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domingo, 18 de marzo de 2012


CONVERSACIONES DE SOBREMESA


Es  la  falta  de compromiso con la vida como experiencia lo que hace que se charlotee y no se  hable. La ausencia de diálogo verdadero, esta aridez terrible que hay en la  comunicación, esta incapacidad  de comunicar, crecen solo en paridad al chismorreo.


L. Giussani



En un reciente viaje a Granada he recuperado el placer de las conversaciones de sobremesa, gracias al reencuentro con viejos amigos, amantes de disfrutar de ese tiempo que sigue a una comida. Es ésta una práctica que tenía casi olvidada, debido a una serie de circunstancias que parece que se confabulan contra los amantes de las conversaciones abiertas, sin más  condición que el respeto a todas las opiniones que los diferentes interlocutores puedan expresar.
Aunque en alguna parte he leído que son los franceses los que no conciben una comida sin que vaya seguida de una o dos horas de sobremesa, fue durante mis tiempos de estudiante donde me aficioné a esas conversaciones de sobremesa en las que fui aprendiendo el protocolo a seguir  en ellas. Dado que era frecuente que nos juntásemos personas de diferentes ideologías, tanto en lo que se refiere a la política como a la religión, se procuraba que los temas se trataran siguiendo unas reglas de respeto a las ideas y creencias de los otros, incluso a veces salían temas relacionados con el sexo, a pesar de que entre los interlocutores hubiera personas de diferentes características. Es en aquellas conversaciones donde se fue construyendo mi identidad, mi respeto a quienes tenían un sexo diferente e incluso otras tendencias en sus relaciones.
En aquellas conversaciones de sobremesa se aprendía a hablar y a escuchar; a  respetar las ideas antagónicas y las creencias diferentes a las propias. Solo cuando llegaban personas nuevas procurábamos evitar temas relacionados con la política, con la religión o el sexo; pero una vez que se daban a conocer y se integraban, esos tabúes desaparecían y la sobremesa se convertía en un ágora libre en la que todos nos encontrábamos bien.
Recuerdo que se solían evitar los chismorreos porque daban lugar a situaciones desagradables y áridas. Esto es lo que convertía aquellas conversaciones en actos de comunicación, con diálogos frescos y enriquecedores; donde solo se aburría quien no tenía nada que decir o era tan superficial y tan vano que no se daba cuenta de que allí estaba perdiendo el tiempo. Este tipo de personas no solía volver a nuestras sobremesas.
Para evitar que otras personas pudieran escuchar lo que hablábamos, procurábamos que el tono de nuestra voz no fuera alto, evitando los gritos. Todavía no he llegado a entender por qué en este país se habla gritando en los lugares públicos. Lo lógico es que durante los muchos años de dictadura hubiéramos desarrollado hábitos de hablar con tonos bajos, pero los resultados han sido los contrarios.

Saber hablar y saber callar. Mirar de frente a quien está hablando. Respetar la opinión y las ideas de los demás, pues nadie está en posesión de la verdad. Conversar en un lugar donde no se grite, donde lo que se está tratando en una mesa contigua no interfiera en la propia conversación, crea un clima adecuado y confortable que hace más agradable la sobremesa donde poder cultivar esas conversaciones en las que es posible el cambio de impresiones, la confrontación de ideas de forma pacifica, el enriquecimiento con los conocimientos del otro.

Es la conversación un tipo de interacción verbal que constituye la forma fundamental de la comunicación oral. Al conversar se pone en funcionamiento la competencia comunicativa de los seres humanos. Por otra parte, la conversación se caracteriza por ser, además de un proceso lingüístico, un proceso social, a través del cual se construyen identidades, relaciones y situaciones. Por lo tanto, en la conversación los hablantes no demuestran solo su competencia comunicativa, sino también los procedimientos empleados para la construcción de un orden social.

Cuando la conversación tiene lugar con un grupo de amigos con los que se comparte  mesa y mantel, conversando familiarmente sobre cuestiones más o menos interesantes, la dilatada y cálida sobremesa se transforma en un momento mágico y  entrañable que hay que vivir intensamente. Porque conversar no es solo hablar una o varias personas con otra u otras; también es vivir, habitar en compañía de esos otros, con los que tratamos, nos comunicamos y fomentamos amistad. Estos significados de la conversación parecen que hoy están en desuso, debido a que las realidades a las que apuntan han desaparecido a causa de las nuevas estructuras de relación que nos imponen. Sin embargo siempre quedamos los que pensamos que las palabras pueden funcionar como los retrovisores de un coche: como espejos en los que se refleja la vida. En ellas podemos encontrar esos significados que evocan realidades latentes bajo esas otras que nos imponen con nuevos significados. Recordemos que las palabras no solo sirven para señalar la realidad, también para crearla: en el principio fue el verbo.

En definitiva, no dejando de mirar al retrovisor de nuestra vida podemos recuperar las imágenes de esas realidades pretéritas en las que la conversación era una acción de habitar, de vivir con los demás. Las palabras permiten evocar esas realidades, acercarlas a nuestras formas actuales y recuperarlas como actos de comunicación en los que la amistad y el habitar en compañía de otros dejen de ser realidades en desuso.

Por ello, el compromiso de provocar  situaciones en las que conversar vuelva a recuperar esos viejos significados, es un acto necesario de resistencia, frente a quienes pretenden imponer esas realidades en las que habitemos en soledad, sin comunicación.
El sentido de la conversación es hacer participe de lo que uno tiene –conocimientos, sentimientos, sueños, deseos…- a los otros, a nuestros interlocutores, a los que conocemos y nos conocen. En la conversación nos descubren y descubrimos, nos manifestamos y se nos manifiestan, hacemos saber a otros y ellos nos hacen saber algunas cosas, algunas realidades propias. En este sentido conversar es vivir en compañía de otros, morar en la palabra como metáfora de la realidad, de la sustancia, es decir, de lo que realmente importa: la vida.




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