la edad.
Tener esto en cuenta humaniza esta profesión, pues no en vano somos muchos los
profesores que seguimos teniendo alma de aquellos artesanos del Medievo, que
trabajaban anónimamente escribiendo los cantares de gesta.
Nosotros
trabajamos sin preocuparnos de los índices de audiencia, sin estar pendientes
de los titulares de prensa o de que nuestro nombre salga en los periódicos, ni
en las pantallas de televisión o de quedar registrados en los anales de la
Historia. Sabemos que nuestra gloria es tal como la de los que escriben
cantares: “oír decir a la gente que no los ha escrito nadie”. Sin embargo,
sabemos que estamos trabajando con seres humanos que responden a un nombre, que
tienen sentimientos y se alimentan de sueños; y por ello, nuestra labor se hace
copla, copla callada que suena cuando vosotros, nuestros alumnos, la hacéis
vuestra.
No
tenemos otro empeño que ayudaros a ser felices y a ello nos entregamos con la
ilusión de que nuestra labor en las aulas corra la suerte de las buenas coplas,
ya
Que al
fundir el corazón
con el alma popular, lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.
Permitidme también una breve y sosegada
mirada a la nostalgia, a aquel primer día en el que llegasteis al instituto y
fuisteis recibidos por los profesores, que os darían clase en primero y segundo
de secundaria. En este momento quizás recordéis aquella mañana de hace ya seis
años, cuando entrasteis en el instituto con cierta angustia y preocupación ante
lo desconocido. Es justo evocar el recuerdo de aquellos profesores que os recibieron,
y que durante estos años han formado parte de vuestra vida. Algunos están aquí
para despediros, como estuvieron para recibiros el primer día. No voy a decir
sus nombres, por temor a que se me quede alguno en el aire, aunque yo estoy
seguro de que vosotros los guardáis en vuestro corazón. Aquellos profesores de
los primeros cursos, al igual que los que os han dado clase después, han
contribuido a vuestra formación. De ellos, algunos se han marchado
definitivamente, aunque los recordamos
con cariño.
Pensando en los ausentes, permitidme una segunda licencia, la de evocar, entre todos,
el nombre de Don Ramón de la Osa. El otro día les preguntaba, a algunos alumnos
de cuarto, que si se acordaban de él y me decían que “tenía sus cosas, pero era
muy buena gente”. Os confieso que me emocioné. Estoy convencido de que a Don
Ramón, si estuviera aquí, le hubiera gustado escuchar las palabras de Irina:
era muy buena gente.
Y esa es la perspectiva que no deberíais
perder nunca: SER MUY BUENA GENTE. Todos los profesores que habéis tenido a lo
largo de estos años hemos querido ser como caudales que enriquecieran ese río
que sois cada uno de vosotros; ríos que van a dar, no a ese mar manriqueño sino
al otro mar de Juan Ramón en el que encontraréis la plenitud y la madurez de
vuestras vidas.
Porque vosotros no sois, a vuestra edad, el
río de Jorge Manrique sino el camino de don Antonio Machado, ese camino que se
construye al andar. Espero que, de alguna manera, los profesores de este centro os hayamos
ayudado en el tramo del camino cuya culminación estamos celebrando en este
acto.
Cada uno de los muchos profesores y
profesoras que habéis tenido han ido dejando lo mejor de cada uno desde sus
diferencias, desde sus contradicciones. Porque, como os habréis ido dando
cuenta durante estos años, los profesores somos muy distintos unos de otros,
aunque esas diferencias no han impedido que todos hayamos compartido el interés
porque os llevéis lo mejor de cada uno de nosotros. Ese es el valor de los
centros de la enseñanza pública, el modelo que vuestros padres eligieron para
vosotros, un modelo plural, respetuoso con todas las ideologías, con todas las
condiciones sociales y cualquier origen territorial. Ojalá que no os hayamos
defraudado.
Vosotros sois, una de las primeras
promociones, la primera del siglo XXI, que ha compartido las aulas con alumnos
venidos de países como Marruecos, Rumanía e incluso de la lejana China. Todo
esto hubiera sido cosa de locos imaginarlo hace algunos años, cuando los únicos
forasteros llegaban de los pueblos cercanos
o -y eso ya era insólito- algún alumno de Andalucía o de Cataluña. Todo
esto es reflejo de que se está produciendo un cambio. Por ello es necesario que
sigáis trabajando duramente en vuestra próxima etapa.
Aquí, en el instituto, habéis convivido en
una pequeña comunidad, pero os espera otra, más grande y compleja, cuando
salgáis por la puerta para empezar a hacer una nueva etapa de vuestra vida.
Y, como nosotros, vuestros profesores y
profesoras, seguiremos aquí algunos años más, sí que me gustaría, ya para
terminar, recordaros las palabras de uno de los más grandes pensadores apócrifos
de nuestro país, me refiero a Juan de Mairena:
“Vosotros
debéis amar y respetar a vuestros maestros, a cuantos de buena fe se interesan
por vuestra formación espiritual. Pero para juzgar si su labor fue más o menos
acertada, debéis esperar mucho tiempo, acaso toda la vida, y dejar que el
juicio lo formulen vuestros descendientes . Yo os confieso que he sido ingrato
alguna vez -y harto me pesa- con mis
maestros, por no tener presente que en nuestro mundo interior hay algo de
ruleta en movimiento, indiferente a las posturas del paño, y que mientras gira
la rueda y rueda la bola al azar, nada sabemos de pérdida o ganancia, de éxito
o de fracaso”.
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