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miércoles, 22 de febrero de 2012

CIUDAD CON TRISTEZA


            ¿Se han dado cuenta de esa tristeza que envuelve nuestra ciudad? No tiene que ver con la estación del año en la que  los días suelen ser fríos; y este invierno los tiene, como es natural, además de grises y tristes. En esta ciudad donde la luz es una presencia constante, hoy se perciben tonalidades débiles, cenicientas. Sus calles y sus plazas aparecen apagadas, lánguidas. Sus espacios resultan aburridos, monótonos. Es como si una niebla gris envolviera sus avenidas, sus calles, sus plazas y sus edificios.
Estos son días de frío, de invierno seco e intensas heladas que  obstruyen las fuentes. Son los días propios del invierno mesetario, días que no siempre fueron tristes aunque fueran días cortos de luz. …No es el frío lo que hiela, es la tristeza. El frío es un fenómeno natural en esta época del año, más en este febrerillo el loco que es un mes imprevisible: unos días hielo; otros viento…
            Algo ocurre, que la ciudad se ha envuelto en una capa de tristeza, se echa en falta el bullicio alegre, los grupos de personas que disfrutan del ocio al aire libre. Los ciudadanos desconfían de quienes gestionan la ciudad. La sospecha cubre muchos de sus ámbitos. La avaricia, el deseo de enriquecimiento exprés ha agotado el período de abundancia, llegando el de escasez. Las previsiones de muchos han quedado destrozadas y ahora son tiempos de miseria. Se habla constantemente de crisis, de paro… La desconfianza está ganando terreno y esto lleva a mirar al otro con recelo…En algunos barrios se producen robos con violencia que hace que surja el miedo en los comportamientos sociales.

Al pasar por las calles próximas al Mercado, las más concurridas durante  los días de entre semana, en las que se encuentran los comercios más antiguos y entrañables, que eran conocidos con el nombre de sus dueños, han ido echando el cierre a medida que sus propietarios o los dependientes han llegado a la edad de jubilación; donde alguna vez existió una droguería conocida, la zapatería donde fuimos a comprarnos los primeros zapatos, son hoy locales con los escaparates vacíos y suciedad en sus rellanos.
 Una tarde de domingo ofrece las calles vacías, en los bares apenas si hay parroquianos. En los escaparates se ven luces tenues. Las pocas tiendas que hay abiertas son las que regentan los chinos.  Impresiona que en calles céntricas aparezcan numerosos locales con el letrero de se vende, se alquila o liquidación por cierre. Son muchos los transeúntes que caminan cabizbajos, abatidos, tristes; parece que  llevan la mirada ausente y apenas si se fijan en quienes  se cruzan con ellos, ni prestan atención al artista callejero que toca un violín con cara demacrada mientras mira de reojo la moneda que alguien acaba de depositar en el platillo que tiene junto a sus pies. Cada día son más numerosas las personas indigentes que mendigan una moneda para poder comer… Algunas tienen letreros en los  en los que podemos leer cosas como: NO TENGO TRABAJO. NECESITO UNA AYUDA PARA COMER. Son personas jóvenes, algunas de ellas con aspecto decoroso y digno a las que la necesidad no ha robado el pudor.
Se ve a algunos estudiantes con su mochila al hombro, que regresan del fin de semana para proseguir sus estudios en la Universidad de la ciudad. Parece un milagro que sigan estudiando sabiendo que cuando finalicen sus estudios tendrán que derribar el muro que se antepone ante su incierto mañana. La ciudad se ha convertido para ellos en un espacio inestable, inseguro, de horizonte cerrado... Saben que un día no lejano tendrán que marcharse a otros lugares donde puedan encontrar lo que aquí se les niega ¿Qué se les ofrece a esta juventud a cambio de su esfuerzo, de su sacrificio? La respuesta es insatisfacción y frustración. ¿Y los padres de esos jóvenes? Son seres desengañados, después de toda una vida trabajando, educando a sus hijos para que lograran una posición mejor que la suya y ahora los ven con sus estudios de arquitecto, de ingeniero, técnicos superiores, pero sin posibilidades. Llevan la frustración en los ojos, se nota en sus conversaciones.
Mientras tanto, la ciudad disimula con sus fiestas; oculta con su parafernalia; encubre  con su pirotecnia;  disfraza con sus apariencias  hasta que ya no sea posible fingir más  y la mentira quede al descubierto…Entonces qué… ¿Declarará enemigos a todos aquellos que pidan ser ciudadanos de pleno derecho?
En la Plaza Mayor, convertida en ágora,  se encuentra un pequeño grupo de ciudadanos, entre los que predominan los jóvenes,  sentados en el suelo; analizan los acontecimientos últimos bajo la mirada de algunos curiosos   que se acercan a ellos tímidamente… ¿Son esos que se acercan personas cínicas, resignadas, integradas? Muchos de ellos fueron, hace años, críticos, combativos… ¿En qué se han convertido los que se enfrentaron a la dictadura hace cuarenta años? ¿En ciudadanos cínicos, descreídos, conformistas, cómplices de quienes quieren desmontar los derechos que lograron sus  padres y sus abuelos? Algunos se preguntan: ¿Qué herencia dejaremos a nuestros hijos?
Es cierto que “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”, pero… ¿Tanto hemos cambiado para no levantar nuestra voz ante tanta injusticia? Nos hemos acostumbrado a esta ciudad triste, sin esperanza, y parece que hemos aceptado la derrota, resignados a ver como alguien  celebra su victoria sobre quien no tiene más armas que el verso de un poeta que, a punto de perderlo todo, todavía pudo decir:  ¡dejadme la esperanza!

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