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martes, 22 de febrero de 2011

RECUERDOS DEL 23-F



Mientras preparo las clases para mañana, en la radio comentan algunos temas relacionados con el trigésimo aniversario del intento de golpe militar acaecido el 23 de febrero de 1981. Escucho la voz de Santiago Carrillo, Secretario General del PCE y diputado en el Congreso en aquella fecha ya lejana; su voz me evoca imágenes de aquella tarde y es él mismo quien menciona los nombres de personas que en su día fueron cruciales para este país y cuyo recuerdo es éticamente necesario. Se refiere don Santiago concretamente a don Adolfo Suárez González y a don Manuel Gutiérrez Mellado; ambos, ejemplos de valentía aquella tarde frente a quienes entraron en el Congreso de los Diputados empuñando sus armas sin respeto a todo un país que quedó boquiabierto ante tal acto de barbarie.

Dice don Santiago Carrillo recordando a don Adolfo Suárez que “no se puede ser más modesto de lo que ha sido este hombre, que se jugó la vida para transformar una dictadura en un país democrático”. Se emociona Don Santiago al hablar de Suárez, de sus palabras brotan respeto y cariño por la persona de quien fue su adversario político, pero también el hombre que tuvo el valor de legalizar al partido más perseguido por la policía de la dictadura y del que el propio Carrillo era dirigente en aquel tiempo.

Hoy Suárez, aunque vive, es una persona enferma de alzhéimer. Nunca vamos a tener su versión para explicar su dimisión, pero todos sabemos que a quien fue el primer Presidente de la España democrática lo dejaron solo todos, desde los de su propio partido –la UCD-hasta el propio rey Juan Carlos I. Don Santiago piensa que el verdadero error del Rey en ese período fue no apoyar a Suárez, aunque no dice que hiciera bien o hiciera mal. Simplemente pasó y Adolfo Suárez se vio obligado a presentar su dimisión.

Eran las seis y veinte de la tarde del 23 de febrero de 1981. Los diputados se disponían a votar la investidura de Leopoldo Calvo-Sotelo, designado sucesor del presidente dimitido, cuando entró en el hemiciclo un grupo de guardias civiles armados al grito de ¡Al suelo! ¡Al suelo todo el mundo! Iban al mando de un teniente coronel de la guardia civil. Sonaron disparos y todos los diputados, menos tres, se tiraron al suelo. Sólo Adolfo Suárez, Santiago Carrillo y el teniente general don Manuel Gutiérrez Mellado permanecieron erguidos.

En un periódico leo: “En España siempre estamos con eso de si podemos o no hablar de ciertos temas. El golpe de Estado se tiene que conocer en los colegios, los jóvenes de 20 años deben saber lo que habría pasado en nuestro país si hubiera triunfado”. Las palabras son de un director de cine que ha narrado en su última película las 18 horas que transcurrieron entre la llegada de los golpistas al Congreso y su salida. Dieciocho horas durante las que España vivió con el corazón en un puño.

¿Dónde estaría yo si hubiera triunfado el 23 F? ¿Hubiera seguido como profesor en el instituto de Almadén? Puede que sí, puede que no. Mejor, lo que pasó. Aquella tarde del veintitrés de febrero de mil novecientos ochenta y uno, a eso de las siete se llegó por el piso donde vivíamos mi mujer y yo, un compañero del instituto, profesor de Historia, y los tres nos dirigimos al bar La Mina, regentado por otro compañero, donde pensamos que estaríamos seguros. Al entrar lo encontramos lleno de clientes y nos llamó la atención la música que sonaba en su interior, eran marchas militares. Al encargado alguien le sugirió que en aquellas circunstancias era lo adecuado y no se pensó dos veces en colocar aquel disco con ritmos marciales. ¿De dónde lo sacó tan oportunamente para la ocasión? Seguramente se lo prestó alguno de aquellos clientes tan aficionados a los desfiles militares.

De regreso a casa, las calles estaban desiertas; nos cruzamos con un coche de la guardia civil que aminoró su marcha al pasar junto a nosotros; luego de observarnos nos dejaron seguir nuestro camino… Por fin salió el Rey transmitiendo tranquilidad a todo el país. A la mañana siguiente volví al instituto y al ver la bandera con el águila franquista a la entrada tuve una sensación ácida, un sabor amargo en los labios y una tristeza antigua ¿Hasta cuándo tendría que cruzar la puerta, que daba acceso a un centro de enseñanza, con aquel símbolo fascista presidiendo la entrada? Pensé que era una de las muchas paradojas de aquella transición de la dictadura a la libertad.

Román Serrano

El tren del último curso, 21 de febrero de 2011



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